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La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford

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La ciudad en la historia Lewis Mumford adolf Hitler William T Vollmann Borges Fontanarrosa Beatles
Para este collage se uso: una travesti negra, Adolf Hitler, William T. Vollmann, The Beatles, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y un Muñequito Liefeld Puteador. 

Estado: nuevo.

Editorial: Pepitas de calabaza.

Precio: $1100.

En La ciudad en la historia Lewis Mumford arranca de una interpretación radicalmente innovadora sobre el origen y la naturaleza de la ciudad, y sigue su evolución en Egipto y Mesopotamia pasando por Grecia, Roma y la Edad Media hasta llegar al mundo moderno. En lugar de aceptar que el destino de la ciudad sea la tendencia a la congestión metropolitana, la expansión descontrolada de los suburbios y la desintegración social, Mumford esboza un orden que integre las instalaciones técnicas con las necesidades biológicas y las normas sociales. Tan convincente como exhaustiva, esta obra de Mumford «es mucho más que el estudio de la cultura urbana a lo largo de los siglos, es una revitalización de las civilizaciones» (Kirkuk Reviews).
Este libro fue reconocido como una obra excepcional desde el momento de su publicación en 1961 y fue ampliamente laureado y galardonado con diversos premios, entre ellos el National Book Award de 1962. Es un libro fundamental, una de las obras más importantes del siglo xx.
Lewis Mumford (Flushing, Queens, ciudad de Nueva York, 19 de octubre de 1895 – 26 de enero de 1990, Amenia, estado de Nueva York).Sociólogo, historiador, filósofo de la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense. Se ocupó sobre todo, con una visión histórica y regionalista, de la técnica, la ciudad y el territorio. Destacan en particular sus análisis sobre utopía y ciudad Jardín, aunque tienen mayor resonancia sus obras interdisciplinares, así El mito de la máquina.
Mumford pertenece a ese género de intelectuales que nunca acabó una carrera universitaria y que, además, siempre mostró una postura crítica con la formación oficial, en particular, y con cualquier institución estatal, en general.
Dotado de una vocación autodidacta realmente voraz, Mumford comenzó siendo un crítico de arquitectura y urbanismo, y escribió múltiples libros y artículos sobre dicho tema a lo largo de su dilatada vida. La historia de las utopías, 1922 y Sticks and Stones, 1924, fueron sus primeras obras relevantes en dicho campo, y le supusieron fama inmediata entre toda una generación de arquitectos europeos revolucionarios (Gropius, Mendelsohn…) a quienes sorprendió tanto su juventud como su visión crítica.
No mucho después, Frank Lloyd Wright, acaso el más influyente de los arquitectos norteamericanos de principios del siglo XX, se pondría en contacto con Mumford, ya que éste había expresado en numerosas ocasiones que “sólo Frank Lloyd Wright puede salvar a la humanidad del caos urbanístico al que se aproxima, de un urbanismo mecánico, frígido, aséptico, inhumano”.
Durante décadas, estos dos grandes mantendrían una apasionada relación vía epistolar, en la que Mumford siempre se mantuvo distante, ofreciendo a veces críticas positivas y otras realmente destructivas. Más de una de las depresiones de Wright fueron causadas por la dureza de Mumford: éste era visto por Wright como una especie de padre espiritual, pese a que Mumford era bastante más joven. Dichas cartas fueron publicadas en la obra Wright and Mumford. Thirty years of correspondence, 1999.
Aunque destaque sus análisis sobre la utopía y la ciudad Jardín, sus obras más resonantes, sin embargo, pertenecen a un género interdisciplinar y erudito realmente único en el siglo XX, dónde se dan cita ciencia, tecnología, religión, psicología (psicoanálisis en particular), arte, antropología, estética o biología entre otras. Esto es especialmente evidente en su gran obra final, El mito de la máquina, quizás la última gran obra humanista y totalista del su centuria.
No en vano, Lewis Mumford ha sido tildado de “último humanista del siglo XX” y “erudito entre los eruditos”, si bien su humanismo forma parte de una intensa crítica y renovación de un término que él mismo consideraba caduco en su centuria. Curiosamente, y pese a las admiraciones que suscitó en vida por parte de artistas, políticos, intelectuales, poetas o psicoanalistas, fue un autor bastante olvidado en las décadas finales del siglo XX. Él mismo advirtió que su obra sería relegada al olvido porque causaría humillación y malestar a todo aquél hiperespecialista que intentara leer cualquiera de sus libros o artículos. En ciertos círculos de estudiosos de la arquitectura y el urbanismo siguió siendo obligatorio el conocimiento de este autor. Pero afortunadamente su obra se está recuperando en el siglo XXI en España: y hoy circulan —además de Técnica y civilización—, El mito de la máquina. Técnica y evolución humana y El pentágono del poder, así comoLa ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas, libro recuperado en 2012.
La ciudad en la historia, aparecida en 1961, es su obra más relevante en el campo “urbanístico”, pero se trata más bien de una obra realmente extensa repartida en dos densas partes donde propone una visión de la ciudad como un organismo vivo. Dicho organismo, con su estética, edificios, funciones, política o sociología sólo puede ser comprendida, según Mumford, desde la óptica del filósofo generalista. Por ello, Mumford despliega toda una serie de conocimientos reflexivos y críticos, mezclando historia, filosofía, religión, política, jurisprudencia con arquitectura.
Este proyecto resulta revolucionario no sólo en lo que el título propone, sino en la multitud de tesis particulares introductorias que ponen en duda teorías económicas, históricas y antropológicas consideradas todavía hoy canónicas. Si bien puede ser considerada su obra más influyente (mas no la mejor), los historiadores del urbanismo sólo parecen haber tomado sus secciones más descriptivas, mostrando que la profecía de Mumford (que su obra sería relegada al olvido por su pluralismo nada unidireccional) era verosímil.
Otro notable historiador del urbanismo, A.E.J. Morris, realizó una obra meramente descriptiva y formalista (Historia de la forma urbana) que, aun teniendo en cuenta la línea cronológica básica expuesta por Mumford, olvidaba la principal lección: solo una visión holística desentraña la parte cognoscible de la historia del urbanismo. Cabe destacar que el estilo literario empleado por Mumford en la redacción de esta obra resulta sumamente poético y elegante. Por ello, a veces puede parecer, gratamente, una especie de “ensayo novelesco”.
Pero retrocedamos en el tiempo. A partir del 1934 se ocupó extensivamente de la cultura de las máquinas. En general, el trabajo de Mumford es abundante y exhaustivo, cubre todo tipo de información histórica, y pone en relación las diversas civilizaciones (Asia, Egipto, precolombinas, Occidente en sus distintas fases).
Dentro del enfoque macroestructuralista, se ocupó de cómo determinadas invenciones tecnológicas transformaron radicalmente la sociedad, como es el caso del reloj, que influirá en trabajos posteriores como el de David Landes, Revolución en el tiempo, de 1987.
Técnica y Civilización (1934) -que se tradujo en Buenos Aires, en 1945, lo que facilitó la versión del resto de su obra- es seguramente su obra más representativa y reeditada. Ahí propone quizás su noción más célebre: la “megamáquina”. Con ella describe cómo en el antiguo Egipto, la construcción de las pirámides supuso poner en marcha, además de habilidades constructivas, toda una compleja burocracia organizativa del trabajo. La Segunda Guerra Mundial y el desarrollo de la bomba atómica son ejemplos de esa megamáquina en nuestro tiempo. Mumford consideraba que esta megamáquina encierra grandes peligros y es destructiva y escapa al control de los seres humanos. Su visión pesimista de la tecnología se ha extendido a autores como L. Winner.
Mumford no abogaba por un rechazo a la tecnología sino por la separación entre tecnologías “democráticas”, que son aquellas que están acorde con la naturaleza humana, y tecnologías “autoritarias”, las que son tecnologías en pugna, a veces violenta, contra los valores humanos. Por lo que sostiene la búsqueda una tecnología elaborada sobre los patrones de la vida humana y una economía biotécnica.
Su punto de vista está muy relacionado con la forma de concebir las relaciones humanas y urbanas planteada por los anarquistas clásicos (Kropotkin, desde el pensamiento social o Howard, desde el urbanístico, con su idea de “ciudad jardín” por ejemplo), pero también de los urbanistas canónicos más importantes y clásicos del siglo XX, como Le Corbusier.
Munford también colaboró en la reforma de las new towns inglesas, afrontando la función simbólica y la expresión artística en la vida del hombre. Se le ha relacionado culturalmente con autores como: Patrick Geddes, Ebenezer Howard, Henry Wright, Raymond Unwyn, Barry Parker, Patrick Abercrombie, Matthew Nowicki.
La utopía, la ciudad y la máquina
 Lewis Mumford
El hecho de que las utopías, desde Platón hasta Bellamy, hayan sido ampliamente visualizadas como una ciudad , parecería tener una explicación histórica sencilla. Las primeras utopías que conocemos se construyen en Grecia, y a pesar de sus repetidos esfuerzos para establecer una confederación, los griegos no fueron nunca capaces de concebir una comunidad política humana excepto en la forma concreta de una ciudad. El propio Alejandro había aprendido tan bien esta lección que, cuando menos, una parte de las energías que podrían haberse empleado en conquistas mayores y mas rápidas se emplearon en la construcción de ciudades. Una vez establecida esta tradición, a los escritores posteriores, empezando con Tomas Moro, les fue fácil continuar, tanto más cuanto que laciudad tenia la ventaja de reflejar las complejidades de la sociedad dentro de un marco que respetaba la escala humana.
Ahora bien, no hay duda de que el pensamiento utópico fue profundamente influido por elpensamiento griego. Además, como tratare de mostrar, este modo de pensar, precisamente porque respetaba ciertas capacidades humanas que el método científico deliberadamente ignora, puede servir todavía de útil correctivo a un positivismo que no deja lugar para lo potencial, lo intencional o lo ideal. Pero cuando se escarba mas profundamente en la tradición utópica se descubre que sus fundamentos están enterrados en un pasado mucho mas antiguo que el de Grecia, y la cuestión que, en ultima instancia, se plantea no es: “¿Por qué son tan a menudo las ciudades el locus de la Utopía?”, sino: “¿Por qué tantasinstituciones que son características de la utopía vieron la luz por vez primera en la ciudad antigua?”.
Aunque he sido durante mucho tiempo un estudioso tanto de las utopías como de las ciudades, solamente en los últimos años han salido a la luz datos suficientes para sugerirme que el concepto de utopía no es una fantasía especulativa helénica, sino una derivación de un acontecimiento histórico: que, en efecto, la primera utopía fue la ciudad como tal. Si puedo establecer esta relación se esclarecerá mas de una cuestión, no siendo la menos importante la explicación de la naturaleza autoritaria de tantas utopías.
***
Pero miremos primero la utopía a través de los ojos de los griegos. Es harto extraño que aunque Platón se acerca al dominio de la utopía en cuanto a sus diálogos, el que tuvo mayor influencia, la República , es la utopía mas desprovista de imágenes concretas de la ciudad, excepto en lo que se refiere a la prescripción de limitar el números de sus habitantes para mantener de integridad y unidad.
En la reacción de Platón contra la polis democrática ateniense, el modelo que le sedujo fue el de Esparta: un Estado cuya población se hallaba diseminada en pequeñas aldeas. En laRepública, Platón retuvo muchas de las instituciones de la ciudad antigua e intentó darles una dimensión ideal; y esto, por si mismo, proyectará una luz oblicua tanto sobre la ciudad antigua como sobre la literatura utópica post platónica. Únicamente en las Leyes descendióPlatón lo suficiente desde las alturas para dar unos pocos detalles -demasiado pocos- de las características físicas reales de la ciudad que incorporaría sus controles morales y legales.
No es preciso entrar en las escasas descripciones platónicas de la ciudad: en las Leyes, la mayoría de los detalles del entorno urbano están tomados directamente de ciudades existentes, aunque en la encendida descripción de la Atlántida la imaginación de Platónparece evocar el audaz planeamiento de la ciudad helenística del siglo III a.c. Lo que nosotros hemos de tomar en consideración en Platón son mas bien esas limitaciones peculiares que sus admiradores -y yo sigo siendo uno de ellos- han pasado por alto hasta nuestros días, cuando nos vemos enfrentados, de pronto, con una versión magnificada y modernizada del tipo de Estado totalitario que Platón había escrito. Bertrand Russell fue el primero en hacer este descubrimiento, en su visita a la Rusia soviética al comienzo de la década de 1920, casi 20 años antes de que Richard Crossman y otros indicasen que laRepública de Platón, lejos de ser un modelo deseable, era el prototipo del Estado fascista, aun cuando ni Hitler ni Mussolini y ni siquiera Stalin se cualificasen exactamente por el título de Filosofo-Rey.
Es cierto que Platón, en el Libro Segundo de la República , casi llegó a describir la sociedad normativa de la Edad de Oro de Hesíodo: esencialmente, la comunidad preurbana del cultivador neolítico, en la que ni tan siquiera el lobo y el león, como narra el poema sumerio, eran peligrosos, y en la que todos los miembros de la comunidad compartían sus bienes y sus dioses -en la que no había una clase dominante explotadora de los aldeanos, no obligación de trabajar para producir unos excedentes que la comunidad local no estaba autorizada a consumir, ni gusto por el lujo ocioso, ni celosa reivindicación de la propiedad privada, ni una exorbitante ansia de poder, ni guerra institucional-. Aunque los estudiosos han arrumbado despectivamente y durante largo tiempo el “Mito de la Edad de Oro”, es su saber, más que el mito lo que ahora ha de ser puesto en cuestión.
En efecto, dicha sociedad había surgido al final de la ultima era glaciar, si no antes, cuando el largo proceso de domesticación había llegado a un techo en el establecimiento de pequeñas comunidades estables, con un abundante y variado abastecimiento de alimentos; comunidades cuya capacidad para producir un excedente almacenable de grano proporcionaba seguridad y una alimentación adecuada a los jóvenes. Este aumento de vitalidad se vio acrecentado por una vívida intuición biológica y por la intensificación de las actividades sexuales, lo que atestigua la multiplicación de símbolos eróticos, en grado no menor que el éxito, no superado en ninguna cultura posterior, en la selección y cría de plantas y ganado. Platón reconocía las cualidades humanas de estas comunidades más sencillas; por tanto, es significativo que no hiciera el menor intento de recuperarlas a un nivel más elevado. (La institución de las comidas comunales para ciudadanos varones, tal como se practicaba todavía en Creta y en Esparta, ¿fue acaso una excepción?) Dejando aparte esta posibilidad, la comunidad ideal de Platón comienza en el mismo punto en el que llega a su fin la temprana Edad de Oro: con el gobierno absoluto, la coerción totalitaria, la permanente división del trabajo y constante disposición para la guerra -aceptado todo ello puntualmente en nombre de la justicia y de la sabiduría-. La guerra era tan central en toda la concepción platónica de la comunidad ideal que Sócrates, en el Timeo al confesar su deseo de contemplar esa estática República en acción, demanda una descripción del modo cómo libraría “una batalla contra sus vecinos”.
Todo el mundo se halla familiarizado con los pilares fundamentales de la República. Laciudad que describe Platón es una ciudad cerrada sobre si misma; y a fin de garantizar esta autosuficiencia ha de poseer tierra bastante para alimentar a sus habitantes y para mantenerse independiente de toda otra comunidad: autarquía. La población de esta comunidad se divide en tres grandes clases: labradores, artesanos y “defensores”, una casta especial de “guardianes”. Estos últimos se han convertido en los controladores y condicionadotes habituales de la mayoría de las comunidades políticas ideales, bien en su comienzo, bien en su gobierno cotidiano: Platón había racionalizado la realeza.
Una vez seleccionados, los miembros de cada una de estas clases deben mantenerse en su profesión y ocuparse estrictamente de lo suyo, recibiendo ordenes de los de arriba, y sin protestar. Para asegurar una perfecta obediencia no debe permitirse “ideas peligrosas” ni emociones perturbadoras: de ahí una estricta censura, que se extiende incluso a la música. Para garantizar la sumisión los guardianes no vacilan en alimentar de mentiras a la comunidad: constituyen, de hecho, una arquetípica Agencia Central de Inteligencia dentro de un Pentágono Platónico. La única innovación radical de Platón en la República es el control racional de la raza humana a través del matrimonio comunal. Aunque con retraso, esta práctica se estableció durante breve tiempo en la Comunidad de Oneida y hoy ronda insistentemente en los sueños de más de un genetista.
Pero adviértase que la constitución y la disciplina cotidiana de la comunidad política ideal de Platón convergen hacia un único fin: la aptitud para hacer la guerra. La observación deNietzsche de que la guerra es la salud del Estado se aplica en toda su plenitud a la Repúblicade Platón porque solamente en la guerra son temporalmente soportables esa autoridad rigurosa y esa coerción. Recordemos esta característica porque, con uno u otro acento, la encontraremos tanto en la ciudad antigua como en los mitos literarios de la Utopía. Hasta la mecanizada “nación en mono” de Bellamy , reclutada para veinte años de servicio laboral, se encuentra bajo la disciplina de una nación en armas.
Si se considera el esquema de Platón como una contribución a un futuro ideal, hay que preguntarse si la justicia, templanza, el valor y la sabiduría se habían orientado alguna vez anteriormente a un resultado “ideal” tan contradictorio. Lo que Platón había, en verdad, conseguido no era superar las incapacidades que amenazaban a la comunidad política griega de su tiempo, sino establecer una base aparentemente filosófica para instituciones históricas que, de hecho, habían detenido el desarrollo humano. Aunque Platón era un amante de la sociedad helénica, nunca pensó que valiera la pena preguntarse de qué modo podrían conservarse y desarrollarse los múltiples valores que habían dado lugar a su propia existencia y a la de Sócrates; a lo sumo, fue lo bastante honesto para aceptar, en las Leyes, que todavía podían encontrase hombres buenos en sociedades malas -es decir, muy platónica- .
Lo que hizo Platón -trataré de demostrarlo- fue racionalizar y perfeccionar unas instituciones que habían surgido como modelo ideal mucho tiempo antes, con la fundación de la ciudad antigua. Se proponía crear una estructura que, a diferencia, de la ciudadexistente en la historia, fue inmune al desafío provocado desde el interior y a la destrucción provocada desde el exterior. Platón sabía demasiada poca historia para darse cuanta de adonde le llevaba su imaginación; pero al volver la espalda a la Atenas contemporánea, retrocedía incluso más allá de Esparta, por lo que hubo que esperar más de dos mil años, hasta que el desarrollo de una tecnología científica convirtiera en realidad sus singularmente inhumanos ideales.
Hay que destacar otro atributo de la utopía de Platón, no sólo porque fue transmitido a utopías posteriores, sino porque ahora amenaza con llevar a cabo la consumación final de nuestra pretendidamente dinámica sociedad. Para realizar su ideal, Platón hace suRepública inmune al cambio: una vez constituida, el modelo de orden permanece estático, como en las sociedades de insectos, con las cuales guarda una estrecha semejanza. Elcambio, tal como lo describía en el Timeo , acontecía como una intrusión catastrófica de las fuerzas naturales. Desde su mismo comienzo aflige a todas las utopías una especie de rigidez mecánica. Según las interpretaciones mas generosas, estos se debe a la tendencia de la mente, o, cuando menos, del lenguaje, señalada por Bergson, a fijar y geometrizar todas las formas de movimiento y cambio orgánico: a detener la vida para entenderla, a matar el organismo para controlarlo, a combatir el incesante proceso de autotransformación que subyace en el origen mismo de las especies.
Todos los modelos ideales tienen esta misma propiedad de detener la vida, si no de negarla; de ahí que nada puede ser más funesto para la sociedad humana que realizar estos ideales. Pero afortunadamente no hay nada menos probable, porque, como observó Walt Whitman, está previsto en la naturaleza de las cosas que cada consumación emerja en condiciones que hagan necesario ir más allá de ella – afirmación superior a la que proporciona la dialéctica marxista-. Un modelo ideal es el equivalente ideológico de un contenedor físico: mantiene el cambio extraño dentro de los límites del proyecto humano. Con ayuda de los ideales, una comunidad puede seleccionar, entre una multitud de posibilidades, aquellas que son compatibles con su propia naturaleza o que prometen un desarrollo humano más amplio. Esto corresponde al papel de la entelequia en la biología de Aristóteles. Pero adviértase que una sociedad como la nuestra, comprometida con el cambio como su principal valor ideal, puede sufrir una interrupción y una fijación a través de su inexorable dinamismo y su caleidoscópica innovación, en grado no menor de lo que lo hace una sociedad tradicional a través de su rigidez.
Aunque es la influencia de Platón la primera que acude a la mente al pensar en las utopías posteriores, es Aristóteles quien se ocupa de manera más definitiva de la estructura real de una ciudad ideal. De hecho, podría decirse que el concepto de utopía impregna cada página de la “Política” . Para Aristóteles, como para cualquier otro griego, la estructura constitucional de una comunidad política tenía su contrapartida física en la ciudad; porque era en la ciudad donde los hombres se unían, no sólo para sobrevivir al ataque militar o para enriquecerse con el comercio, sino también para vivir la mejor vida posible. Pero las tendencias utópicas de Aristóteles iban mucho más lejos, porque comprara constantemente las ciudades reales, cuyas constituciones ha estudiado tan cuidadosamente, con sus posibles formas ideales. La política era, para él, la “ciencia de lo posible”, en un sentido bastante diferente del que ahora dan a esta frase quienes encubrían sus mediocres expectativas o sus débiles tácticas sucumbiendo, sin oponer ningún esfuerzo, a la probabilidad.
De la misma manera que cada organismo viviente tenía, para Aristóteles, la forma arquetípica de su especie, cuya realización gobernaba el proceso total de desarrollo y transformación, así también el Estado tenía una forma arquetípica; y un determinado tipo de ciudad podía ser comparado con otro no sólo en términos de poder, sino en términos de valor ideal para el desarrollo humano. Por una parte, Aristóteles consideraba la polis como un hecho natural, puesto que el hombre era un animal político que no podía vivir solo, a menos que fuera una bestia o un dios. Pero era igualmente cierto que la polis era un artefacto humano: su constitución heredada y su estructura física podían ser criticadas y modificadas por la razón. En resumen, la polis era potencialmente una obra de arte. Como en cualquier otra obra de arte, el medio y la capacidad del artista limitaban la expresión; pero la valoración humana, la intención humana, formaban parte de su diseño real. El interés racional de Aristóteles en las utopías se sustentaba no tanto en la insatisfacción por las deficiencias y fracasos de la polis existente, cuanto en la confianza en la posibilidad de perfeccionamiento.
La distinción establecida por Moro -un inveterado aficionado a los juegos de palabras-, al escoger la palabra utopía como un término ambiguo a caballo entre outopía, ningún lugar, y eutopía, el buen lugar, se aplica igualmente a la diferencia entre las concepciones de Platón y Aristóteles. La República de Platón estaba “en las nubes”, y después de su desastrosa experiencia en Siracusa (1) difícilmente podía esperar encontrarla en otro sitio. PeroAristóteles, incluso cuando en el Libro Séptimo de la “Política” bosqueja los requisitos de una ciudad ideal cortada según su propio patrón, sigue teniendo los pies en la tierra; no vacila en retener numerosas características tradicionales, tan accidentales como en el caso de las calles estrechas y torcidas, que podían ayudar a confundir y a obstaculizar a un ejército invasor.
Por tanto, en cada situación real, Aristóteles veía una o más posibilidades ideales surgidas de la naturaleza de la comunidad y de sus relaciones con otras comunidades, así como de la constitución de grupos, clases y profesiones dentro de la polis. Su propósito -declara abiertamente en la primera frase del Libro Segundo- “es considerar qué forma de comunidad política es la mejor de todas para quienes mejor pueden realizar su ideal de vida”. Quizá habría que subrayar esta afirmación porque en ella Aristóteles expresaba una de las contribuciones permanentes del modo de pensar utópico: la percepción de que los ideales, en cuanto tales, pertenecen a la historia natural del hombre animal político. Estos son los términos en los que dedica aquel capítulo a la crítica de Sócrates, tal como fue interpretado por Platón, y después continúa examinando otras utopías, como las de Faleas eHipódamo .
La asociación de lo potencial y lo ideal con lo racional y lo necesario fue un atributo esencial del pensamiento helénico, el cual consideraba a la razón como la característica central y definitiva del hombre: solamente con la desintegración social del siglo III a. C. dio paso esta fe en la razón a la creencia supersticiosa en el azar como dios último del destino humano. Pero cuando se examina la exposición de Aristóteles sobre la ciudad ideal vuelve a chocarnos, como en Platón , el ver cuán limitados eran estos originales ideales griegos. Ni Aristóteles, ni Platón, y ni siquiera Hipódamo, podían concebir una sociedad que sobrepase los límites de la ciudad ; ninguno de ellos podía abarcar una comunidad multinacional o policultural, ni aun centrándola en la ciudad; tampoco podían admitir, ni como un ideal remoto, la posibilidad de destruir las permanentes divisiones de clase o suprimir la institución de la guerra. A estos utópico griegos les resultaba más fácil imaginar posibilidad de abolir el matrimonio o la propiedad privada que la de liberar a la utopía de la esclavitud , la dominación de clase y la guerra.
En este breve repaso del pensamiento utópico griego se toma conciencia de unas limitaciones que fueron monótonamente repetidas por los escritores utópicos posteriores. Hasta el humano Moro, tolerante y magnánimo en el tema de las convicciones religiosas, aceptaba la esclavitud y la guerra; y el primer acto del rey Utopo cuando invadió la tierra de Utopía fue poner a trabajar a sus soldados y a los habitantes conquistados por él en la excavación de un gran canal, para convertir el territorio en una isla separada de la tierra firme.
Aislamiento, estratificación, fijación, regimentación, estandarización, militarización -en la concepción de la ciudad utópica, tal como la interpretación de los griegos, entran uno o varios de estos atributos-. Y estos mismos rasgos se mantienen, en forma abierta o disfrazada, incluso en las utopías supuestamente más democráticas del siglo XIX, como “Looking Backward” (mirando hacia atrás) de Bellamy. Al final, la utopía se funde con ladistopía del siglo XX, y de pronto nos damos cuenta de que la distancia entre el ideal positivo y el negativo no fue nunca tan grande como habían sostenido los defensores o los admiradores de la utopía.
Hasta aquí he discutido la literatura utópica en relación con el concepto de ciudad, como si la utopía fuese el lugar totalmente imaginario y como si los escritores utópicos clásicos, con la excepción de Aristóteles, formulasen una prescripción para una forma de vida bastante irrealizable, que tan sólo podía lograrse bajo condiciones excepcionales o en un futuro remoto.
A esta luz, todas las utopías, incluidas las de H. G. Wells, se presentan como un auténtico rompecabezas. ¿Cómo podía la imaginación humana, liberada supuestamente de las constricciones de la vida real, estar tan empobrecida? Y esta limitación resulta tanto más extraña en la Grecia del siglo IV, porque la polis helénica, de hecho, se había emancipado de muchas de las incapacidades de las monarquías orientales, movidas por el ansia de poder. ¿Cómo es posible que hasta los propios griegos visualizaran tan escasas alternativas a la vida consuetudinaria? ¿De dónde procedía esa total coacción y regimentación que distingue a estas comunidades políticas supuestamente ideales?
A estas preguntas puede dárseles más de una respuesta plausible. Quizá la que resulte menos aceptable para nuestra generación de hoy, científicamente orientada, sea la que sostiene que la inteligencia abstracta, operando con su propio aparato conceptual y en su propio y autorrestringido campo, es, en verdad, un instrumento coercitivo: un arrogante fragmento de la personalidad humana total, dispuesto a rehacer el mundo en sus propios términos, excesivamente simplificados, rechazando voluntariosamente intereses y valores incompatibles con sus propias asunciones y, consecuentemente, privándose de sí misma de todas las funciones cooperativas y generativas de la vida -sentimiento, emoción, exuberancia, espíritu de juego, libre fantasía-, en suma, las fuerzas liberadoras, dotadas de una creatividad impredecible e incontrolable.
Comparada aun con las manifestaciones más sencillas de vida espontánea dentro del fecundo ambiente de la naturaleza, toda utopía es, casi por definición, un desierto estéril, no apto para ser ocupado por el hombre. El edulcorado concepto de control científico, que B. F. Skinner insinúa en su “Walden Two”, no es sino otra forma de hablar de desarrollo interrumpido.
Pero hay otra posible respuesta a estas preguntas: a saber, que la serie de utopías escritas que vieron la luz en la Grecia helénica, fueron, en verdad, reflejos tardíos o residuos ideológicos de un fenómeno remoto, pero genuino: la ciudad antigua arquetípica. Que estautopía, efectivamente, existió en otro tiempo, realmente puede demostrarse ahora: sus beneficios reales, sus pretensiones y alucinaciones ideales y su severa y coercitiva disciplina se transmitieron a comunidades urbanas posteriores, y ello incluso después de que sus rasgos negativos se tornaran más conspicuos y formidables. Pero la ciudad antigualegó, por así decirlo, a la literatura utópica una imagen posterior de su forma “ideal”contenida en la mente humana.
Curiosamente el propio Platón, si bien, al parecer, como una ocurrencia tardía, se esforzó en dar a su utopía una fundamentación histórica, porque, en el “Timeo” y en el “Critias”, describe la ciudad y la Isla-Imperio de Atlántida en términos ideales perfectamente aplicables al Egipto faraónico o a la Creta minoana, hasta el punto de dar al paisaje de la Atlántida , con su abundancia de recursos naturales, una dimensión ideal ausente en el austero mundo de la “República”. En cuanto a la Atenas antediluviana, la comunidad pretendidamente histórica que conquistó la Atlántida nueve mil años antes de la época deSolón, fue, “casualmente”, una encarnación magnificada de la comunidad política ideal descrita en la “República”. Más tarde, en las “Leyes”, Platón se extiende repetidamente sobre las instituciones históricas de Esparta y Creta, enlazando de nuevo estrechamente su futuro ideal con un pasado histórico.
En tanto que el motivo que indujo a crear a Platón una utopía severamente autoritaria fue, sin duda, su aristocrática insatisfacción con la demagógica política ateniense, que él consideraba responsable de las sucesivas derrotas iniciadas con la Guerra del Peloponeso, acaso sea significativo que su retirada ideológica llevase aparejada una vuelta a una realidad anterior que reafirmaba sus ideales. El hecho de que esta imagen idealizada llegase por la vía del sacerdocio egipcio en Sais, país que Platón, y también Solón, habían visitado, proporciona, cuando menos, un hilo conductor entre la ciudad histórica en sus dimensiones originariamente divinas y las comunidades ideales más secularizadas de una época posterior. ¿Quién puede decir, entonces, que fueron solamente los problemas de la Atenas contemporánea, y no también los logros reales de la ciudad lo que alentó la excursión de Platón por la utopía?
Aunque en una primera lectura esta explicación pueda parecer exagerada, me propongo ahora presentar los datos -procedentes principalmente de Egipto y Mesopotamia- que hacen plausible esta hipótesis histórica. Porque es justamente en el principio de la civilización urbana donde se encuentra, no solamente la forma arquetípica de la ciudadcomo utopía, sino también otra institución utópica coordinada, esencial para todo sistema de régimen comunal: la máquina. En aquella arcaica constelación se hace patente por primera vez la noción de un mundo que se halla bajo un control científico y tecnológico total -lo cual constituye la fantasía dominante en nuestra época-. Mi propósito consiste en mostrar cómo en aquella temprana etapa la explicación histórica y filosófica van juntas. Si logramos entender por qué se fue a pique la más madrugadora de las utopías, quizá podamos intuir los riesgos con los que se enfrenta nuestra civilización actual, porque lahistoria es el más obstinado crítico de las utopías.
Notas:
  (1) Ver Carta VII, Platón
Texto extraído de “Utopías y pensamiento utópico”, varios, editorial Espasa Calpe, Madrid, España.

 

ENTREGA LibrosKalish A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com



Técnica y civilización – Lewis Mumford

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Técnica y civilización Lewis Mumford Beatles John Lennon Paul McCartney Ringo Starr George Harrison Pier Paolo Pasolini Borges Fontanarrosa Gramsci
Para este collage se uso a: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, Pier Paolo Pasolini, Jorge Luis Borges, el perrito Mendieta, Roberto Fontanarrosa y las cenizas de Gramsci. 

Estado: usado.

Editorial: Emecé.

Traducción y prólogo: Carlos María Reyles.

Precio: $500.

Preparación Cultural
LEWIS MUMFORD Lewis Mumford
 MÁQUINAS, OBRAS DE INGENIERÍA Y “LA MÁQUINA”
Durante el último siglo la máquina automática o semi-automática ha llegado a desempeñar un gran papel en nuestra rutina diaria; y hemos llegado a atribuir al instrumento físico en sí mismo el conjunto de costumbres y métodos que lo crearon y lo acompañaron. Casi todas las discusiones sobre tecnología desde Marx en adelante han tendido a recalcar el papel desempeñado por las partes más móviles y activas de nuestro equipo industrial, y ha descuidado otros elementos igualmente críticos de nuestra herencia técnica.
¿Qué es una máquina? Excepción hecha de las máquinas sencillas de la mecánica clásica, el plano inclinado, la polea y otras más, la cuestión sigue siendo confusa. Muchos de los escritores que han discutido acerca de la edad de la máquina han tratado a ésta como si fuera un fenómeno muy reciente, y como si la tecnología artesana hubiera empleado sólo herramientas para trasformar el medio. Estos prejuicios carecen de base. Durante los tres mil últimos años, por lo menos, las máquinas han sido una parte esencial de nuestra más antigua herencia técnica. La definición de Resuleaux de una máquina se ha hecho clásica: “Una máquina es una combinación de partes resistentes dispuestas de tal manera que por sus medios las fuerzas de la naturaleza puedan ser obligadas a realizar un trabajo acompañado por ciertos movimientos determinantes’’ pero esto no nos lleva muy lejos. Su lugar se debe a su importancia como primer gran morfólogo de las máquinas, pues deja fuera la amplia clase de máquinas movidas por la fuerza humana.
Las máquinas se han desarrollado partiendo de un complejo de agentes no orgánicos para convertir la energía, para realizar un trabajo, para incrementar las capacidades mecánicas o sensorias del cuerpo del hombre o para reducir a un orden y una regularidad mensurables los procesos de la vida. El autómata es el último escalón en un proceso que empezó con el uso de una u otra parte del cuerpo humano como instrumento. En el fondo del desarrollo de los instrumentos y las máquinas está el intento de modificar el medio ambiente de tal manera que refuerce y sostenga el organismo humano; el esfuerzo es o bien aumentar la potencia de un organismo por otra parte desarmado, o fabricar fuera del cuerpo un conjunto de condiciones más favorables destinadas a mantener su equilibrio y asegurar su supervivencia. En lugar de una adaptación fisiológica al frío, como el crecimiento de los pelos o el hábito de la hibernación, se produce una adaptación ambiental, como la que se hizo posible con el uso de vestidos o la construcción de abrigos.
La distinción esencial entre una máquina y una herramienta reside en el grado de independencia, en el manejo de la habilidad y de la fuerza motriz del operador: la herramienta se presta por sí misma a la manipulación, la máquina a la acción automática. El grado de complejidad no tiene importancia: pues, usando la herramienta, la mano y el ojo humanos realizan acciones complicadas, que son el equivalente, en función, de una máquina muy perfeccionada; mientras que, por otro lado, existen máquinas sumamente efectivas, como el martinete, que realizan trabajos muy sencillos, con la ayuda de un mecanismo relativamente simple. La diferencia entre las herramientas y las máquinas reside principalmente en el grado de automatismo que han alcanzado; el hábil usuario de una herramienta se hace más seguro y más automático, dicho brevemente, más mecánico, a medida que sus movimientos voluntarios se convierten en reflejos, y por otra parte, incluso en las máquinas más automáticas, debe intervenir en alguna parte, al principio y al final del proceso, primero en el proyecto original, y para terminar en la destreza para superar defectos y efectuar reparaciones, la participación consciente de un agente humano.
Además, entre la herramienta y la máquina se sitúa otra clase de objetos, la máquina herramienta: aquí, en el torno o en la perforadora, tenemos la precisión de la máquina más perfecta unida al servicio experto del trabajador. Cuando se añade a este complejo mecánico una fuente externa de energía, la línea divisoria resulta aún más difícil de establecer. En general, la máquina acentúa la especialización de la función en tanto que la herramienta indica flexibilidad: una cepilladora mecánica realiza solamente una operación, mientras que un cuchillo puede usarse para alisar madera, para grabarla, para partirla, para forzar una cerradura, o para apretar un tornillo. La máquina automática es, pues, un tipo de adaptación muy especializada; comprende la noción de una fuerza externa de energía, una relación recíproca más o menos complicada de las partes y una especie de actividad limitada. Desde el principio la máquina fue como un organismo menor proyectado para realizar tan sólo un conjunto de funciones.
Junto con estos elementos dinámicos en la tecnología hay otros, más estáticos en cuanto al carácter, pero igualmente importantes en cuanto a sus funciones. Mientras el desarrollo de las máquinas es el hecho técnico más patente de los últimos mil años, la máquina, bajo la forma de la perforadora de fuego o del torno del alfarero, ha existido desde por lo menos los tiempos neolíticos. Durante el período más antiguo, algunas de las adaptaciones más efectivas del ambiente vinieron, no del invento de las máquinas, sino del invento igualmente admirable de utensilios, aparatos y obras. El cesto y la marmita corresponden a los primeros, la cuba para teñir y el horno de ladrillos a los segundos, y los embalses y acueductos, las carreteras y los edificios a los terceros. El período moderno nos ha dado finalmente las obras de energía, como el ferrocarril o la línea de transmisión eléctrica, que funcionan solamente mediante la operación de maquinaria de energía. En tanto las herramientas y las máquinas transforman el medio ambiente cambiando la forma y la situación de los objetos, los utensilios y los aparatos han sido utilizados para efectuar transformaciones químicas igualmente necesarias. El curtido, la fabricación de cerveza, la destilación, el teñido han sido tan importantes en el desarrollo técnico del hombre como forjar o tejer. Pero la mayor parte de estos procedimientos se mantuvieron en su estado tradicional hasta la mitad del siglo XIX, y sólo desde entonces es cuando han sido influidos en un grado más amplio por el mismo juego de fuerzas científicas, y de intereses humanos que estaban perfeccionando la moderna máquina de energía.
En la serie de objetos desde los utensilios a las obras existe la misma relación entre el hombre que trabaja y el procedimiento que uno observa en la serie entre herramientas y máquinas automáticas: diferencias en el grado de especialización, y el grado de impersonalidad. Pero como la atención de la gente se dirige más fácilmente hacia las partes más ruidosas y activas del medio ambiente, el papel de las obras y de los aparatos se han descuidado en la mayor parte de las discusiones sobre la máquina, o lo que es en casi peor, dichos instrumentos técnicos han sido todos ellos torpemente agrupados como máquinas. El punto que hay que recordar es que ambos han desempeñado una parte enorme en el desarrollo del medio ambiente moderno; y en ninguna etapa de la historia pueden separarse los dos medios de adaptación. Todo complejo tecnológico incluye a ambos: y no menos el nuestro moderno.
Cuando use la palabra máquina de aquí en adelante me referiré a objetos específicos como la prensa de imprimir o el telar mecánico. Cuando use el término “la máquina” me referiré como una referencia abreviada a todo el complejo tecnológico. Este abarcará el conocimiento, las pericias, y las artes derivadas de la industria o implicadas en la nueva técnica, e incluirá varias formas de herramientas, aparatos y obras así como máquinas propiamente dichas.
 EL MONASTERIO Y EL RELOJ
¿Dónde tomó forma por primera vez la máquina en la civilización moderna? Hubo claramente más de un punto de origen. Nuestra civilización representa la convergencia de numerosos hábitos, ideas y modos de vida, así como instrumentos técnicos; y algunos de éstos fueron, al principio, opuestos directamente a la civilización que ayudó a crear. Pero la primera manifestación del orden nuevo tuvo lugar en el cuadro general del mundo: durante los siete primeros siglos de la existencia de la máquina las categorías de tiempo y espacio experimentaron un cambio extraordinario, y ningún aspecto de la vida quedó sin ser tocado por esta transformación. La aplicación de métodos cuantitativos de pensamiento al estudio de la naturaleza tuvo su primera manifestación en la medida regular del tiempo; y el nuevo concepto mecánico del tiempo surgió en parte de la rutina del monasterio. Alfred Whithead ha recalcado la importancia de la creencia escolástica en un universo ordenado por Dios como uno de los fundamentos de la física moderna: pero detrás de esta creencia estaba la presencia del orden en las instituciones de la Iglesia misma.
Las técnicas del mundo antiguo pasaron de Constantinopla y Bagdad a Sicilia y Córdoba: de ahí la dirección tomada por Salerno en los adelantos científicos y médicos de la Edad Media. Fue, sin embargo, en los monasterios de Occidente en donde el deseo de orden y poder, distintos de los expresados por la dominación militar de los hombres más débiles, se manifestó por primera vez después de la larga incertidumbre y sangrienta confusión que acompañó al derrumbamiento del
Imperio Romano. Dentro de los muros del monasterio estaba lo sagrado: bajo la regla de la orden quedaban fuera la sorpresa y la duda, el capricho y la irregularidad. Opuesta a las fluctuaciones erráticas y a los latidos de la vida mundana se hallaba la férrea disciplina de la regla. Benito añadió un séptimo período a las devociones del día, y en el siglo VII, por una bula del papa Sabiniano, se decretó que las campanas del monasterio se tocaran siete veces en las veinticuatro horas. Estas divisiones del día se conocieron con el nombre de horas canónicas, haciéndose necesario encontrar un medio para contabilizarlas y asegurar su repetición regular.
Según una leyenda hoy desacreditada, el primer reloj mecánico moderno, que funcionaba con pesas, fue inventado por el monje Gerberto que fue después el papa Silvestre II, casi al final del siglo X.
Este reloj debió ser probablemente un reloj de agua, uno de esos legados del mundo antiguo conservado directamente desde tiempos de los romanos, como la rueda hidráulica misma, o llegado nuevamente a Occidente a través de los árabes. Pero la leyenda, como ocurre tan a menudo, es correcta en sus implicaciones y no en sus hechos. El monasterio fue base de una vida regular, y un instrumento para dar las horas a intervalos o para recordar al campanero que era hora de tocar las campanas es un producto casi inevitable de esta vida. Si el reloj mecánico no apareció hasta que las ciudades del siglo XIII exigieron una rutina metódica, el hábito del orden mismo y de la regulación formal de la sucesión del tiempo, se había convertido en una segunda naturaleza en el monasterio. Coulton está de acuerdo con Sombart en considerar a los Benedictinos, la gran orden trabajadora, como quizá los fundadores originales del capitalismo moderno: su regla indudablemente le arrancó la maldición al trabajo y sus enérgicas empresas de ingeniería quizá le hayan robado incluso a la guerra algo de su hechizo. Así pues no estamos exagerando los hechos cuando sugerimos que los monasterios -en un momento determinado hubo 40.000 hombres bajo la regla benedictina- ayudaron a dar a la empresa humana el latido y el ritmo regulares colectivos de la máquina; pues el reloj no es simplemente un medio para mantener las huellas de las horas, sino también para la sincronización de las acciones de los hombres.
¿Se debió al deseo colectivo cristiano de proveer a la felicidad de las almas en la eternidad mediante plegarias y devociones regulares el que se apoderase de las mentes de los hombres el medir el tiempo y las costumbres de la orden temporal; costumbres de las que la civilización capitalista poco después daría buena cuenta? Quizá debamos aceptar la ironía de esta paradoja. En todo caso, hacia el siglo XIII existen claros registros de relojes mecánicos, y hacia 1370 Heinrich von Wyck había construido en Paris un reloj “moderno” bien proyectado. Entretanto habían aparecido los relojes de las torres, y estos relojes nuevos, si bien no tenían hasta el siglo XIV una esfera y una manecilla que transformaran un movimiento del tiempo en un movimiento en el espacio, de todas maneras sonaban las horas. Las nubes que podían paralizar el reloj de sol, el hielo que podía detener el reloj de agua de una noche de invierno, no eran ya obstáculos para medir el tiempo: verano o invierno, de día o de noche, se daba uno cuenta del rítmico sonar del reloj. El instrumento pronto se extendió fuera del monasterio; y el sonido regular de las campanas trajo una nueva regularidad a la vida del trabajador y del comerciante. Las campanas del reloj de la torre casi determinaban la existencia urbana. La medición del tiempo pasó al servicio del tiempo, al recuento del tiempo y al racionamiento del tiempo. Al ocurrir esto, la eternidad dejó poco a poco de servir como medida y foco de las acciones humanas.
El reloj, no la máquina de vapor, es la máquina clave de la moderna edad industrial. En cada fase de su desarrollo el reloj es a la vez el hecho sobresaliente y el símbolo típico de la máquina: incluso hoy ninguna máquina es tan omnipresente. Aquí, en el origen mismo de la técnica moderna, apareció profética-mente la máquina automática precisa que, sólo después de siglos de ulteriores esfuerzos, iba también a probar la perfección de esta técnica en todos los sectores de la actividad industrial. Hubo máquinas, movidas por la energía no humana, como el molino hidráulico, antes del reloj; y hubo también diversos tipos de autómatas, que asombraron al pueblo en el templo, o para agradar a la ociosa fantasía de algún califa musulmán: encontramos las ilustradas en Herón y en AlJazari. Pero ahora teníamos una nueva especie de máquina, en la que la fuente de energía y la transmisión eran de tal naturaleza que aseguraban el flujo regular de la energía en los trabajos y hacían posible la producción regular y productos estandarizados. En su relación con cantidades determinables de energía, con la estandarización, con la acción automática, y finalmente con su propio producto especial, el tiempo exacto, el reloj ha sido la máquina principal en la técnica moderna: y en cada período a seguido a la cabeza: marca una perfección hacia la cual aspiran otras máquinas. Además, el reloj, sirvió de modelos para otras muchas especies de mecanismo, y el análisis del movimiento necesario para su perfeccionamiento así como los distintos tipos de engranaje y de transmisión que se crearon, contribuyeron al éxito de muy diferentes clases de máquinas. Los forjadores podrían haber repujado miles de armaduras o de cañones de hierro, los carreteros podrían haber fabricado miles de ruedas hidráulicas o de burdos engranajes, sin haber inventado ninguno de los tipos especiales de movimiento perfeccionados en el reloj, y sin nada de la precisión de medida y finura de articulación que produjeron finalmente el exacto cronómetro del siglo XVIII.
El reloj, además es una máquina productora de energía cuyo “producto” es segundos y minutos: por su naturaleza esencial disocia el tiempo de los acontecimientos humanos y ayuda a crear la creencia en un mundo independiente de secuencias matemáticamente mensurables: el mundo especial de la ciencia. Existe relativamente poco fundamento para esta creencia en la común experiencia humana: a lo largo del año, los días son de duración desigual, y la relación entre el día y la noche no solamente cambia continuamente, sino que un pequeño viaje del Este al Oeste cambia el tiempo astronómico en un cierto número de minutos. En términos del organismo humano mismo, el tiempo mecánico es aún más extraño: en tanto la vida humana tiene sus propias regularidades, el latir del pulso, el respirar de los pulmones, éstas cambian de hora en hora según el estado de espíritu y la acción, y en el más largo lapso de los días, el tiempo no se mide por el calendario sino por los acontecimientos que los llenan. El pastor mide según el tiempo que la oveja pare un cordero; el agricultor mide a partir del día de la siembra o pensando en el de la cosecha: si el crecimiento tiene su propia duración y regularidades, detrás de éstas no hay simplemente materia y movimiento, sino los hechos del desarrollo: en breve, historia. Y mientras el tiempo mecánico está formado por una sucesión de instantes matemáticamente aislados, el tiempo orgánico -lo que Bergson llama duración- es cumulativo en sus efectos. Aunque el tiempo mecánico puede, en cierto sentido, acelerar o ir hacia atrás, como las manecillas de un reloj o las imágenes de una película, el tiempo orgánico se mueve sólo en una dirección -a través del ciclo del nacimiento, el crecimiento, el desarrollo, decadencia y muerte-, y el pasado que ya ha muerto sigue presente en el futuro que aún ha de nacer.
Alrededor de 1345, según Thorndike, la división de las horas en sesenta minutos y de los minutos en sesenta segundos se hizo corriente. Fue este marco abstracto del tiempo dividido el que se hizo cada vez más el punto de referencia tanto para la acción como para el pensamiento, y un esfuerzo para llegar a la precisión en este aspecto, la exploración astronómica del cielo concentró más aún la atención sobre los movimientos regulares e implacables de los astros a través del espacio. A principios del siglo XVI, se cree que un joven mecánico de Nuremberg, Peter Henlein, inventó “relojes con muchas ruedas con pequeños pedazos de hierro” y a finales del siglo el relojito doméstico había sido introducido en Inglaterra y en Holanda. Como ocurrió con el automóvil y con el avión, las clases más ricas fueron las que adoptaron primero el nuevo mecanismo y lo popularizaron: en parte porque sólo ellas podían permitírselo, en parte porque la nueva burguesía fue la primera en descubrir que, como Franklin dijo más tarde, “el tiempo es oro”. Ser tan regular “como un reloj” fue el ideal burgués, y el poseer un reloj fue durante mucho tiempo un inequívoco signo de éxito. El ritmo creciente de la civilización llevó a la exigencia de mayor poder: y a su vez el poder aceleró el ritmo.
Ahora bien, la ordenada vida puntual que primeramente tomó forma en los monasterios no es connatural a la humanidad, aunque hoy los pueblos occidentales están tan completamente reglamentados por el reloj que constituye una “segunda naturaleza”, considerando su observancia como un hecho natural. Muchas civilizaciones orientales han florecido teniendo poca cuenta del tiempo: los indios han sido en realidad tan indiferentes al tiempo que les falta incluso una auténtica cronología de los años. Todavía ayer, en el centro de las industrializaciones de la Rusia soviética, apareció una sociedad para fomentar el uso de relojes y hacer la propaganda de los beneficios de la puntualidad. La popularización del registro del tiempo, que siguió a la producción sistemática del reloj barato, primeramente en Ginebra, después en Estados Unidos, hacia mitad del siglo pasado, fue esencial para un sistema bien articulado de transporte y de producción.
La medición del tiempo fue primeramente atributo peculiar de la música: dio valor industrial a la canción del taller o al abatir rítmico o a la saloma de los marinos halando una cuerda. Pero el efecto del reloj mecánico es más penetrante y estricto: preside todo el día desde el amanecer hasta la hora del descanso. Cuando se considera el día como un lapso abstracto de tiempo, no se va uno a la cama con las gallinas en una noche de invierno: uno inventa pábilos, chimeneas, lámparas, luces de gas, lámparas eléctricas, de manera aprovechar todas las personas que pertenecen al día. Cuando se considera el tiempo, no como una sucesión de experiencias, sino como una colección de horas, minutos y segundos, aparecen los hábitos de acrecentar y ahorrar el tiempo. El tiempo cobra el carácter de un espacio cerrado: puede dividirse, puede llenarse, puede incluso dilatarse mediante el invento de instrumentos que ahorran el tiempo.
El tiempo abstracto se convirtió en el nuevo ámbito de la existencia. Las mismas funciones orgánicas se regularon por él: se comió, no al sentir hambre, sino impulsado por el reloj. Se durmió, no al sentirse cansado, sino cuando el reloj nos exigió. Una conciencia generalizada del tiempo acompañó el empleo más extenso de los relojes. Al disociar el tiempo de las secuencias orgánicas, se hizo más fácil para los hombres del renacimiento satisfacer la fantasía de revivir el pasado clásico o los esplendores de la antigua civilización de Roma. El culto de la historia, apareciendo primero en el ritual diario, se abstrajo finalmente como una disciplina especial. En el siglo XVII hicieron su aparición el periodismo y la literatura periódica; incluso en el vestir, siguiendo la guía de Venecia como centro de la moda, la gente cambió la moda cada año en vez de cada generación.
No puede sobreestimarse el provecho en eficiencia mecánica gracias a la coordinación y la estrecha articulación de los acontecimientos del día. Si bien este incremento no puede medirse sencillamente en caballos de fuerza, sólo tiene uno que imaginar su ausencia hoy para preveer la rápida desorganización y el eventual colapso de toda nuestra sociedad. El moderno sistema industrial podría prescindir del carbón, del hierro y del vapor más fácilmente que del reloj.
 ***
Lewis Mumford (Flushing, Queens, ciudad de Nueva York, 19 de octubre de 1895 – 26 de enero de 1990, Amenia, estado de Nueva York). Sociólogo, historiador, filósofo de la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense. Se ocupó sobre todo, con una visión histórica y regionalista, de la técnica, la ciudad y el territorio. Destacan en particular sus análisis sobre utopía y ciudad Jardín, aunque tienen mayor resonancia sus obras interdisciplinares, así El mito de la máquina.
Mumford pertenece a ese género de intelectuales que nunca acabó una carrera universitaria y que, además, siempre mostró una postura crítica con la formación oficial, en particular, y con cualquier institución estatal, en general.
Dotado de una vocación autodidacta realmente voraz, Mumford comenzó siendo un crítico de arquitectura y urbanismo, y escribió múltiples libros y artículos sobre dicho tema a lo largo de su dilatada vida. La historia de las utopías, 1922 y Sticks and Stones, 1924, fueron sus primeras obras relevantes en dicho campo, y le supusieron fama inmediata entre toda una generación de arquitectos europeos revolucionarios (Gropius, Mendelsohn…) a quienes sorprendió tanto su juventud como su visión crítica.
No mucho después, Frank Lloyd Wright, acaso el más influyente de los arquitectos norteamericanos de principios del siglo XX, se pondría en contacto con Mumford, ya que éste había expresado en numerosas ocasiones que “sólo Frank Lloyd Wright puede salvar a la humanidad del caos urbanístico al que se aproxima, de un urbanismo mecánico, frígido, aséptico, inhumano”.
Durante décadas, estos dos grandes mantendrían una apasionada relación vía epistolar, en la que Mumford siempre se mantuvo distante, ofreciendo a veces críticas positivas y otras realmente destructivas. Más de una de las depresiones de Wright fueron causadas por la dureza de Mumford: éste era visto por Wright como una especie de padre espiritual, pese a que Mumford era bastante más joven. Dichas cartas fueron publicadas en la obra Wright and Mumford. Thirty years of correspondence, 1999.
Aunque destaque sus análisis sobre la utopía y la ciudad Jardín, sus obras más resonantes, sin embargo, pertenecen a un género interdisciplinar y erudito realmente único en el siglo XX, dónde se dan cita ciencia, tecnología, religión, psicología (psicoanálisis en particular), arte, antropología, estética o biología entre otras. Esto es especialmente evidente en su gran obra final, El mito de la máquina, quizás la última gran obra humanista y totalista del su centuria.
No en vano, Lewis Mumford ha sido tildado de “último humanista del siglo XX” y “erudito entre los eruditos”, si bien su humanismo forma parte de una intensa crítica y renovación de un término que él mismo consideraba caduco en su centuria. Curiosamente, y pese a las admiraciones que suscitó en vida por parte de artistas, políticos, intelectuales, poetas o psicoanalistas, fue un autor bastante olvidado en las décadas finales del siglo XX. Él mismo advirtió que su obra sería relegada al olvido porque causaría humillación y malestar a todo aquél hiperespecialista que intentara leer cualquiera de sus libros o artículos. En ciertos círculos de estudiosos de la arquitectura y el urbanismo siguió siendo obligatorio el conocimiento de este autor. Pero afortunadamente su obra se está recuperando en el siglo XXI en España: y hoy circulan —además de Técnica y civilización—, El mito de la máquina. Técnica y evolución humana y El pentágono del poder, así comoLa ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas, libro recuperado en 2012.
La ciudad en la historia, aparecida en 1961, es su obra más relevante en el campo “urbanístico”, pero se trata más bien de una obra realmente extensa repartida en dos densas partes donde propone una visión de la ciudad como un organismo vivo. Dicho organismo, con su estética, edificios, funciones, política o sociología sólo puede ser comprendida, según Mumford, desde la óptica del filósofo generalista. Por ello, Mumford despliega toda una serie de conocimientos reflexivos y críticos, mezclando historia, filosofía, religión, política, jurisprudencia con arquitectura.
Este proyecto resulta revolucionario no sólo en lo que el título propone, sino en la multitud de tesis particulares introductorias que ponen en duda teorías económicas, históricas y antropológicas consideradas todavía hoy canónicas. Si bien puede ser considerada su obra más influyente (mas no la mejor), los historiadores del urbanismo sólo parecen haber tomado sus secciones más descriptivas, mostrando que la profecía de Mumford (que su obra sería relegada al olvido por su pluralismo nada unidireccional) era verosímil.
Otro notable historiador del urbanismo, A.E.J. Morris, realizó una obra meramente descriptiva y formalista (Historia de la forma urbana) que, aun teniendo en cuenta la línea cronológica básica expuesta por Mumford, olvidaba la principal lección: solo una visión holística desentraña la parte cognoscible de la historia del urbanismo. Cabe destacar que el estilo literario empleado por Mumford en la redacción de esta obra resulta sumamente poético y elegante. Por ello, a veces puede parecer, gratamente, una especie de “ensayo novelesco”.
Pero retrocedamos en el tiempo. A partir del 1934 se ocupó extensivamente de la cultura de las máquinas. En general, el trabajo de Mumford es abundante y exhaustivo, cubre todo tipo de información histórica, y pone en relación las diversas civilizaciones (Asia, Egipto, precolombinas, Occidente en sus distintas fases).
Dentro del enfoque macroestructuralista, se ocupó de cómo determinadas invenciones tecnológicas transformaron radicalmente la sociedad, como es el caso del reloj, que influirá en trabajos posteriores como el de David Landes, Revolución en el tiempo, de 1987.
Técnica y Civilización (1934) -que se tradujo en Buenos Aires, en 1945, lo que facilitó la versión del resto de su obra- es seguramente su obra más representativa y reeditada. Ahí propone quizás su noción más célebre: la “megamáquina”. Con ella describe cómo en el antiguo Egipto, la construcción de las pirámides supuso poner en marcha, además de habilidades constructivas, toda una compleja burocracia organizativa del trabajo. La Segunda Guerra Mundial y el desarrollo de la bomba atómica son ejemplos de esa megamáquina en nuestro tiempo. Mumford consideraba que esta megamáquina encierra grandes peligros y es destructiva y escapa al control de los seres humanos. Su visión pesimista de la tecnología se ha extendido a autores como L. Winner.
Mumford no abogaba por un rechazo a la tecnología sino por la separación entre tecnologías “democráticas”, que son aquellas que están acorde con la naturaleza humana, y tecnologías “autoritarias”, las que son tecnologías en pugna, a veces violenta, contra los valores humanos. Por lo que sostiene la búsqueda una tecnología elaborada sobre los patrones de la vida humana y una economía biotécnica.
Su punto de vista está muy relacionado con la forma de concebir las relaciones humanas y urbanas planteada por los anarquistas clásicos (Kropotkin, desde el pensamiento social o Howard, desde el urbanístico, con su idea de “ciudad jardín” por ejemplo), pero también de los urbanistas canónicos más importantes y clásicos del siglo XX, como Le Corbusier.
Munford también colaboró en la reforma de las new towns inglesas, afrontando la función simbólica y la expresión artística en la vida del hombre. Se le ha relacionado culturalmente con autores como: Patrick Geddes, Ebenezer Howard, Henry Wright, Raymond Unwyn, Barry Parker, Patrick Abercrombie, Matthew Nowicki.
Otros libros relacionados:
El mito de la máquina (2 tomos) – Lewis Mumford
La ciudad en la historia. Sus orígenes, transformaciones y perspectivas – Lewis Mumford
Historia de la técnica. Del descubrimiento del fuego a la conquista del espacio – Carl von Klinckowstroem
Los nuevos poseidos – Jacques Ellul
Cultura y cambio tecnológico: el MIT – Rosalind Williams
Perspectivas de la revolución de los computadores – Zenon W. Pylyshyn (selección y cometarios)
Historia del automóvil – Ilya Ehrenburg
El joven Einstein. El advenimiento de la relatividad – Lewis Pyenson
La obsolescencia del hombre. Vol. I: Sobre el alma en la época de la segunda revolución industrial. Vol. II: Sobre la destrucción de la vida en la época de la tercera revolución industrial – Günther Anders
Autoridad, libertad y maquinaria automática en la primera modernidad europea – Otto Mayr
El libro del reloj de arena – Ernst Jünger

 

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Precio: $400.

William T. Vollmann ha sido frecuentemente comparado con Thomas Pynchon y William S. Burroughs. Las trece historias que se incluyen en este volumen están pobladas de drogadictos y ángeles, skinheads y asesinos religiosos, prostitutas callejeras y fetichistas, marginados sociales y oscuros personajes bíblicos. Ambientadas en entornos tan diversos como la antigua Babilonia, la India y los sórdidos suburbios de San Francisco, estas historias han sido ampliamente calificadas como perturbadoras, imponentes, osadas e innovadoras. Historias del arcoíris lleva de la mano al lector por un mundo que guarda una semejanza hipnótica con nuestras peores pesadillas. Su gran calidad artística confirmó la reputación de Vollmann como uno de los mejores escritores de nuestra época.
William T. Vollmann nació en Los Ángeles en 1959. Cursó estudios universitarios en la Universidad de Cornell, donde se licenció summa cum laude en literatura comparada. Sus novelas incluyen You Bright and Risen AngelsPara Gloria(Muchnik Editores), Historias del mariposa (El Aleph), The Royal FamilyEuropa Central(Mondadori) y cinco entregas de una serie de siete novelas sobre la cuestión del enfrentamiento entre los indios nativos de América y los colonizadores y opresores europeos, publicadas bajo el título genéricoSeven Dreams. Vollmann es también autor de los libros de relatos Historias del arcoírisTrece relatos y trece epitafios (El Aleph) y The Atlas. Ha escrito, además, numerosos ensayos, de los que el único traducido al español es Los pobres(Debate). Su obra ha generado numerosos ensayos críticos a la par que ha recibido varios premios literarios importantes, como el National Book Award y el PEN Center USA West Award for Fiction.

La hoguera pública – Robert Coover

Estado: nuevo.

Editorial: Palido Fuego.

Precio: $450.

Tercera novela de Coover, La hoguera pública fue publicada en 1977, quizá no por casualidad en el bicentenario de la independencia de los Estados Unidos de América. La historia se centra en los sucesos que condujeron a la ejecución de Julius y Ethel Rosenberg. Una inusitada caricatura humana del por entonces vicepresidente Richard Nixon ejerce de protagonista y narrador de la trama principal.
La novela satiriza la política de Guerra Fría de Joseph McCarthy mediante el retrato del “Fantasma” como personificación del comunismo global y de todo aquello que amenaza el estilo de vida americano: un enemigo vago, espantoso y omnipresente. La cara horrenda de la psique americana está caracterizada por la encarnación del Tío Sam, quien siempre que aparece desata un torrente de verbosidad imparable de estilo rústico y malhablado. El New York Times y la revista Time figuran como símbolos de fracaso institucional de los medios de comunicación.
Como era de esperar, la publicación de la novela sufrió de innumerables problemas y retrasos debido al temor de las editoriales a las demandas judiciales. Pese a estas dificultades, La hoguera pública ha recibido un impresionante nivel de atención crítica y se la ha denominado como “quizá la más completa reposición lingüística desde Whitman y (de un modo diferente) Mark Twain… desde Melville ningún escritor se ha zambullido tan profundamente y sin miedo en el ámbito americano como Coover ha hecho en esta novela”. Larry McCaffery la considera la 4ª mejor novela en lengua inglesa del siglo XX, por detrás de Ulises, Pálido Fuego y El arcoíris de gravedad.
Robert Coover nació en Iowa en 1932 y se licenció en Estudios Eslavos en la Universidad de Indiana. Estuvo en la Marina de los Estados Unidos. En 1965 se licenció en Humanidades por la Universidad de Chicago. Es profesor emérito de la Universidad de Brown en Providence, Rhode Island. Su obra es extensa y ampliamente reconocida. Incluye novelas comoThe Origin of BrunistsThe Universal Baseball Association, Inc.La hoguera públicaLa fiesta de Gerald (Anagrama), Pinocchio in Venice y Noir(Galaxia Gutenberg). Sus relatos y colecciones más importantes son Pricksongs and Descants(traducido en España por Seix Barral como El hurgón mágico), Azotando a la doncella(Anagrama), Sesión de cine (Anagrama) yZarzarrosa (Anagrama).
La hoguera pública
William Gass
Están ustedes a punto de leer un libro sobre el Capitán América. Escrito en la década de los setenta, finalmente publicado en 1977, basado en acontecimientos reales e imaginarios acaecidos en junio de 1953, este libro no podría ser más actual, más relevante, no podría dar más «en el clavo» que en este momento.
Antes del caso Watergate y del Whitewater y de todos los otros casos abiertos y cerrados en décadas recientes, ha habido en Estados Unidos numerosas cazas de brujas, procesos políticos, investigaciones del Congreso, filtraciones vengativas de documentos privados, así como oleadas periódicas de acoso general, con sus víctimas y villanos asociados: el caso Sacco-Vanzetti, por ejemplo, el de Alger Hiss, Klaus Fuchs y Harry Gold, las escuchas McCarthy, la terrible experiencia de los guionistas de Hollywood y, entre los más conocidos, el proceso de Julius y Ethel Rosenberg.
Nuestro país abunda tanto en sustos como el día de Halloween. Éstos han venido de casi todos los colores, y las teorías conspirativas no se han limitado a entornos rurales de derechas pertrechados de armas. Ni tampoco han estado nuestros políticos por encima del uso del miedo y la intimidación a fin de ganar votos e influencia política. Los asesinatos se suceden con la frecuencia de ciclos económicos y proporcionan al paranoico numerosas horas de alegres conjeturas. Aunque seguimos desenterrando topos traicioneros de los terrenos de la CIA, la Amenaza Roja ha quedado relegada en buena parte a los cómics de donde surgió. No obstante, nos aferramos al Peligro Amarillo y al temor a varios cultos de lo Impío como los cubanos de Castro, la plaga gay, las Pandillas Callejeras, los Señores de la Droga y los inmigrantes en general. Luego están los Terroristas que nos quitan el sueño, además de todas aquellas naciones gamberras que fabrican armas químicas y planean construir la Bomba, la cual, ahora que ha dejado de dar miedo, sí que pone los vellos de punta.
En La hoguera pública la piel de gallina queda a cargo del Fantasma, quien naturalmente es invisible y ubicuo; y todo oídos. Grandes trozos del libro están narrados por Dick Nixon, vicepresidente con Eisenhower en la época, aunque con un pensamiento y una conversación de más enjundia y elocuencia que las expresadas por el real, ahora que ya hemos leído [las transcripciones de] las cintas y conocemos su estilo. El Dick taimado del libro goza sin embargo de la suficiente hipocresía, autoengaño y oportunismo indicativos de su conexión con el histórico vicepresidente, aunque no lo refuerzan. El Richard Nixon de Coover es un personaje ficticio fértil y maravillosamente interpretado. El Richard Nixon real es una caricatura. Esta es una de las profundas ironías del logro de Coover. A modo de prueba, valga este pasaje en el que Nixon describe su rol de pacificador como segundo al mando de Eisenhower:
Fui el encargado de Eisenhower en los Reservados de los Grupos Políticos, esa fue mi tarea, fui el intermediario político entre los merluzos y los neandertales, tuve que aplacar a los incendiarios, ablandar a los intransigentes, mantener a raya a los machos y a los vaqueros, apaciguar a los cascarrabias y los fanfarrones, fui el mensajero de las reacciones hostiles, el caballo guía, tuve que arreglar las cercas y vendar las heridas. … Supongo que me parezco mucho a Lincoln, quien era un tanto compasivo por una parte y fuerte y competitivo por la otra.
El Nixon supuestamente real no se expresa con frases sino con estallidos e interjecciones. Sus lugares comunes son principalmente escatológicos. Habla como un capo de la mafia. Refiriéndose a Ted Kennedy, Nixon ordena a sus esbirros: «Colocadle uno. Colocadle dos tíos encima. Eso vendrá de perlas. A lo mejor hay suerte y pillamos a ese hijo de perra y lo acribillamos en el 76».
A medida que la novela avanza, el texto nos proporciona abundantes evidencias del carácter traicionero, interesado, embustero de Nixon, y lo haría aunque a Nixon se le hubiera cambiado el nombre por Fred Smith. Al lector no le hace falta conocer el historial de paranoia de Nixon para comprender al Nixon de La hoguera pública. Este Nixon, como el histórico, como los políticos en general, se expresa con frases fáciles, valiéndose de epítetos, si no de índole homérica, sí como mínimo de tal frecuencia. Él necesita engañarse a sí mismo («Me parezco mucho a Lincoln») antes de poder engañar a otros. Pero el registro retórico y la energía de la figura imaginaria, la complejidad psicológica de su personalidad proyectada, alcanzan cotas que superan con creces la consentida majadería soez y el juicio de doble rasero del Nixon histórico.
Lo mismo puede decirse del Tío Sam, ese lábil vendedor de esencia de víbora. Como símbolo americano casi ha sobrevivido a su finalidad de paleto de dedo en ristre poco convincente en carteles de alistamiento; si bien aquí es el prototipo de América, descrito con una docena de jerigonzas deslumbrantes aunque pedestres, y por tanto circenses, figura ubicua de talla superior a la de cualquier otra, mentiroso aunque con arrestos, arrogante como un ponche cargado de alcohol: el contador de cuentos chinos y fanfarrón provinciano, el vendedor de verbo fácil, el voceador de barraca de feria, el político del Cuatro de Julio, el maestro de ceremonias, el párroco itinerante avivador de polémicas, el entrenador animoso, el orador masticaterrones, el domador bravucón, el vaquero pistolero, el educador y predicador condescendiente, el soldado de fortuna ajena, el meloso redentor de almas y profanador de cepillos… todos ellos se encuentran aquí en su lingüística gloria; y se hallará al Sam creado, desde el sombrero de copa a los faldones de la levita, por todos ellos, en un prólogo al estilo de los noticiarios cuya energía satírica y feroz musicalidad sencillamente no tienen parangón en nuestra literatura salvo por bastantes otros pasajes, construidos sobre principios similares, de La hoguera pública.
Esta novela —la historia dentro de la historia— es por consiguiente densa en detalles, sus fragmentos se atraen entre sí como la multitud hacia un accidente (o como la masa a una ejecución); pedazos dispares se transforman de repente en Uno y Macizo y en Movimiento, que es precisamente como ha de ser, pues una narración que se propone inquietar a la historia y a nosotros demostrando el dominio de lo irreal debe sumergirnos en numerosos hechos y figuras —datos danzantes al son del canto de un payaso en el programa radiofónico de conocimientos musicales de Kay Kaiser— porque alrededor de cualquier personaje giran otros doce más y todos los tejemanejes de éstos, cada uno un Jack Benny, un Rochester, un Charlie McCarthy.
Empapada en datos, la fantasía se torna realidad porque, en determinado plano, aquélla es real. Si Nixon va a convertirse en presiden te de su país, entonces tendrá que unirse en naturaleza al Tío Sam; unión por penetración posterior. La lógica de ello es impecable. La voz del cronista, en un recurso que me recuerda a los noticiarios del USA de John Dos Passos, recapitula el estado de la nación y del mundo, describiendo situaciones que son en esencia difíciles de creer si se las examina con rigor. Eisenhower y Nixon juegan al golf en el Burning Tree. ¿El Burning Tree? Nixon es el negado consumado. Puede que el béisbol sea el deporte del americano del montón, pero el golf, y sólo el golf, es el juego del hombre de éxito: presidentes, actores, banqueros, héroes de otros deportes. Éstos dan el golpe de salida… Tiran, lanzan… Embocan… Zampan —sus escoceses con agua— en el hoyo diecinueve… todavía con los zapatos de suelas de clavos puestos. Los hechos, que son mudos, resuenan cuando se inscriben en la ficción y las fantasías, al ser representadas, devienen hechos. De niña, Ethel Greenglass protagonizó un melodrama carcelario. ¿Una obra carcelaria? Lo sigue protagonizando —esto es, mientras leemos—, en el revuelo apenas se le mueve un pelo. Y Richard Nixon se va enamorando poco a poco de la mujer que quiere electrocutar en la plaza de los letreros ardientes llamada Times. Y ella —esta duquesa de la oscuridad—, ella —(le parece a él)—, ella desea —(como él)— alguien a quien amar. Antes de la hora final, él irá a la celda de ella en Sing Sing. ¿Sing Sing? El libro comienza con una cita de la señora Nixon acerca de lo mucho que se divertían dando fiestas, en ocasiones recreando «La Bella y la Bestia». Adivinen quién es la bestia; piensen a quién representa una Ethel trasplantada.
En un momento dado, mientras Nixon trabaja entre papeles dispersos acerca del famoso Caso, se descubre pensando en los nombres de sus protagonistas.
…todos los colores. Curioso. Verde, dorado, rosa… ¿de qué país era esa bandera? Jugué con los nombres de calles, los pseudónimos, los nombres de los abogados, de las personas en los márgenes del drama: Perl, Sidorovich, Glassman, Urey, Condon, Slack, Golos, Bentley. Advertí que las iniciales de los nombres de los cuatro acusados —Sobell, Rosenberg, Rosenberg y Yavkolev— formarían la palabra sorry si no fuese porque faltaba la O. ¿Había otro agente secreto del Fantasma, todavía libre, con esta inicial? ¿Oppenheimer? ¿Oatis?
Elucubrar así puede ser de locos pero común; habitual, cotidiano; sus consecuencias catastróficas bastante conocidas y sin duda predecibles.
Durante toda su carrera, Robert Coover ha tratado de asumir el engaño comercial, las mentiras políticas y los mitos religiosos para sofocarlos mejor. Vacía fábulas y creencias adquiridas como escupideras de uso cotidiano. Su excelente primera novela, The Origin of the Brunists, se ocupa de la creación de un culto milenarista que aguarda el fin del mundo (como aquí una ejecución). En The Universal Baseball Association Inc., J. Henry Waugh, Prop., un deporte zarpa en busca de lo sagrado. Su libro de relatos, Pricksongs and Descants, revienta numerosos clichés culturales, reduciéndolos a jirones de caucho rajado. Luego está su obra de teatro, A Theological Position (obra breve salida a rastras de La hoguera pública), y varias parodias políticas como A Political Fable (o, como yo la prefiero, «The Cat in the Hat for President») la siguen, así como su manipulación de los estereotipos mostrados en las películas de Hollywood (Sesión de cine).
La prosa de Coover es en ocasiones lenta y pausada como una embarcación a vela, va cabeceando por las aguas de la historia, si bien de pronto mete una marcha más rápida, sale pitando y parte hacia las alturas. La dicción sube y baja como un ascensor. Hay plantas para el Arte Elevado, la Religiosidad, el Enredo y la Escatología, así como para el Porno. Los buenos —villanos para los villanos: por ejemplo el magistrado William O. Douglas, quien, con una Opinión, salva, al menos momentáneamente, a los Rosenberg de la hoguera— son sin embargo superados en número. Los abogados campan a sus anchas como manadas de perros salvajes. Los oradores se hinchan de pomposidad y lanzan sus opiniones en cadencias arrastradas fuertemente sureñas. «¡No le encuentro demasiado sentido a enviar hom-bres a Co-RE-a a morir, señor Presidente, mientras que, aquí en CASA, a los espías atómicos se les permite vi-vir!» En la cúspide se encuentra el Tío Sam, quien constantemente trata de estar a buenas con la coacción, la calumnia y la decepción. Al oír su voz, soy consciente de mi amor por el Tío Sam; esto es, por este Tío Sam: una criatura de barrabasadas sin fin.
Los políticos hablan. Les hablan a sus colegas, esforzándose en tratarlos con dureza con verbos y asustarlos con nombres. Discursean, sospecho, en pensamientos, y se oyen a sí mismos elogiarse como es debido en sueños y denunciar con rotundidad la palabrería de los demás charlatanes. Aunque sus palabras llegan a los medios, y siempre hay memorándums en circulación, todavía quedan la conferencia de prensa, los estrados de las convenciones, el reservado cargado de humo y los pasillos del congreso, donde los políticos viven, mienten y farfullan. Apropiada para su temática es, pues, la insistente y lograda oralidad de la prosa de Coover. El lector no puede apresurarse y aun así oír, porque el ritmo de la mendacidad de toda una nación lo marcan sus marchas políticas, los metales de sus grandes bandas, la entonación conmovida de su himno, y las frases de Coover cantan de manera similar, convirtiéndose en otra clase de frase, otra clase de veredicto.
Sea cual sea la justicia de su sentencia final, el proceso Rosenberg fue un proceso espectáculo. Que Coover disponga la ejecución de sus condenados en Times Square apenas si es una exageración. El gusto de la nación se ha rebajado con avidez en la dirección de las ejecuciones públicas —por lo menos cabe que los ofendidos que buscan reparación miren y disfruten—, por lo que la idea de alcanzar la muerte por medio de la iluminación eléctrica a la manera de un letrero luminoso no es tan sumamente satírica como quizá lo fuera antaño. La descripción de la dura prueba de los Rosenberg está llena de detalles hábiles y demoledores. «A Julie ha habido que sacarle dos dientes (el alcaide Denno, con su proceder ahorrativo, se ha asegurado de que se le ponga una simple dentadura temporal)…» Esta estridente y vulgar «silla de Times Square» pretende recordarnos el comportamiento de la Inquisición, que celebraba quemas públicas de manera regular; no por el castigo sino por edificantes propósitos pedagógicos. Con sus vestiduras amarillas y sombreros cónicos [los inquisidores] podrían haber pasado por payasos. La hoguera pública anticipa un carnaval romano, un circo romano, así como una caza de brujas. Sin embargo la ceremonia se adecúa en su mayor parte a la pompa pagana de una doctrina laica. Gertrude Stein declaró en una ocasión, cuando decidió que el General Grant era un líder de la iglesia americana, que «no hay alturas en la religión americana».
El poder, cuando ha de apoyarse en la opinión pública en lugar de sustentarse en policías y ejércitos, se ve obligado a expresarse de distinta manera a como lo hace cuando el secreto y el silencio son sus esbirros. En sus primeros pasos hacia el poder, tanto fascistas como comunistas abrieron sus tribunales a la mirada y la edificación públicas; sin embargo, después, asegurados sus propósitos, tendieron simplemente a hacer que los enemigos desapareciesen en silencio.
En Estados Unidos, el Tribunal de la Opinión Pública ha estado siempre atareado. Ahora, cuando los técnicos de televisión se centran en los procedimientos judiciales, los jueces se pavonean y los jurados se acicalan, mientras que los abogados escuchan el rugido de la multitud y miden sus casos con la cámara, en lugar de medirse con ellos. Las nobles últimas palabras de Vanzetti al tribunal, en referencia a su amigo, Sacco, que probablemente aparecieron en la prensa local, ciertamente no tienen cabida en este caso, porque el proceso Rosenberg fue burgués de cabo a rabo. Fue, en cierto sentido, un asunto familiar. Ya ni siquiera tenemos oídos para palabras como las que Vanzetti pronunció.
Sacco es todo corazón, un amigo, un gran tipo, un hombre; un hombre amante de la naturaleza y la humanidad; un hombre que lo dio todo por la libertad y por su amor a la humanidad: dinero, descanso, ambición mundana, a su propia esposa, sus hijos, su misma persona y su propia vida.
Se ha convertido en costumbre entre los periodistas aderezar las vidas, los crímenes, las condiciones sobre las que escriben con florituras ficticias, pero, hasta hace poco, era inaceptable que los novelistas se ocuparan del presente de manera similar, permitiendo que personas reales recorriesen sus calles ficticias, personas modificadas desde sus roles en la vida real a fin de que sus auténticas naturalezas puedan ser mejor reconocidas. La hoguera pública va más allá. Coloca a personalidades en la pista central de un circo, en la viñeta destacada de una tira cómica editorial, y yo me acuerdo de las feroces imágenes satíricas de Felician Rops, George Grosz, de Hogarth y Daumier, así como de las involuntarias parodias de Horatio Alger. De los defensores de la vida supuestamente real que se preocupan sobre la tajada y la probabilidad de inminentes demandas por libelo.
El manuscrito de Coover ha sufrido tantas vicisitudes como algunos de los personajes de la novela. Con prudencia, el autor muestra una porción de la misma a su editor, el cual se alarma pero se muestra valeroso. De manera que Coover continúa trabajando en el libro, aunque ahora con menos confianza acerca de su recepción final que la que podría considerarse adecuada. De repente, trágicamente, el editor, joven y fuerte al menos moralmente, muere durante un partido de tenis. La hoguera pública se queda sin paladín. Poco después, sin embargo aparece otro editor, lleno de confianza y buen ánimo. La edición del manuscrito progresa sin incidentes. El libro parece listo para su publicación en 1976, convenientemente durante el segundo bicentenario de la nación. Tras completarse la corrección y ser de vuelto a la editorial, el manuscrito cae en un pozo de silencio. Finalmente la verdad es despojada de su atuendo de renuencia. El equipo legal de la empresa tiene miedo y ha nixoneado la publicación de la novela. A él, el Dick Más Temido y Taimado, se le teme por ser un abogado con la piel más fina que la de un condón, y se cree que posee una veta vengativa tan ancha que podría convertirlo en una mofeta. Tras arduas negociaciones, se acuerda someter el manuscrito a la evaluación de un jurado imparcial. Este grupo, encabezado por el decano de la Facultad de Derecho de Columbia, ve algunos problemas potenciales pero dictamina que no son lo bastante serios para impedir la publicación del libro. La virtud parece haber triunfado.
La historia dice —hablando del Burning Tree…— que el cabeza de la editorial estaba jugando al golf con un hierro reglamentario y, mientras recorría la calle (desde luego no mientras estaba en el green), le describió el libro a su abogado. Te meterás en una trampa, se le dijo al cabeza pensante. Puesto que la lealtad del cerebro al partido opositor a Nixon era de sobras conocida, el madero jurídico avisó que el cabeza podía ser demandado por dolo además de por libelo e invasión de la privacidad. La decisión de publicar dio marcha atrás con toda la discreción posible (i.e., sin decírselo al autor) para que el cabeza pudiera recibir, tranquilamente, un premio a la libertad de prensa de manos de los periodistas de Nueva York.
La verdad tuvo que ser arrancada una vez más del anteriormente entusiasta editor, quien puso entonces a Coover a caldo. Por supuesto que el libro no iba a publicarse, porque era una obra innnmoral. Con tres enes. Malo. ¿Por qué? Míralo de este modo, llegó como respuesta; supón que hubiera escrito el libro sobre Eleanor Roosevelt en lugar de sobre Richard Nixon. Al editor, orgulloso de sus motivos —una incongruencia triunfadora—, no le hizo gracia que Coover ofreciese meter a Eleanor.
En su búsqueda de casa, La hoguera pública recorrió una larga y desagradable odisea de una colección de abogados corporativos a otra —de sirena a Circe a Polifemo—, acumulando rechazos: cinco, diez, quince, más; no quedan tantas grandes editoriales como para que tuviese la oportunidad de recibir el no de los abogados en latín. Como un vertido de crudo, los rumores de demandas legales inmediatas comenzaron a contaminar las oportunidades del libro. Los chanchullos se multiplicaron. En ninguna parte se hablaba a las claras. Hasta que por fin un buen editor picó. El teléfono sonó. Bob descolgó. El agente de Bob dio el parte: hay trato. ¿Por qué fue el autor reacio a descorchar la botella en ese momento?
Al cabo de unos minutos… el teléfono volvió a sonar. Bob descolgó, pero el ánimo se le cayó a los pies. El agente de Bob dijo: ya no hay trato. El oído del editor había recibido el cosquilleo de una lengua viperina con otra advertencia legal.
El camino no es un túnel de amor. Lo que se extiende adelante es el Valle del Desaliento y la Tribulación. Quedaba un editor que merecía la pena y Coover le explicó la naturaleza de las amenazas que se habían hecho contra el manuscrito. El director de la compañía editorial, neófito además de sobrino de Alguien Importante, estaba convencido de que el libro no levantaría más que las olas justas y armaría unos cuantos follones en la orilla. Finalmente se pergeñaron contratos que acabaron siendo firmados. Quién tenía que estar de vacaciones durante todos estos avances sino el principal abogado de la firma, quien naturalmente clamó «ruina» cuando se enteró. Sin embargo, ahí estaba aquel deplorable par de firmas. El contrato debía ser honrado. Unos pocos cambios, sobre los que la editorial tuvo que insistir (para conservar su honor), llegaron al buzón de Coover: de seis a diez páginas a un escasamente atractivo único espacio semejante a una invasión de hormigas. La «petición» inicial era que todas las personas vivas fueran eliminadas de la novela. Quizá pudieran ser asesinadas ceremonialmente en Times Square. Pero, de alguna manera, con sigilo para que nadie supiera jamás que habían estado allí.
Tocaba remangarse para discusiones exasperantes. Éstas retrasaron el libro un año. A estas alturas, Coover tenía su propio abogado y el texto se peleó como los campos que rodean Verdún. Uno no tiene que ser autor para imaginarse el estado mental de Coover en aquellos momentos, pues éste ya no podía confiar en las intenciones tras ninguna sugerencia. Entretanto, la 1ª Editorial quiso recuperar su adelanto. La vigente Editorial de Coover —renuente, enfadada y frustrada— no sólo no le adelantaría el dinero necesario (gastado hace una década), sino que amenazó con empobrecerle si él los demandaba, por lo que Coover hubo de pedir prestada contra su exigua hacienda una suma que a cualquiera nos bastaría para vivir un año, deuda que tardó diez en devolver.
Temiéndose un mandamiento judicial, algo que paralizaría la publicación tras haber incurrido en los costes de producción, la firma anunció la aparición de La hoguera pública para agosto/septiembre y, a renglón seguido, la sacó de la casa a empujones durante mayo/junio, momento en que vendió lo bastante durante su primera semana para meterse en la lista de más vendidos del New York Times. Aquello no fue bueno, pues se tenía la sensación de que si este libro infame se empezaba a leer de verdad, la acción legal estaba asegurada. El título de la novela fue eliminado del catálogo de la editorial, no se permitió publicidad alguna y los ejemplares fueron discretamente retirados de las librerías.
De todos modos, lo más probable es que el libro no hubiera sido demandado, aunque —mirada en derredor— ¿qué libro? A éste no se le veía por ninguna parte.
Ahora, por fin, La hoguera pública volverá a salir como la marmota y contemplará su sombra. Y el lector llegará a conocer al verdadero Richard Nixon y entenderá al Tío Sam, el cual, incluso de joven, era
…terso como un olmo sin hojas, ya con perilla y sombrero de copa y ataviado con sus faldones y sus pantalones a rayas, los bolsillos llenos de discursos, patentes y pirotecnia…
y descubrirá cómo se las gasta el mundo por aquí, porque La hoguera pública es una explicación de en qué se ha convertido este país. Es una narración soberbia, convulsa, tachonada de estrellas, y cada una de sus imponentes palabras es cierta.

Una singularidad desnuda – Sergio de la Pava

Estado: nuevo.

Editorial: Palido Fuego.

Precio: $400.

Casi es un abogado neoyorquino, hijo de emigrantes colombianos, que vive en Brooklyn y trabaja en Manhattan como defensor público; y que jamás ha perdido un juicio. Nunca. En Una singularidad desnuda, vemos lo que ocurre cuando su sentido de la justicia e incluso su sentido del yo comienzan a resquebrajarse, y cómo su mundo se transforma. Primera novela del norteamericano de ascendencia colombiana Sergio de la Pava, y narración ambiciosa escrita con una voz diferente y frecuentemente hilarante y con una impresionante empatía por el ser humano, Una singularidad desnuda lleva al lector por un paisaje de crímenes y tribunales, familias emigrantes e infortunios urbanos, brutalidad mediática y sátira de los medios de comunicación, escatología y boxeo, e incluso un atraco apasionante digno de novela de suspense.
La novela expone la vaciedad de las promesas occidentales de justicia e igualdad ante la ley, capturando con su voz el exceso, la desolación y el agotamiento que permea nuestra vida social y cultural de hoy día.
Sergio De La Pava (Nueva Jersey, 1971) es un autor norteamericano. Es hijo de emigrantes colombianos y ejerce la abogacía en Nueva York. Su primera novela, Una singularidad desnuda, fue rechazada por varias editoriales estadounidenses. En 2008 la autopublicó y, ya en 2012, la University of Chicago Press la publicó con gran éxito de ventas y crítica. La novela recibió el premio de la revista Believer en el año 2012, ganó el premio PEN 2013 a la mejor primera novela, y fue finalista del FOLIO Prize británico en 2014. La crítica lo ha comparado con Thomas Pynchon, David Foster Wallace y William Gaddis. Además de Una singularidad desnuda, ha publicado Personae (2011), novela cuya traducción al español será publicada por Penguin Random House Colombia.

Boxcar Bertha. Autobiografía de una hermana de la carretera – Ben Reitman

Estado: nuevo.

Editorial: Pepitas de Calabaza.

Precio: $350.

Forjada por trabajadores migrantes «autóctonos», vertebrada por el ferrocarril y por la posibilidad de viajar escondidos en los vagones de mercancías, a finales del siglo xix y principios del siglo xx se desarrolló en Estados Unidos toda una contracultura, una auténtica contrasociedad dotada de sus instituciones, sus saberes legales —y sobre todo ilegales—, su jerga y sus taxonomías: la cultura hobo, la «Hobohemia».
Con capital en Chicago y extendiendo su radio de influencia entre el medio oeste y el oeste de los Estados Unidos, todo un ejército de pobres, a los que no les faltaban las ganas de vivir y de adquirir conocimientos, se organizó en una sociedad paralela de la que apenas quedan algunos vestigios folclóricos y cuya autonomía fue «aniquilada» por el asistencialismo social en los años treinta.
A pesar de que no es raro ver un hobo que se cuela como personaje secundario en los productos culturales importados desde Norteamérica, y de que el propio Martin Scorsese realizó una adaptación más que libre de Boxcar Bertha en su segunda película (Bertha, la hermana de la carretera, 1973), la «Hobohemia» es un fenómeno muy poco conocido: son escasos los que hasta la fecha, en nuestro idioma, se han hecho eco de su fuerza, su riqueza, sus raíces, sus alianzas y sus proyecciones posteriores.
En este texto, original de 1937, Ben Reitman narra la vida de Bertha Thompson, una mujer que fue prostituta, ladrona, reformadora, trabajadora social, revolucionaria… Y con los hilos de esta biografía, Reitman dibuja los entresijos del movimiento hobo, ofreciéndonos así tanto una panorámica de conjunto como una visión íntima, y no exenta de reflexión, del maremágnum de vagabundos, delincuentes, radicales y revolucionarios que poblaban los márgenes de la sociedad norteamericana de principios del siglo xx.
Ben Reitman nació en Saint Paul, Minnesota, en 1879 y murió en Chicago en 1943. En cierta ocasión dijo de sí mismo: «Soy americano de origen, judío de nacimiento, bautizado de adopción, profesor y médico de profesión, cosmopolita por elección, socialista por inclinación, célebre por accidente, vagabundo por el peso de veinte años de experiencia y reformador por inspiración».
Conocido como «El rey de los hobos», fue uno de los pilares de la «Hobohemia», se convirtió en el médico de los mendigos y trotamundos, y se pasó media vida cuidando de las prostitutas, entre ellas las explotadas por Al Capone. Practicó abortos clandestinos, militó a favor de las políticas maltusianas y fue más un reformador social que un revolucionario. Con los años se convirtió en una figura destacada de la vida intelectual de Chicago.
Es conocida su relación con Emma Goldman, de la que fue colaborador y amante durante nueve años. Tras un largo periodo de separación, poco antes de morir, Emma le dedicó estas líneas: «Habría echado en falta conocer a una criatura tan exótica y primitiva como tú. Siempre le he dicho a todo el mundo lo trabajador que eras, el único de todos los hombres que he conocido, de hecho, que se habría consagrado por completo a la tarea y a los fines que constituían el más poderoso motivo de mi vida».

Gente, años, vida (Memorias 1891-1967) – Ilya Ehrenburg

Estado: nuevo.

Editorial: Acantilado.

Precio: $1000.

El nombre Iliá Erenburg se relaciona, en primer lugar, con el intelectual que colaboró sin reservas con el régimen soviético, y, en segundo lugar, con su amigo Vasili Grossman, con el que escribió, en colaboración con terceros, el terrible El libro negro. Novelista criticado en su país, en 1932 aceptó ser corresponsal del Izvestia en París, convirtiéndose en un relevante periodista oficial que describía a Stalin como «un capitán que permanece junto al timón … con el viento de costado, mirando la oscuridad profunda de la noche … con un enorme peso sobre sus hombros». Sus memorias, escritas al final de su vida y que hoy presentamos por primera vez íntegras al lector español, son un documento de primer orden para conocer aspectos fundamentales de la convulsa historia del siglo XX. Aunque incómodas para el régimen soviético (hasta 1990 no fueron editadas enteras y sin censura), no dejan de ser los recuerdos de alguien que, en su relación con los más relevantes intelectuales europeos, intentó atraerlos a la propaganda del comunismo. Y, a su vez, fueron también, como recuerda Nadiezhda Mandelstam, «el único de sus libros que desempeñó un papel positivo en su país», porque—afirma—abrió los ojos a una minoritaria intelligentsia.
Iliá Ehrenburg (Kiev, 1891 -Moscú, 1967), activista, novelista, poeta y periodista, dedicó su vida a la propaganda. Como corresponsal soviético en París, frecuentó a los artistas e intelectuales más destacados del siglo pasado. Sus memorias, Gente, años, vida, son un documento de primer orden, fundamental para entender momentos decisivos del siglo XX.

Shakey. La biografía de Neil Young – Jimmy McDonough

Estado: nuevo.

Editorial: Contra.

Precio: $450.

Neil Young es uno de los músicos más relevantes de la historia del rock. Su prolífico talento ha producido más de cincuenta álbumes y cuatrocientas canciones, entre las que se encuentran algunas de las más imperecederas de todos los tiempos: «Like a Hurricane», «Tonight’s the Night», «Down by the River», «The Needle and the Damage Done», «Old Man», «Rockin’ in the Free World», «Southern Man», «Cinnamon Girl», «Cortez the Killer», «Hey Hey, My My», «After the Gold Rush», «Heart of Gold» y un larguísimo etcétera…
Jimmy McDonough, admirador a ultranza de Young, consiguió establecer una relación privilegiada con el músico, venciendo infinidad de resistencias y barreras, y se embarcó en un proceso de documentación exhaustivo y meticuloso que le llevaría casi diez años y no pocos quebraderos de cabeza, entre los cuales destaca la reacción adversa de Young al leer la biografía, cuya publicación trató de impedir a toda costa. Alejado de la hagiografía y de la previsible retórica de la mayoría de biografías de músicos, McDonough logró no solo ofrecer un retrato feroz del canadiense —mostrando en toda su crudeza tanto su carácter errático, brutal y desconcertante como la esencia de su singular talento para componer canciones y una generosidad nada autocomplaciente—, sino que consiguió plasmar de manera apasionada e intensa cuatro décadas de rock por las que brillan con luz propia, además de Young, prácticamente la totalidad de sus allegados, colaboradores y tanto los músicos de su generación como los que recogieron el testigo de su talento.
Neil Young, nacido en Canadá en 1945 en el seno de una familia desestructurada, padeció de muy joven la polio, que lo dejaría marcado física y psicológicamente. Muy pronto empezó a aflorar una pasión por la música que lo llevaría a los veinte años a liderar la primera de sus míticas formaciones, Buffalo Springfield. No tardaría en empezar a grabar en solitario y con la superbanda de estrellas Crosby, Stills & Nash, colaboración que lo llevó a la fama mundial, aunque también suscitó innumerables tensiones fruto de la confrontación de egos, muchos de ellos enardecidos por las drogas y la pulsión creativa. Un Young cada vez más ermitaño, esquivo y atormentado por los frecuentes ataques de epilepsia, que lo dejaban destrozado, fue encontrando progresivamente su voz, sobre todo cuando se unió a los erráticos Crazy Horse, banda con la que ha compartido algunos de sus mejores momentos. Sin embargo, más allá de los datos oficiales, de los éxitos sobradamente conocidos, McDonough también desvela la parte más oscura de Young, sus fracasos amorosos, su lucha por ayudar a sus dos hijos con parálisis cerebral o su inveterada tendencia a desaparecer sin dar explicaciones y dejar a todo el mundo colgado…
La heteróclita e imprevisible obra de Young es una de las más originales y arriesgadas de todos los tiempos. Su estilo ha basculado de una obsesiva atención por el detalle y la producción minuciosa a la búsqueda del momento mágico de la interpretación en directo sin apenas filtros de producción o ensayos previos. En 1995 entró en el Salón de la Fama del Rock y sigue al pie del cañón, reinventándose con cada disco, fiel a su máxima «es mejor quemarse que apagarse lentamente».

Energy Flash. Un viaje a través de la música rave y la cultura de baile  – Simon Reynolds

Estado: nuevo.

Editorial: Contra.

Precio: $450.

En su doble faceta de historiador y «observador participante», crítico musical y fan, intelectual y noctámbulo, Simon Reynolds ha escrito el que está considerado como el mejor libro sobre la cultura de baile y la música rave. En esta edición ampliada de ENERGY FLASH, el autor de Retromanía Postpunk: Romper todo y empezar de nuevo entrega el que probablemente sea su mejor y más ambicioso ensayo.
Desde los orígenes de la cultura de baile con el sofisticado techno de Detroit, el hedonismo toxicómano del house de Chicago y el fervor bacanaliano del garage de Nueva York, pasando por la eclosión del acid house y el rave en el Reino Unido a finales de los ochenta, que nacieron de la cultura balearic importada de Ibiza, de la proliferación de pastillas de éxtasis y de las primeras fiestas ilegales en naves industriales, Reynolds da cuenta de la explosión de un nuevo tipo de cultura hedonista propulsada por las drogas que dará lugar a una de las grandes revoluciones de la historia de la música. Con sus infinitas ramificaciones, géneros y subgéneros, la cultura rave muta a la misma velocidad con la que las drogas que frecuentan cada escena lo hacen en el metabolismo de sus actores. Reynolds retrata con una intensidad y brillantez inusitadas algunos de los movimientos musicales más locos y perturbadores de todos los tiempos: Madchester, el hardcore británico, la escena de raves del entorno Spiral Tribe, las radios piratas, el advenimiento del jungle y su frenesí polirrítmico, el particular y exacerbado rave estadounidense, el furor del gabba belga, el narcotizado trip hop, el trance… hasta llegar a la dispersión genérica del postrave, cuyas variantes estilísticas han estallado en infinitas y heteróclitas direcciones, como el dubstep o la EDM.
A partir de entrevistas con algunos de los principales productores, DJ y personajes clave de cada escena —Juan Atkins, Derrick May, Carl Craig, Paul Oakenfold, Richard D. James (Aphex Twin), Goldie, Tricky, Jeff Mills, Richie Hawtin, DJ Shadow, entre muchos otros—, Reynolds revela y analiza con un estilo trepidante, conceptualmente exuberante y sazonado de algunos de los mejores pasajes de la literatura musical las claves creativas de la música y la cultura rave, con especial énfasis en la faceta más hardcore, hedonista y toxicómana.
ENERGY FLASH es un libro sobre algunos de los sonidos más radicales de la música de los últimos treinta años. Reynolds es un maestro cuando se trata de aprehender el espíritu y la intensidad de untrack, y el libro es una mina inextinguible que nos descubre los tesoros mejor guardados del underground más reciente.

La gran depresión medieval: siglos XIV-XV. El precedente de una crisis sistémica – Guy Bois

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad de Valencia.

Precio: $450.

En el otoño de la Edad Media la sociedad europea se vio inmersa en una crisis general que tuvo sus manifestaciones más dramáticas en epidemias y guerras devastadoras, en una agudizada conflictividad social y en la disminución de las actividades económicas.
Las causas de esta espiral depresiva, más allá del impacto de las coyunturas catastróficas, hay que buscarlas en el bloqueo y la posterior crisis del sistema feudal. En este sentido, las manifestaciones de la gran depresión no se limitaron a la esfera económica, sino que ponían de manifiesto un verdadero proceso de descomposición social: el repliegue de los distintos grupos en defensa de sus intereses, el aumento masivo de la exclusión, la violencia y la corrupción generalizadas y, finalmente, la irrupción de lo irracional en el orden intelectual. Unos signos inquietantes, análogos los cuáles se pueden observar en el mundo contemporáneo, que el autor explora desde una actitud rigurosa y crítica alejada de los convencionalismos académicos.

Y el asno vio al ángel – Nick Cave

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad de Valencia.

Precio: $500.

Y el asno vio al ángel es una novela que no podrá olvidar ninguno de sus lectores. Su personaje principal, Euchrid Eucrow, es el producto de varias generaciones incestuosas de consumidores de aguardiente. Con malformaciones físicas y mudo de nacimiento, pero poseído por una sensibilidad fuera de lo común, que oculta bajo una simpática e indestructible fanfarronería: vive en una aislada comunidad de cultivadores de caña dominada por una estricta y peculiar secta religiosa, los ukulitas. Subyugado por las manías y obsesiones, en ocasiones terroríficas y a veces hilarantes, de una madre monstruosa y un padre medio psicótico, y por la constante mofa del resto de la comunidad, Euchrid aprende a encontrar refugio en un mundo propio, el del corazón de la ciénaga en los confines del pueblo. Pero incluso ese cobijo seguro le es negado, y cuando su sensación de soledad y de resentimiento acaba volcándose sobre una impostora inocente pero privilegiada, aceptada en el seno de la comunidad ukulita, Euchrid va hundiéndose gradualmente en el autoengaño y en la demencia, culminando con un acto que deja caer sobre él la terrible venganza del valle.Pese a ser la primera y única novela, hasta la fecha, del cantante pop australiano Nick Cave, miembro fundador del legendario grupo de rock “The Birthday Party” y de su actual banda “The Bad Seeds” además de colaborador musical del director alemán Wim Wenders en su película “El cielo sobre Berlín”; la historia de Euchrid, con sus pasajes épico-bíblicos, sus milagros, visiones y digresiones obsesivas, es una comedia macabra, profundamente mordaz, tramada con brillantez y asombrosamente escrita.

Big Bang – Simon Singh

Estado: nuevo.

Editorial: Montesinos.

Precio: $500.

Albert Einstein dijo en cierta ocasión que “lo más incomprensible del universo es que sea comprensible”. Simon Singh cree que genios como Einstein no son los únicos capaces de entender los mecanismos físicos que subyacen en la historia de la formación del universo. A cierto nivel, todos podemos entenderlos. Además de explicar en qué consiste realmente la teoría del Big Bang, este libro explica las razones por las cuales los cosmólogos creen que dicha teoría es una buena descripción del origen del universo. El libro también nos cuenta la historia de los brillantes y en ocasiones excéntricos científicos que elaboraron la teoría del Big Bang enfrentándose a la idea establecida de un cosmos eterno y sin cambios.
Todo el mundo con un mínimo interés por la cosmología ha oído hablar de la teoría del Big Bang, pero ¿cuántos pueden afirmar que realmente la entienden? Con la claridad que le caracteriza y con un estilo narrativo sembrado de anécdotas sobre las historias personales de quienes han contribuido de un modo u otro a nuestra comprensión del origen del universo, Simon Singh ha escrito para el lector no especializado la historia de la que seguramente es una de las teorías científicas más importantes de todos los tiempos. Introduciendo una a una las diversas piezas de este rompecabezas científico, Singh empieza por el principio, con los primeros mitos y leyendas sobre la creación del mundo; luego pasa por los grandes filósofos y científicos de la antigüedad (Eratóstenes, Ptolomeo, Aristóteles), por los grandes nombres de la ciencia renacentista y moderna (Copérnico, Kepler, Galileo, Newton) hasta llegar a los científicos y astrónomos modernos (Einstein, Hoyle, Hubble, etc.). Pero el libro no es solamente un exhaustivo relato cronológico de una idea cosmológica; es también una exposición de cómo se desarrolla el pensamiento científico y cómo las nuevas ideas surgen de las viejas: vemos así cómo evoluciona la propia idea del Big Bang, desde la noción casi puramente intuitiva y sin una base empírica que la confirmase de Lemaître, según la cual el universo empezó con la explosión de una especie de átomo primordial, hasta el triunfo final de la teoría tras una serie de conclusiones lógicas corroboradas por la evidencia observacional aportada, entre otras, por la radioastronomía y la espectrometría.

La hoja plegada – William Maxwell

Estado: nuevo.

Editorial: Libros del Asteroide.

Precio: $350.

En los suburbios del Chicago de los años veinte, dos chicos inician una insólita amistad: Lymie Peters, un muchacho escuchimizado y un poco patoso que saca siempre buenas notas, y el recién llegado Spud Latham, un auténtico atleta y estudiante mediocre. Spud acepta la devoción de Lymie sin cuestionarla, pero al terminar el instituto y comenzar la universidad, aparecen las primeras tensiones entre ellos. Lymie es el primero en conocer a Sally Forbes, pero ella se enamorará de Spud; este hecho marcará el inicio del distanciamiento entre los dos amigos. Pero la ruptura es más de lo que Lymie podrá soportar.
Si en Vinieron como golondrinas Maxwell -el histórico editor del New Yorker y uno de los grandes de la literatura norteamericana del XX- elaboró un conmovedor retrato de la infancia y primera adolescencia, en La hoja plegada demuestra la misma sensibilidad y agudeza en mostrar el paso de la juventud a la edad adulta.
William Maxwell (1908-2000) nació en una pequeña ciudad del estado de Illinois (EE.UU.). Cuando tenía apenas diez años su madre murió de gripe, episodio que le marcará durante toda su vida. Posteriormente su padre se volvió a casar y la familia se instaló en Chicago. Estudió Periodismo en la Universidad de Harvard, y en 1937 comenzó a trabajar como editor de ficción en The New Yorker, donde permaneció durante más de cuarenta años en los que ayudaría a orientar la prosa y las carreras de autores como J. D. Salinger, John Updike, John Cheever, Flannery O’Connor o Eudora Welty. Para muchos de ellos Maxwell era, a la vez, el lector y el editor ideal, de quien destacaban su educado carácter y su rigor compasivo.
Paralela a su carrera como editor, Maxwell desarrollaría una obra exquisita compuesta por seis novelas: Bright Center of Heaven, Vinieron como golondrinas, La hoja plegada, Time Will Darken It, The Chateau y Adiós, hasta mañana; seis libros de cuentos; un libro de memorias, Ancestors; y una recopilación de reseñas y ensayos literarios.

La ciudadela interior. Introducción a las Meditaciones de Marco Aurelio – Pierre Hadot

Estado: nuevo.

Editorial: Alpha Decay.

Prólogo: Arnold I. Davidson.

Precio: $450.

En las apasionantes páginas que componen La ciudadela interior, Hadot deja constancia de cómo las Meditacionesde Marco Aurelio se insertan en la tradición de los ejercicios espirituales que, como el filósofo francés ha demostrado a lo largo de su obra, puede recorrer la larga distancia que va de los filósofos griegos hasta Foucault. En sus propias palabras, las Meditaciones son el libro de un hombre de acción, que busca la serenidad porque es la condición indispensable de la eficacia. La ciudadela interior nos enseña cómo el aprendizaje del dominio de las propias pasiones puede ser la base para gobernar todo un imperio.
Con la escritura de sus Meditaciones, Marco Aurelio desarrolló una disciplina interior que le permitió llevar a término un gobierno de la ciudad desde una perspectiva filosófica, cuya principal tarea no era velar por el propio interés, sino aplicar la justicia en la medida de lo posible. La ciudad se convierte así en un símbolo del alma del filósofo, de modo que su gobierno es inseparable de su praxis espiritual. Las preguntas y los planteamientos que propone Pierre Hadot en La ciudadela interior son, en nuestra época, más que nunca actuales y de gran interés cultural para todo aquel que, en un momento de severa crisis económica, busque en la filosofía antigua como en la moderna una forma de vida de lo más plena. Par tiendo de la conocida frase de Marco Aurelio «¿Qué puede guiar a un hombre? Una única cosa: la filosofía», Hadot nos enseña (tal y como demostró en La filosofía como forma de vida) que hacer filosofía no consiste en resolver problemas abstractos, sino en mejorar nuestra misma forma de vivir.
Pierre Hadot (París, 1922 – Orsay, 2010) fue un helenista y filósofo, y uno de los primeros autores franceses en escribir sobre Wittgenstein. Su defensa de la filosofía como forma de vida influyó profundamente a Michel Foucault. Su Plotino o la simplicidad de la mirada (Alpha Decay, 2004) es una de las obras más bellas jamás escritas sobre el fundador de la estética y la mística en Occidente. La filosofía como forma de vida (Alpha Decay, 2009) recibió una muy calurosa acogida por parte de la crítica y de los lectores de nuestro país.

La formación de la clase obrera en Inglaterra – E. P. Thompson

Estado: nuevo.

Editorial: Capitán Swing.

Prólogo: Antoni Domènech.

Prefacio: Eric Hobsbawm.

Precio: $500.

Publicado en 1963, La formación de la clase obrera en Inglaterra es probablemente la obra de historia social inglesa mas imaginativa de posguerra. Sin duda se trata de uno de los libros de historia más influyentes del siglo XX, y está dotado de una extraordinaria calidad histórica y literaria. E. P. Thompson muestra cómo la clase obrera participó en su propia gestación y recrea la experiencia vital de personas que sufrieron una pérdida de estatus y libertad, fueron degradadas y aún así crearon una cultura y una conciencia política de gran vitalidad.
La obra estableció la agenda para la “nueva historia social” de las décadas de 1960 y 1970, influyendo sobre muchos historiadores y académicos de otras áreas. Ya en el prefacio, Thompson anotaba las ideas que guiarían a varias generaciones de historiadores: la clase es una relación más que una estructura o una categoría; la clase trabajadora se forjó a sí misma; existía un potencial revolucionario en dicha clase; y, quizás lo más importante, que la responsabilidad de los historiadores era la de “rescatar” a la gente ordinaria del pasado, especialmente aquellos que habían sido derrotados, de la “enorme condescendencia de la posteridad”.
El historiador e intelectual británico influyó decisivamente en el pensamiento marxista británico, separándolo del europeo y dándole carácter propio, dentro de lo que se conoce como socialismo humanista. Comprometido políticamente con la izquierda y el pacifismo, formó el Grupo de Historiadores del Partido Comunista junto a Christopher Hill, Eric Hobsbawm, Rodney Hilton, Dona Torr y otros; que tuvo un papel clave en los comienzos de la corriente conocida como Nueva Izquierda a finales de los años cincuenta.
Su producción se centra en la historia social, sobre todo en el movimiento obrero de la Inglaterra de la Revolución industrial. Prolífico ensayista y articulista, publicó influyentes biografías como las de William Morris y William Blake. Su obra esencial es La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), donde revisa la interpretación marxista tradicional desde un materialismo histórico no dogmático; aunque también son destacables otros muchos libros y artículos como La economía moral de la multitud en Inglaterra (1979), donde reclama para el estudio de la sociedad la misma metodología que emplea la antropología cultural en el estudio de las sociedades primitivas.

La conquista de lo cool. El negocio de la cultura y la contracultura y el nacimiento del consumismo moderno – Thomas Frank

Estado: nuevo.

Editorial: Alpha Decay.

Precio: $450.

Thomas Frank (1965) es escritor y periodista. Ha ejercido como columnista en el New York Times, Harper’s, The New Republic, The New York Review of Books y Le Monde Diplomatique. Fundador del periódico satírico-político The Baffler, en sus escritos explora la retórica y el impacto de las “guerras culturales” de la vida política americana así como la relación entre política y cultura en los Estados Unidos. Ha publicado los libros ¿Qué pasa con Kansas? y One Market Under God, entre muchos otros. Vive en Washington.
“Nos imaginamos rebeldes… y no lo somos”
Federico Lisica
“Estoy viviendo mis días como si no hubiese mañana, porque no lo hay”, asegura Don Draper, el personaje principal de Mad Men. Pese a haber escrito un libro sobre el mundo de la publicidad en los ‘60, Thomas Frank asegura no haber visto ni un capítulo de esta serie. Y es por un simple motivo: “Me haría muy infeliz. ¿Cómo te sentirías si publicás un ensayo y después aparece un programa centrado en esa época, que toca los mismos temas que vos, y nunca te consultaron?”, dice entre carcajadas. Al leer La conquista de lo cool (Alpha Decay), uno se da cuenta de que la publicidad sí tuvo un mañana. Frank lo explica con films, revistas, bandas y spots. Lo jugoso es que para Frank, el aliado más notable de la publicidad vino del bando contrario: la contracultura. Todas las banderas levantadas por la cultura rock fueron cooptadas por el marketing, al punto que una y otra convalidan el conformismo. Considerado uno de los críticos más lúcidos de la Generación X, Frank reservó algunos cartuchos en esta charla con el NO.
–¿Cuál es el punto exacto en el que la contracultura se encuentra con lo cool?
–Creo que se trata de eso: lo cool es anterior a la contracultura, que está muy ligada a los ‘60, pero una y otra se fusionaron más que bien.
–¿Cuáles fueron las emociones que motivaron el libro?
–Todos los libros vienen del presente. Y ese presente era lo alternativo de los primeros ‘90. Estaba muy metido en el indie rock. ¿Querés escuchar algo simpático? Yo dirigía la radio de la universidad a la que iba, en Chicago. Tenía un programa sobre punk y llegué a conocer a Nirvana. Poníamos Bleach, íbamos a verlos cuando tocaban cerca, tengo muy presente cuando salió Nevermind. Voy a la radio y veo la grilla de los discos más vendidos: Nirvana había desbancado a Michael Jackson del número 1. Algo grande había pasado. En ese momento no sabía bien qué. Porque era gente que conocíamos y Michael Jackson no era concebible siquiera como humano. ¿Cómo carajo había pasado eso? Era muy emocionante para todos los involucrados: bandas, seguidores, periodistas. Y terminó siendo un completo desastre. Cada ciudad quiso convertirse en Seattle, algo completamente ridículo. Y ahí lo tenías: cooptación. Me intrigó comprender la forma en que aquello de lo que yo había sido parte estaba siendo aceptado sin problemas por el mercado. Así que empecé a averiguar sobre la historia de la cooptación y me focalicé en el cooptador, más que en el cooptado: la industria publicitaria. No me interesó verla como un villano sino comprender cómo es que tomó las ideas de contracultura para su provecho.
–Bajo esa lógica, ¿el rock fue sólo la banda de sonido de los ‘60 o fue algo más?
–Buena pregunta. Obviamente que la contracultura fue más que música. El rock es una de las partes más importantes, pero no es toda la historia. Ir a Woodstock no fue lo mismo que participar de la lucha por los derechos civiles, por más que muchísimos estadounidenses se confundan.
–¿Qué músicos son significativos para entender ese momento?
–Siempre he sido un poco escéptico con Bob Dylan, pero hubo gente que cruzó los límites, como MC5. Aparecieron en medio de las grandes revueltas de la convención demócrata del ‘68, tenían su manifiesto y demás. En el otro extremo, hay bandas como The Monkees, fabricados por una cadena televisiva, pero que tenían que ver con ese mentado espíritu de cambio. Y, de hecho, ¡tenían buenas canciones!
–En los últimos años retornó un término que trabajás en tu libro: hipster. ¿Cuántas diferencias hay entre el de ayer, que describió Norman Mailer en El negro blanco, y el de hoy? En tu libro no parecen tantas…
–Hoy el hipster está en todos lados. Y es cierto, tiene una fortísima relación con el consumo. Hoy tienen sus lindos vegetales y sitios web como Tumblr. Lo interesante de Norman Mailer es que los exaltaba, para él eran algo muy especial y bello. Lo que continúa permanente es esa idea de falsa vanguardia.
–¿Qué conceptos son los que más aparecieron durante la investigación?
–La figura del rebelde. Y toda una serie de frases pegajosas como “sé vos mismo” o “no te conformes”. Esa es una de las cosas más interesantes: la publicidad abrazó ideas que iban contra ella misma. Lo hizo muy inteligentemente, porque al fin y al cabo te siguen vendiendo sus porquerías.
–Analizás films como Forrest Gump para dar con los ‘60, pero desde otro momento. ¿Ha cambiado el enfoque sobre esa década en los últimos años?
–La idea de Forrest Gump con el militante es tremendamente conservadora, lo muestran como un monstruo. Pero al mismo tiempo la película se conmueve por sus figuras y la música de esa era. De allí en más, Estados Unidos se volcó a la derecha. El otro día estaba en Kansas, una parte muy conservadora del país, y en cada lugar sonaban las radios de rock clásico. Salía de las casas, de los shoppings y de los autos. Aunque en un sentido político todo sea diferente, se escucha la música de entonces. Una clase de contradicción muy estadounidense: nos imaginamos rebeldes y no lo somos.
–En el libro se nota el respeto que tenés por los ‘60. ¿Qué fue lo mejor y lo peor del período?
–Por supuesto que no soy despreciativo. Hubo gente honesta que trató de cambiar el mundo a su alrededor. Pero el poder económico les ganó. Lo de la música es muy interesante. ¿Cómo es posible qué sigamos escuchando esos temas? Vuelvo a lo de Kansas, las fábricas están cerrando, hay bastante pobreza, pero suenan los ‘60. Es como estar preso de esa época. Las radios de rock clásico tienen un playlist fijo y no pasan otra cosa: Led Zeppelin, The Who, Rolling Stones, The Eagles, Grand Funk Railroad. Nada de Buddy Holly, ni música de los ‘80, ni punk rock. Es un perímetro muy fijo del que no se mueven. Es como una pesadilla, un paisaje del que no podemos escapar. En los ‘60 se sentaron las bases para lo que vino después en creatividad y también en conformismo. Tenemos esta ilusión de que la libertad es escuchar rock clásico y comprar tal o cual producto. Esa es la gran tragedia.

Cruzar California – Adam Langer

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de Liar.

Traducción: Javier Calvo.

Precio: $250.

Estamos a principios de los años ochenta: en Teherán languidecen cincuenta y tres norteamericano tomados como rehenes por los chicos del ayatolá Jomeini; en un barrio de Chicago, un puñado de jóvenes se asoma a la vida por hacer y un puñado de adultos arrastra la vida hecha esperando un indulto contra las sentencias del tiempo. Los primeros están construyendo certezas que los segundos ya necesitan destruir, unos escapan a tientas de la adolescencia y otros parecen regresar a ella: todos, sin embargo, sucumben ante la amarga ironía de un futuro siempre añorado mientras Adam Langer los observa con humor y sin piedad, aunque también sin ira.
La avenida California que divide en ese barrio a los judíos pudientes de los judíos menesterosos sirve en esta obra como cauce metafórico por el que fluyen las peripecias de tres familias durante los cuatrocientos cuarenta y cuatro días de la crisis iraní. Esas familias alimentan la corriente principal (o torrencial) de un relato que crece, se multiplica y desborda para tejer una intrincada red de subtramas a medida que los personajes se van cruzando con la madeja de cada pequeña historia a la espalda. Pero la fuerza, la implacable vitalidad de esta novela, no sólo radica en la meticulosa (casi neurótica) orquestación de sus mil afluentes: llevando hasta el límite la mejor tradición literaria de su ciudad natal (la de Bellow, entre otros), Adam Langer despliega una pericia casi inquietante para la detección de detalles elocuentes, la evocación de atmósferas extraviadas y la disección de angustias, ridículos, delicias, absurdos, anhelos o turbaciones. Abandonad toda esperanza porque su nostalgia es cruel y sus afectos implacables.
Adam Langer nació y se crio en Chicago, pero ahora vive en Manhattan con su mujer, su hija, un perro y dos palomas que se arrullan sobre el aire acondicionado. Tras el éxito de Crossing California ha publicado las novelas The Washington Story y Ellington Boulevard.

Testigo de raza Un negro en la Alemania nazi – Hans Massaquoi

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de Liar.

Precio: $250.

“Un muchacho negro, el menos ario de los seres humanos, observa como actor y testigo la vida cotidiana de sus congéneres en la Alemania nazi. El hamburgués Hans Massaquoi nos ofrece los recuerdos de una vivencia tan reveladora como excepcional”
Cuando una hermosa mañana estival de 1934 llegué a la escuela, Herr Grimmelshäuser, nuestro maestro de tercer grado, comunicó a la clase que el director, Herr Wriede, había dado la orden de reunir en el patio al alumnado y el cuerpo docente. Allí, ataviado con el pardo uniforme nazi que solía vestir en las grandes ocasiones, anunció que «el más esplendoroso momento de nuestras jóvenes vidas» era inminente, que el destino nos había escogido para estar entre los agraciados por la fortuna de contemplar a «nuestro amado führer Adolf Hitler» con nuestros propios ojos. Era ése un privilegio, nos aseguró, que nuestros hijos aún no nacidos y los hijos de nuestros hijos envidiarían en tiempos venideros. Yo tenía entonces ocho años y no había advertido que, de los casi seiscientos chicos congregados en aquel patio, era el único a quien Herr Wriede no se dirigía. Así se inician las apasionantes memorias de Hans J. Massaquoi, director durante muchos años de Ebony, la más prestigiosa revista «negra» de Estados Unidos. Nieto de un cónsul africano cuyo hijo contrajo matrimonio con una enfermera alemana y criado durante su primera infancia en el bienestar propio del universo diplomático, el triunfo del nazismo trastocaría dramáticamente su existencia. Padre y abuelo se vieron obligados a abandonar el país y Hans fue a dar con su madre a una miserable buhardilla de Hamburgo. Pero el cambio de posición social fue sólo el principio de sus desventuras: durante los doce años siguientes viviría estigmatizado por su impureza, privado de su humanidad como individuo envilecido con sangre no aria. Hans, sin embargo, se dejaría cautivar por la fascinación que Hitler ejercía sobre todos sus compañeros e intentaría (tan irónica como infructuosamente) ser admitido en las Juventudes Hitlerianas. Cuando las tropas británicas ocuparon por fin Hamburgo en 1945, Hans J. Massaquoi había conseguido sobrevivir al delirio racial del nazismo y a la ferocidad de los bombardeos aliados.

Una vida ejemplar: memorias de Art Pepper – Art y Laurie Pepper

Estado: nuevo.

Editorial: GLOBALrhytm.

Precio: $250.

Los códigos de la memoria, ese delicado mecanismo para la administración del olvido, impiden que un libro conquiste la interminable fortaleza de una vida, pero hay vidas que toman al asalto las terminables páginas de un libro, y además no dejan prisioneros. El narrador de esta historia, por ejemplo, embiste contra su propio pasado blandiendo una sinceridad tan brutal que incluso sus mentiras ejercen como auténticas delatoras de un personaje fiscalizado a la vuelta de cada esquina por los testimonios de amigos, parientes o colegas. Ese personaje es un héroe que ha dimitido de la virtud, un títere sin cabeza que exhibe sus polvos y sus lodos con la fruición de un pornógrafo, sus fechorías con el orgullo de un santo, sus chutes con la añoranza de un sibarita, sus cárceles con el realismo de un cirujano, sus disparates con la inocencia de un párvulo, sus viejos amores con la piedad de una hiena, su música con la pasión de un amante incansable y siempre perplejo… No hay pelos en la lengua.
«Hay muchos libros excelentes sobre la música, o que tienen la música en ellos, pero si tuviera que quedarme con uno solo elegiría Straight Life, la autobiografía del saxofonista alto Art Pepper. Es un relato excelente sobre la vida cotidiana de los músicos de jazz entre los años cuarenta y los ochenta, y además un testimonio de la adicción a las drogas más sobrecogedor que Junkie, de William Borroughs.» Antonio Muñoz Molina
Art Pepper (1925–1982) fue, seguramente, el mejor saxo alto de la generación formada a la sombra de Charlie Parker, pero su autobiografía es mucho más que un libro sobre el mundo del jazz o las peripecias de unos músicos reglamentariamente excéntricos: estamos ante una de las crónicas humanas más explosivas, lacerantes y al mismo tiempo líricas que jamás se hayan escrito. Porque esa vida tan difícilmente ejemplar fue una tormenta, y el hombre que la cuenta supo hacerlo de forma magistral.

Las tres vidas de Stefan Zweig – Oliver Matuschek

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de Liar.

Precio: $250.

«Mis tres vidas» era el título original que Zweig había pensado para su célebre (y celebrada) autobiografía El mundo de ayer. Tres son, en efecto, las grandes etapas en la azarosa existencia del escritor austríaco: los años de aprendizaje en la vibrante Viena finisecular y los posteriores de ascenso en el escalafón literario, un tiempo dedicado a los largos viajes y las apremiantes ambiciones que concluye bruscamente con el estallido de la Primera Guerra Mundial; los dos decenios de trabajo constante, éxito popular y brillo mundano que vive con su primera esposa en una no siempre plácida mansión de Salzburgo; y, finalmente, el período de la pavorosa catástrofe que lo condujo al exilio y luego al suicidio.
Para relatar la compleja y apasionante vida de Stefan Zweig, Oliver Matuschek ha llevado a cabo una meticulosa investigación basada en los materiales más diversos, entre ellos muchos textos (cartas y otros documentos) hasta ahora inaccesibles o desconocidos. Con un rigor erudito siempre aliviado por la agilidad narrativa consigue recrear el fascinante itinerario vital de un personaje adorado en su época y, sin embargo, destruido por la ferocidad emboscada dentro de la cultura que lo había llevado a los pies del Olimpo. Zweig fue un semidiós demasiado humano que acabó sus días en una pequeña ciudad de Brasil cuando percibe que todo su presente es un ayer desmoronado.
«Los hombres de bien deberían meditar sobre la responsabilidad y la vergüenza de una civilización capaz de crear un mundo donde Stefan Zweig no ha podido vivir.» André Maurois
El cazador de autógrafos
Juan Forn
Hay una famosa frase de Freud sobre Stefan Zweig que dice: “Comprendo sus pensamientos como si fueran viejos conocidos míos”. Se la dijo en una carta en que le agradecía el envío de una de sus obras, pero a continuación agregaba: “Por desgracia, las lectoras que hay en mi casa se llevaron su libro. Espero que no se enfade de ganar lectoras jóvenes en lugar de conservar éste, ya anciano”. Freud no se había ido de Viena aún y Zweig era el autor más exitoso de la época. Su carrera había empezado a la manera vienesa: a los cinco años, Brahms le apoyó la mano en el hombro cuando se lo cruzó por la calle y el pequeño quedó varios días trastornado de emoción. Sus primeros esfuerzos literarios consistieron en pedir autógrafos por correo a autores y compositores. Como nadie le contestaba, empezó a firmar las cartas Stephanie Zweig. Creía que el secreto de los genios estaba en su caligrafía. Conservó el hábito cuando se hizo famoso: escribió, o conservó copia, de treinta mil cartas con contemporáneos célebres, además de poseer en su casa de Salzburgo la pluma de ganso con la que escribía Goethe, el escritorio de Beethoven y cartas manuscritas de Mozart, Rembrandt, Balzac y William Blake. Incluso llegó a comprar, en el mayor de los secretos, unos papeles manuscritos de Hitler, para tratar de entender el odio que éste le profesaba: Hitler había mandado quemar los libros del judío Zweig, junto con los del judío Freud y el judío Einstein, en cuanto llegó al poder.
Hasta entonces era moneda común entre los escritores de Viena burlarse un poco de Zweig. Karl Kraus lo llamaba “peluquero de héroes” por su estilo de adjetivación y los títulos de sus libros (Idearios de grandes mentes, Momentos estelares de la humanidad, Constructores del mundo). El irreverente Kurt Tucholsky tenía una canción que empezaba así: “Una dama no demasiado joven / se ponía cada noche un vestido diferente / y se sentaba a comer sola en su mesa. / La describiré con pocas palabras: / era una lectora de Stefan Zweig. / ¿Lo he dicho todo? / Sí, ya lo he dicho todo”. Cuando Zweig publicó el libro La curación por el espíritu, donde trataba la labor de Freud junto con la del médico hipnotista Mesmer y la de la fundadora de la Ciencia Cristiana Mary Baker Eddy, Freud le escribió: “El ensayo de Mesmer es el más acertado. El de la señora Eddy no logró interesarme. En cuanto al mío, acentúa casi exclusivamente el elemento pequeño-burgués de la corrección, pero yo soy algo más complicado”. El propio Zweig confesaba en la intimidad: “No me engaño a mí mismo con sueños de inmortalidad, sé lo relativa que es toda la literatura que hago”. Su primera esposa pensaba lo mismo: “Tu literatura es sólo un tercio de ti y nadie ha llegado a comprender la esencia que permite interpretar los otros dos tercios”. Zweig era un maestro en el arte de evadir lo áspero en su obra y en su vida. Allí creía que radicaba su singularidad como observador privilegiado de su tiempo. Supo predecir en 1920 que las capitales europeas se estaban pareciendo cada vez más entre sí, perdiendo su color. Culpó de ello a la radio, el cine y las revistas ilustradas, que consideraba el mal de la época hasta que los nazis llegaron al poder y procedieron a convertirlo en un judío errante más.
Zweig abandonó su casa de Salszburgo y pidió asilo en Londres. Cuando estalló la guerra y empezó el bombardeo de Londres huyó a un cottage en la campiña, donde primero trató de tener una huerta para enfrentar el racionamiento y luego llenó una habitación entera de latas de conservas y reservas de papel y de tinta. Cuando los nazis ocuparon Francia consideró inminente la invasión de Inglaterra y huyó a Nueva York. Cuando los japoneses bombardearon Pearl Harbor y Estados Unidos entró en la guerra, partió de apuro a Brasil. Se instaló en Río de Janeiro hasta que supo que había submarinos alemanes en aguas brasileñas y emprendió entonces su éxodo final, a las montañas de Petrópolis, donde se suicidó con su segunda esposa, en 1942.
En esos años, cada vez que llegaba a un nuevo destino y la prensa le pedía su opinión sobre lo que ocurría en Alemania, Zweig declinaba opinar de política: prefería hablar de literatura. Los honorarios que recibía en cada conferencia eran para el comité de refugiados judíos del país donde estuviera, pero decepcionaba a todos los que querían oírlo condenar el régimen nazi. Creía que la mejor respuesta no era demonizar a los seguidores de Hitler sino tratar de contagiarles el valor de la cultura que su Führer quería erradicar de la faz de la Tierra. Su plan era solventar una revista literaria “escrita en conjunto por toda la hermandad cultural europea” que abriera colectivamente los ojos de todo el Reich. Cuando el proyecto fracasó, consideró que su silencio era la mejor condena a Hitler. Mientras Thomas Mann declaraba a la prensa: “Donde yo estoy está Alemania, llevo conmigo la cultura germana y no me considero caído”, Zweig le escribía a un amigo: “Ojalá existiera algún rincón donde poder escabullirme. Nada vale más para un escritor que un poco de silencio y soledad”. En palabras de sus críticos, nunca fue ni un activista ni un pacifista, sino apenas un pasivista. Pero su suicidio produjo tal efecto que terminó reformulando su figura.
Los diarios del mundo publicaron la foto que hizo circular la policía brasileña, donde se veía a Zweig y a su esposa acostados vestidos en su cama de hotel: él ya está muerto pero parece seguir transpirando; la joven Lotte también está muerta pero parece seguir amándolo; en la mesa de luz se ve el frasco vacío de veronal y casi se puede sentir el ventilador de techo girando en vano. Muchos otros refugiados judíos se suicidaron en esos años, casi todos en circunstancias mucho más adversas y luego de haber padecido muchas más penurias que Zweig, pero aquella foto fue simbólica: como si encarnara por sí sola la vulnerabilidad de todos los judíos europeos que habían tenido que abandonar su mundo para conservar la vida. “Ninguno de sus libros me estremeció tanto como su muerte”, confesaría años después Hermann Broch. Similar sacudón experimentaron personalidades tan distintas entre sí como Schöenberg, Einstein, Wittgenstein y Brecht, y tiendo a pensar que lo mismo habrían sentido Joseph Roth y Freud, si no hubieran estado muertos para entonces. Pero en aquel momento nadie se animó a decirlo en voz alta, después de que Thomas Mann declarara con indignación: “Jamás debió darles a los nazis esa satisfacción. Su odio y su desprecio hacia ellos eran demasiado débiles” (además, en su correspondencia privada, Mann echó a rodar el rumor de que el suicidio se debía a la homosexualidad de Zweig: “Tengo entendido que era inminente algún escándalo, que sintió que corría peligro”).
Yo reconozco que Thomas Mann fue diez veces más escritor que Zweig (y que, si hablamos de Viena, creo que con sólo leer una página de Joseph Roth uno queda incapacitado de por vida para los libros del pobre Stefan), pero confieso que me embarga una secreta y enferma satisfacción cada vez que alguien que admira cándidamente a Stefan Zweig lo describe como el Thomas Mann vienés.

Los bohemios – Anne Gédéon Lafitte Marqués de Pelleport

Estado: nuevo.

Editorial: Papel de liar.

Introducción: Robert Darnton.

Notas: Robert Darnton y Vivian Folkenflik.

Precio: $250.

Mientras Donatien de Sade pergeñaba Los 120 días de Sodoma en la Bastilla, otro marqués no menos libertino escribía a pocos pasos de su celda una novela igualmente escandalosa y repleta como aquélla de lujurias y enormidades, pero mucho más significativa con respecto al oficio de la escritura. Porque Los bohemios abría una ventana satírica al mundo de los versificadores, filosofastros, plumíferos, libelistas y quincalleros de la lengua que vagaban en busca de papel durante el crepúsculo del Antiguo Régimen. Ese vecino de Sade, sin embargo, quedó sepultado bajo la losa del tiempo y su obra nunca se incorporó a nuestra genealogía literaria; de hecho, apenas quedan seis copias de la edición original desamparadas en otras tantas bibliotecas. Esta versión en castellano es la primera que se publica tras 220 años de purgatorio. Los bohemios aquí retratados son una tropa de escribidores filosofantes que recorren los campos de Champaña escoltados por sus barraganas y un asno cargado de manuscritos inéditos. Viven de la tierra (robando gallinas, básicamente), propinan interminables arengas filosóficas (a cada cual más insensata), riñen y berrean como chiquillos, fornican en católica promiscuidad (sin excluir al clero de sus calenturas) y sólo se detienen para engullir lo que van afanando por el camino. Como el descubridor del texto afirma en la introducción, Los bohemios se mueve entre varios géneros, de modo que puede leerse al mismo tiempo como un relato de aventuras, una novela picaresca, un roman à clef, una colección de ensayos filosóficos, un panfleto anticlerical, una autobiografía y un opúsculo libertino. Estamos, pues, ante una muestra tan magnífica como olvidada del mejor relato dieciochesco anclado en los magisterios convergentes de Rabelais y Cervantes.
Sobre Anne Gédéon Lafitte, marqués de Pelleport, dice lo siguiente un informe policial: «Es hijo de un gentilhombre […]. Ha sido expulsado de dos regimientos […] y apresado cuatro o cinco veces […] por atrocidades contra el honor. Se casó en Suiza, donde mantuvo una vida errante durante dos años. […] Estudió en la Escuela Militar, pero no es lo mejor que ha salido de ella». A estos cargos podemos añadir que nació en 1754; que en Suiza fue preceptor de niños burgueses y tuvo dos hijos; que hacia 1780 escapó a Londres para escribir feroces libelos contra la buena reputación de Francia; que entre 1784 y 1788 residió en la Bastilla, donde coincidió con el marqués de Sade; que el 14 de julio de 1789 presenció el asalto a su antigua residencia e intentó salvar la vida del alcaide de Losme, cuya cabeza acabó paseada sobre una pica (episodio inmortalizado en un cuadro de Charles Thévenin); y que a partir de esa memorable fecha su rastro se vuelve incierto, aunque seguramente regresó a Inglaterra como espía y emigró después a América para enmendar su azaroso destino. Unos dicen que murió en 1807, otros que vivió hasta 1810.
 La bohemia es así
Juan Forn
En 1789 había en París tal cantidad de escritores que un censo de la época registra “672 poetas en estado de indigencia”. Muchos de los escritores que no lograban abrirse paso hacían las valijas y probaban suerte en cualquier otra parte donde se venerara la lengua francesa. Voltaire se había ido a Moscú, Rousseau a Ginebra, pero Londres era la ciudad que congregaba más escritores franceses en el exilio. De hecho, muchos de los que conformaban aquella diáspora no eran escritores antes de salir de su país; alcanzaba con tener un mínimo manejo de la pluma para dedicarse al oficio: podía ser un cura que hubiese dejado los hábitos por una doncella de su parroquia, un oficial del ejército que hubiese desertado por deudas de juego, un administrativo que hubiese huido con la caja chica de su patrón. Todo exiliado francés probaba suerte como escritor en Londres, y no por la gloria sino por el dinero.
Me explico: había en Londres por esa época, en el patibulario distrito de Cripplegate, una calle llamada Grub Street donde se concentraban los talleres de impresión más fenicios de la ciudad. Estos talleres cobraban y tardaban mucho menos que un impresor serio en hacer un libro y estaban convenientemente fuera de la jurisdicción del paranoico Ancien Régime francés, de manera que imprimían y enviaban clandestinamente a Francia toneladas de libelos, escritos a toda velocidad sobre las mesas de las tabernas de Grub Street por una pandilla de malandrines devenidos poetastros y novelistas de ocasión. Los que tenían más éxito eran las “chroniques scandaleuses”: biografías sobre personajes públicos que combinaban chismes más o menos ciertos con anécdotas apócrifas. Cómo serían de molestos aquellos libelos para la corte francesa que el canciller Maupeou terminó viajando a Londres a entrevistarse con el más exitoso de los libelistas, un tal Théveneau de Morande (autor de Memorias secretas de una mujer pública, sobre Madame DuBarry, la amante de Luis XV), a quien convenció de no escribir más, a cambio de una renta vitalicia de cuatro mil libras anuales.
Muy pronto, la industria del libelo quiso convertirse en la internacional del chantaje. En lugar de inundar París de copias, ahora se enviaba sólo una a las oficinas de Quai d’Orsay y se esperaba la oferta (el imprentero era el encargado de la negociación). Théveneau de Morande, en tanto, se había pasado al bando de la monarquía: ahora se dedicaba a informar secretamente a París quiénes tenían más o menos adelantado un libelo contra quién. Luego convencía al libelista de negociar él mismo el “anticipo” en lugar de permitir que el imprentero lo esquilmara. Y finalmente daba su zarpazo rastrero: conseguía al libelista una cita con emisarios del canciller. Pero esa cita debía hacerse del otro lado del canal, en Boulogne-sur-Mer. En cuanto los libelistas ponían pie en suelo francés, eran arrestados y enviados a la Bastilla.
Así fue como cayó el más atrevido de todos ellos, un borracho pendenciero llamado Gédéon Lafitte, autotitulado Marqués de Pelleport. Lafitte estuvo cuatro años preso en la Bastilla, en la misma época que el Marqués de Sade. Igual que el Marqués, tenía permitidos la tinta y el papel. A diferencia del Marqués, no se hizo nunca el loco. Cuando logró salir pocas semanas antes de la Revolución, en 1789, llevaba un libro bajo el brazo, escrito durante su cautiverio: una novela titulada Les Bohémiens que, en cuanto salió de prisión, intentó sin suerte publicar y, cuando los ánimos revolucionarios amainaron un poco, logró por fin que se la editaran, pero sin pena ni gloria. Nadie, nunca, desde entonces hasta ahora, le prestó la menor atención a Los bohemios. Pasaron más de doscientos años de absoluto silencio. El libro nunca se reeditó, ni se tradujo, ni nada. De hecho, hoy quedan sólo seis copias, nada más que seis ejemplares ubicables en todo el planeta de aquella edición. Y así hubieran seguido, durmiendo el sueño de los justos hasta que se convirtieran en cinco, cuatro, tres, dos y al fin no quedara ni una sola evidencia de que alguna vez existió en el mundo una novela llamada Los bohemios, escrita por un tal Gédéon Lafitte, en una celda vecina a la del Marqués de Sade en la Bastilla, en los cuatro años anteriores a la Revolución Francesa… de no ser por Robert Darnton.
Darnton es un grano en el culo para los historiadores franceses: heterodoxo de Harvard, lector infatigable, amigo del alma de Pierre Bourdieu, se la pasa haciendo descubrimientos que sus pares galos tenían delante de las narices y no supieron ver (recomiendo un libro suyo llamado La gran matanza de gatos y otras historias de la cultura francesa). Darnton asegura que Los bohemios es una cruza del Quijote de Cervantes con el Cándido de Voltaire, del Tristram Shandy de Sterne con Los 120 días de Sodoma de Sade. Pero lo que más ha revolucionado el apacible ambiente de la historia es que, según Darnton, el libro de Lafitte sería el que impuso la palabra “bohemia” como sinónimo de la vida disipada del artista… cien años antes que La Bohème, la ópera de Puccini, y cincuenta años antes que Escenas de la vida de bohemia, el folletín de Henri Murger en el que se basó Puccini para su ópera.
Esta afirmación toca un nervio porque hay un feudo feroz a ambos lados del Canal de la Mancha para dirimir quién “inventó” la bohemia. Los franceses se apoyaban hasta ahora en el folletín de Murger (quien a su vez habría copiado sus personajes de la novela Ilusiones perdidas de Balzac, publicada en 1834). Los ingleses, por su parte, sostienen que la bohemia había empezado a practicarse por lo menos medio siglo antes que Balzac, y que sus oficiantes iniciales eran los habitués de las tabernas de Grub Street (de hecho, en inglés hoy se les dice Grubstreet a los aciagos y mal pagos primeros tiempos de un escritor). Pues bien, la novela de Lafitte cuenta la historia de una pandilla de hombres de letras marginales, expulsados de su país de origen, que viven de su ingenio y a la deriva, estafando y sodomizando a todo el que pueden y, entretanto, propinando al lector delirantes discursos reivindicativos del oficio de escribir. Descaradamente autobiográfico, individualista a ultranza, enemigo de toda consigna que no sea la disipación, Lafitte nunca menciona Grub Street, pero evidentemente la retrata. Y, según Darnton, liquida para siempre la discusión sobre la bohemia: es cierto que los franceses la inventaron… pero para practicarla debían irse a Londres, porque en París no se podía ser bohemio. Quizás esa tocada de culo simultánea sea la razón por la cual, hasta ahora, Los bohemios no se ha publicado (ni hay señales de que vaya a publicarse) en francés ni en inglés. A Darnton no le importa: el mes pasado prologó una traducción al holandés publicada en Amsterdam, la única ciudad de Europa capaz de bancarse la pluma de Gédéon Lafitte, Marqués de Pelleport, libelista de Grub Street, fundador de la bohemia.

Flannery O’Connor – Brad Gooch

Estado: nuevo.

Editorial: Circe.

Precio: $500.

La primera novela de Flannery O’Connor apareció en tiempos de buena cosecha para la narrativa estadounidense. Un año antes se había publicado El guardián en el centeno; el mismo año surgieron El viejo y el mar, Al este del Edén y El hombre invisible. Con todo, Sangre sabia se hizo un hueco en la crítica y desde entonces su prestigio no ha hecho más que crecer, sobre todo a partir de la versión cinematográfica de John Huston, que la elevó a categoría de mito. Asimismo, Mary Flannery O’Connor (1925-1964) se convertiría en uno de los nombres más destacados del panorama literario con una obra breve pero intensa, compuesta esencialmente de relatos. El autor bucea en la historia personal de la escritora y descubre las claves biográficas que conforman la peculiar arquitectura de sus escritos; claves que van desde su origen sureño y católico hasta su admiración por Poe, Joyce y Faulkner, pasando por su grave enfermedad, su vitriólico sentido del humor, su extrema timidez o su afición a las aves. Tras años de rigurosa investigación, Brad Gooch presenta en Flannery O’Connor un texto esencial para conocer mejor a la autora que una vez escribió: «Provengo de una familia donde la única emoción respetable es la irritación. En algunos esta tendencia provoca urticaria; en otros, literatura. En mí, las dos cosas».
La bruja blanca
Juan Forn
Al pie de foto le alcanzaría decir: “Flannery O’Connor en Lourdes” y sería como una novela entera. La bruja blanca de la literatura, que se estaba muriendo de lupus desde los veinticinco años, llega al santuario de Lourdes en muletas. Una parienta rica le pagó el viaje. Flannery tenía treinta y tres años, le quedaban seis de vida. Ya había escrito uno de los mejores libros de cuentos de la historia: Un hombre bueno es difícil de encontrar. Cuando llegó desde su Georgia natal a la famosa residencia de escritores en Iowa a los veinte años, no sabía quiénes eran Kafka y Joyce. Días después, cuando leyó su primer cuento allá, dejó a todos en atónito silencio; en las horas siguientes se fueron acumulando manojos de flores silvestres en la puerta de su cubículo, que manos anónimas habían ido dejándole sin decir palabra. De Iowa fue a Yaddo, otra famosa residencia de escritores, y pasó más o menos lo mismo. En los días previos a que lo internaran en el loquero, el poeta Robert Lowell abandonó Yaddo sin decir a nadie adónde iba y en un legendario raid maníaco por Nueva York enloqueció a todos sus amigos con influencias exigiendo que lo ayudaran a lograr la canonización de Flannery: no la literaria sino la auténtica, la del Vaticano; se había hecho católico por Flannery. Ella se enteró cuando ya estaba de vuelta en Georgia. La habían bajado en camilla del tren: de un día para el otro sus brazos no le respondieron al teclear en la máquina de escribir. Le diagnosticaron lupus. Desde Georgia escribió a sus amigos del Norte: “Creo que me quedaré hasta ver en qué clase de inválida me convierto”. A Lowell prefirió no escribirle nada en la carta que le mandó; adentro de la página en blanco doblada en tres iba una pluma del último de los pavos reales que había criado de chica en su granja, el único que quedaba con vida cuando ella volvió del Norte y se convirtió en la celebridad del pueblo: la escritora loca que caminaba en muletas por sus humildes dominios seguida de su pavo real.
Vivía en esa granja con su madre, mantenidas por la parienta rica que después las llevaría a Lourdes. Todas las mañanas al despertarse y todas las noches antes de dormirse leía una hora, de algún breviario, la vida de un santo o un mártir (nunca la Biblia; ése era territorio de Faulkner y ella no quería “que mi pequeña barca encalle contra él”). Después se iba a misa de siete y después se sentaba a escribir sus historias dementes y fabulosas sobre las pobres almas del Sur. Su madre y su tía decían: “Ojalá hubiera encontrado otra forma de expresar su talento”. La gente del pueblo decía: “Es una buena chica. Sólo me da miedo acercarme y que me ponga en uno de sus cuentos”. Ella se limitaba a decir: “Las buenas personas son muy difíciles de encontrar. Hay que arreglarse con las malas personas, que son tan respetables que resultan horribles, tan horribles que resultan cómicas, tan cómicas que resultan patéticas, tan patéticas que sería horroroso tener piedad de ellas, porque atraería a los demonios del desprecio”.
En esos cinco años en el Norte se alimentaba, sin alejarse de su máquina de escribir, de sardinas que comía directo de la lata y de agua de la canilla, a la que vertía un chorrito de bourbon porque “el agua del Norte no tiene gusto a nada”. Cuando volvió a Georgia y el lupus empezó a asfixiarle el cuerpo, le escribió a una admiradora: “Descanso veintidós horas al día para poder escribir las otras dos” (la misa, la lectura de breviarios y la alimentación de su pavo real eran parte del descanso). Nunca tuvo novio ni marido y sólo una vez fue besada en toda su vida, por un vendedor de biblias danés, sobreviviente de los nazis. Fue poco antes del viaje a Lourdes. Así describió ese beso en “La buena gente del campo”, uno de sus mejores cuentos: “El le apoyó la mano en el nacimiento de la espalda, la atrajo hacia sí y la besó sin decir una palabra. El beso produjo una circulación de adrenalina en el cuerpo de ella, esa clase de adrenalina que permite arrastrar un baúl lleno fuera de una casa en llamas. Pero antes incluso de que él la soltara, la mente de ella dictaminó con agridulce satisfacción, como si contemplara la escena desde muy lejos, que era una experiencia perfectamente intrascendente si se mantenía el control”. Siempre que leo ese beso me acuerdo al instante de su perfecta contracara, una escena formidable del cuento “La Persona Desplazada”: la señora Shortley reta a su marido porque está fumando mientras ordeña las vacas de la patrona; el señor Shortley hace que la colilla del cigarrillo apunte hacia adentro y cierra su boca, sin dejar de mirarla y sin interrumpir su tarea. “Ese truco había sido en realidad su manera de cortejar a la señora Shortley. Nunca llevó una guitarra para cantarle ni nada bonito para regalarle, sólo se sentaba en los escalones del porche, la miraba intensamente, hacía girar la punta del cigarrillo hacia adentro con la punta de la lengua y el labio inferior, cerraba la boca y la miraba con la expresión más cariñosa que se pueda imaginar. Esto volvía loca a la señora Shortley. Al instante le entraban ganas irrefrenables de bajarle el sombrero hasta los ojos y estrecharlo entre sus brazos, mientras le murmuraba al oído: Oh, señor Shortley, oh, señor Shortley”.
La intelligentzia francesa quedó atónita cuando Flannery se negó a parar en París en su viaje a Lourdes. Tampoco quiso sumergirse en las aguas supuestamente milagrosas del manantial: “Vine como peregrina, no como paciente. Soy de esas personas que pueden morir por su religión, pero no tomar un baño por ella”. Le encantó, en cambio, que en Lourdes hubiera tantos enfermos, tullidos y locos como en sus cuentos. Y pidió que la dejaran un rato largo rezando en la capilla, no para curarse, sino para poder terminar el libro que estaba escribiendo (Todo lo que asciende debe converger, al que llamaba su “opus nauseus”). “Vivo en lo que escribo. Si entrecierro los ojos puedo ver todo lo que me ha pasado como una bendición”, dijo poco antes de morir. “Aunque, a decir verdad, prefiero mirar hacia 1931. De ahí en adelante ha sido un prolongado anticlímax”. En 1931, cuando Flannery tenía cinco años, la gente del noticiero de variedades Pathé viajó hasta Georgia para filmar el gallo al que ella había enseñado a caminar para atrás. La filmación existe todavía: el gallo es un gallo cualquiera, hasta que empieza a imitar a la nena. Lo que se ve entonces en los ojos de ese bicho, y especialmente en los de esa nena, es lo mismo que asomó en los ojos de aquel anciano general confederado, cuando lo llevaron como un trofeo al estreno en Georgia de Lo que el viento se llevó. El general tenía 104 años, fue vestido con su uniforme y su sable, en mitad de la película creyó que se le venía encima la parca y “mientras su mano apretaba el filo de acero hasta que se hundía en el hueso, sus ojos hicieron un esfuerzo desesperado por ver más allá, más atrás; por tratar de saber, antes de morir, qué venía después del pasado”.

vendido

Loca verdad: verdad y verosimilitud del texto psicótico – Julia Kristeva

Estado: nuevo.

Editorial: Fundamentos.

Precio: $000.

Los textos que componen este volumen han sido expuestos durante el seminario de Julia Kristeva en el Hospital de la Ciudad Universitaria, para los estudiantes de la Universidad de París VII. Estas exposiciones vienen acompañadas de una participación en “grupos de palabras” de los enfermos, así como análisis de entrevistas y textos elaborados entre éstos y sus médicos.
El médico y el linguista ocupan sólo aparentemente dos polos opuestos de la negación de la pulsión de muerte: intentando el uno liberar de ella cuerpos y espíritus de los enfermos y el otro, construyendo un objeto imaginario, el habla, que no cesa de comunicar sentido a condición de excluir de él la significación del deseo. El encuentro de médico y linguistica es invariablemente en el terreno del psicoanálisis, pero la identidad de ambos discursos sufre por ello y de lo que se trata de ahora en adelante no es del habla ni del sujeto del deseo sino del desvelamiento de los mecanismos del asesinato inscritos en cada articulación simbólica y social.

Más afuera – Jonathan Franzen

Estado: nuevo.

Editorial: Salamandra.

Precio: $400.

El enorme talento narrativo de Jonathan Franzen —cuya última novela, Libertad, fue el acontecimiento literario más destacado de 2011 tanto en América del Norte y del Sur como en Europa—, así como su inagotable afán por exponer la realidad con rigor y honestidad, se ponen de manifiesto en esta recopilación de veintiún textos de no ficción que incluye ensayos, artículos, reseñas y discursos escritos en los últimos años.
Bien sea narrando su violento encuentro con cazadores furtivos en Chipre, bien sea señalando de forma aguda y conmovedora cómo el abuso de las nuevas tecnologías está erosionando el sentido de la intimidad, Franzen cumple en cada uno de estos textos la promesa implícita de llegar hasta el fondo y no escatimar nada.
Así pues, estos ensayos dan fe de una inteligencia madura que se interroga sobre la identidad, el alcance de la literatura y algunos de los temas más relevantes de nuestro tiempo.
El título del libro hace referencia a la isla Alejandro Selkirk —denominada Masafuera hasta 1966—, el islote más apartado de los tres que componen el archipiélago Juan Fernández, situado a unos 800 kilómetros de la costa continental de Chile. Hasta ese remoto lugar, poblado sólo por aves, osos marinos y una veintena de familias de pescadores temporeros, se desplazó Jonathan Franzen para reponerse de una agotadora gira promocional, con la intención de releer Robinson Crusoe y depositar las cenizas de su amigo y colega David Foster Wallace, muerto dos años antes.
Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) fue elegido en 1996 entre los Mejores Jóvenes Novelistas Norteamericanos en la prestigiosa revista Granta. Hasta esa fecha, había escrito las novelas Ciudad veintisiete (1988) y Movimiento fuerte (1992), pero la eclosión de su enorme talento narrativo tuvo lugar en 2001 con la aparición deLas correcciones (Salamandra, 2012), que marcó un punto de inflexión en su trayectoria: obtuvo el National Book Award y el Premio James Tait Black Memorial, fue finalista de los premios Pulitzer y Pen/ Faulkner, y fue descubierto por millones de lectores en todo el mundo. Nueve años más tarde, la consagración definitiva de Jonathan Franzen como un auténtico maestro de la literatura anglosajona actual llegó con su última novela, Libertad(Salamandra, 2011), que fue objeto de los más encendidos elogios por parte de un amplísimo abanico de críticos y expertos de los más diversos países. En España, obtuvo el Premio a la Mejor Novela del Año otorgado por los lectores de la revista Qué LeerMás afuera —última obra de no ficción después de Cómo estar solo (2002) y Zona templada(2006)— es una interesantísima recopilación de ensayos y artículos periodísticos, que ponen de manifiesto una vez más la lucidez y la amplitud de miras de un autor excepcional. En la actualidad, Franzen vive entre Nueva York y Santa Cruz, California.

Dante, poeta del mundo terrenal – Erich Auerbach

Estado: nuevo.

Editorial: Acantilado.

Precio: $500.

El ejemplar análisis que Auerbach hizo en Mímesis del encuentro dantesco con Farinata y Cavalcanti en el infierno encuentra su origen y desarrollo en la investigación emprendida en el presente libro, publicado por primera vez en 1929. Introducción magistral y guía eficaz al soberbio poema dantesco, nos acerca a la obra del poeta toscano desde la perspectiva medieval de la configuración del hombre y su experiencia vital hacia un destino significativo y último, ahondando entonces con extraordinaria perspicacia en sus consecuencias literarias. Auerbach acompaña al lector—con sabiduría, erudición y brillante capacidad de síntesis—por un momento crucial del espíritu europeo.
Erich Auerbach (1892-1957) nació en Berlín y estudió en las universidades de Heidelberg y Greifswald. Catedrático de Romanística en Marburgo, huyó a Estambul con la llegada de Hitler al poder; fue allí donde, acudiendo fundamentalmente a su memoria, compuso su monumental Mímesis, de 1946. Al año siguiente emigró a los Estados Unidos, donde murió. Entre sus trabajos cabe destacar, además del libro que hoy presentamos, su Literatursprache und Publikum in der lateinischen Spätantike und im Mittelalter (Lenguaje literario y público en la Baja Latinidad y la Edad Media), publicado en 1958.

vendido

Marc, la sucia rata. Los pro y los contra de hacer dedo –  José Sbarra

Estado: nuevo.

Editorial: Torres Agüero Editor.

Precio: $000.

Los reconocimientos – William Gaddis

Estado: nuevo.

Editorial: Sexto Piso.

Prólogo: William H. Gass.

Precio: $700.

Muchos son los elementos que hacen de Los reconocimientos una obra capital de la literatura estadounidense del siglo xx. Todo resulta abrumador en esta novela descomunal —descomunal en todos los sentidos que puedan imaginarse—: tanto el alcance de la ambición que demostraba Gaddis en la que era su ópera prima, como, sobre todo, el hecho de poseer el talento necesario para consumarla. Las obsesiones propias del universo narrativo del autor ya aparecen aquí en todo su furibundo esplendor: la crisis del arte como dominio privilegiado para representar la vida, la tensión entre lo auténtico y lo reproducible, y el imperio omnímodo de los farsantes y lo mercantil. Wyatt Gwyon, protagonista de la novela, es un pintor que aún cree en el sentido del arte en un siglo en el que éste parece estar siendo desplazado, eclipsado, vaciado; pero paradójicamente Gwyon es incapaz de crear nada nuevo u original. Su habilidad reside en copiar minuciosamente a los maestros flamencos, y a ese gesto interminable y reiterado, el de construir una realidad desde el préstamo, entrega su existencia: la suya es la tragedia de quien no encuentra más salida que la restauración de un clasicismo que ya no cree posible.
Los reconocimientos es una de las obras maestras de Gaddis y, como han señalado escritores de la talla de William H. Gass o Jonathan Franzen, anticipó gran parte de la mejor ficción literaria que estaba por venir (Pynchon, Heller, DeLillo, Foster Wallace, etc.). Objeto del más justificado de los cultos, así como de enconadas polémicas —es célebre el caso de Jack Green y sus artículos incendiarios defendiendo el libro—, esta novela cimentó la grandeza y la leyenda de un escritor que nunca dejaría de entregar obras de altura, y que constituye una tradición en sí mismo.

El estilo de los otros – Mauro Libertella

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad Diego Portales.

Precio: $600.

Durante dos años, Mauro Libertella entrevistó, sin nunca aplicar exactamente la misma fórmula, trabajando variaciones en función de cada interlocutor, a dieciocho de los más importantes escritores latinoamericanos contemporáneos, quienes se explayaron con soltura, humor y agudeza sobre su escritura, sus lecturas y sus vidas, así como sobre la crítica y los contextos en que sus obras han sido publicadas. “Como un asesino a sueldo que estudia los movimientos de su víctima, me metí en su mundo conceptual durante meses, a veces de un modo obsesivo, como si leer sus libros, escuchar sus conferencias y estudiar sus modos de moverse pudiera hacerme entender algo único: una suerte de verdad. Por fortuna, no encontré nada parecido a eso”. Así describe Libertella su trabajo en estas conversaciones. Fuguet, Eltit, Zambra, Gumucio, Pauls, Bizzio, Molloy, Matilde Sánchez, Casas, Piglia, Ercole Lissardi, Rey Rosa, Antonio José Ponte, Castellanos Moya, Bellatin, Glantz, Nettel y Villoro son los autores que Libertella entrevista en este libro que funciona como un mapa posible del continente literario de América Latina.

El Imperio Plantagenet 1154-1224 – Martin Aurell

Estado: nuevo.

Editorial: Sílex.

Precio: $600.

En el espacio de un siglo, la dinastía Plantagenet consiguió yluego perdió una gran parte de Europa occidental. Por mediode su matrimonio con Leonor de Aquitania, en 1152, el jovenEnrique II, aspirante al trono de Inglaterra, se convirtió engobernante de un vasto territorio. Con una extensión que abarcabadesde Escocia, en e l norte, hasta los Pirineos, en el sur, y desdeIrlanda, al oeste, hasta el Lemosín, hacia el este, el ImperioPlantagenet se fundamentó y se mantuvo por medio de unacombinación de guerra y vínculos familiares. Con el fin de mantenerel control, Enrique II creó un estado burocrático, gestionado porintelectuales, hábiles en el arte de la propaganda y las tramaspolíticas, y empleados deliberadamente para llevar a cabo una guerraideológica contra sus adversarios Capetos.En el estudio de Martin Aurell se reviven la pasión y la política, lasrebeliones y los reveses del Imperio Plantagenet. Por medio de lautilización de las complejas fuentes del periodo, el autor desvela unaintrincada maraña de maniobras políticas y toma de decisiones, ydevuelve a la vida aquel mundo del siglo xii en el que se desenvolvíanasesores políticos y gurús: hombres capaces de pensar en unostérminos geopolíticos que, hasta entonces, en la etapa medievalanterior, habían sido inimaginables.En su relato de los episodios dramáticos, Martin Aurell narra elasesinato de Tomás Becket, consejero de Enrique II y posteriormentearzobispo de Canterbury; el implacable odio que sentían RicardoCorazón de León y Juan Sin Tierra contra su padre, Enrique II; lacruzada de Ricardo Corazón de León, y finalmente el desmo -ronamiento del Imperio bajo Enrique III.Texto de referencia para cualquier investigador de la Edad Media opara cualquier universitario interesado en el siglo xii, esta obra deMartin Aurell supone un fascinante estudio del poder y sus fuentes.

Libro de Margery Kempe. La mujer que se reinvento a sí misma – Margery Kempe

Estado: nuevo.

Editorial: Universidad de Valencia.

Precio: $600.

El «Libro de Margery Kempe» constituye la primera autobiografía escrita en lengua inglesa y, asimismo, se cuenta entre los ejemplos más notables de la literatura mística anglosajona medieval. Concebido con una finalidad eminentemente didáctica, es la única fuente para reconstruir la controvertida vida de una figura insólita, de una dama burguesa, esposa, madre, mujer de negocios, peregrina y visionaria. Estas memorias, dictadas por ella misma al final de su vida, trazan un extraordinario retrato de una mujer de carácter indoblegable, inmersa en una experiencia mística que la llevó a enfrentarse a la religiosidad dominante y a las jerarquías eclesiásticas, siempre en el filo de la acusación de herejía. El libro constituye un amplio y abigarrado retablo de la sociedad y la vida cotidiana en una época de grandes transformaciones como fueron los siglos XIV y XV.

Cuentos reunidos – Clarice Lispector

Estado: impecable.

Editorial: Siruela.

Precio: $300.

Los cuentos de Clarice Lispector aquí reunidos constituyen la parte más rica y variada de su obra, y revelan por completo el trazo incandescente que dejó la escritora brasileña en la literatura iberoamericana contemporánea. En todo cuanto escribió está la misma angustia existencial, similar búsqueda de la identidad femenina y, más adentro, de su condición de ser humano. En sus cuentos hay, ciertamente, el vuelo ensayístico, la fulguración poética, el golpe chato de la realidad cotidiana, la historia interrumpida que podría continuar, como la vida, más allá de la anécdota. Leer a Clarice es identificarse con ella, desnudar su palabra, compartir una sensualidad casi física, entrar en el cuerpo de una obra que vibra y chispea, traducir a nuestro propio horizonte cultural su haz de preguntas lanzadas al viento, saber que, más allá de las letras, del espacio y el tiempo, hubo alguien, una mujer, que estuvo cerca del corazón salvaje y nos dejó, en su escritura y definitivamente, su soplo de vida.
Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania, 1920-Río de Janeiro, 1977) sorprendió a la intelectualidad brasileña con la publicación en 1944 de su primer libro, Cerca del corazón salvaje, en el que desarrollaba el tema del despertar de una adolescente, y por el que recibió el premio de la Fundación Graça Aranha 1945. Lo que entonces se consideró una joven promesa de tan sólo 19 años, se convirtió en una de las más singulares representantes de las letras brasileñas, a cuya renovación contribuyó con títulos tan significativos como La hora de la estrella, Aprendizaje o el libro de los placeres o su obra póstuma Un soplo de vida.

Bob Marley. La biografía – Timothy White

Estado: nuevo.

Editorial: Manon Troppo.

Precio: $400.

A más de un cuarto de siglo de su muerte, la estatura de Bob Marley como superestrella del reggae e icono de la cultura pop sólo ha hecho que crecer. La biografía definitiva de Timothy White traza un retrato duradero del hombre y su época, y hace que los lectores profundicen en la vida del célebre músico. Enraizado en el amor y la comprensión de la música de Marley, el libro es también una historia social de los orígenes del líder de los Wailers en Jamaica y del movimiento rasta.

Esferas II (Globos) – Peter Sloterdijk

Estado: impecable (solo le falta la página de los créditos).

Editorial: Ciruela.

Precio: $500.

Si el primer volumen de la trilogía Esferas, titulado Burbujas, trata de las microsferas –de que el individuo desde el estadio de feto hasta la niñez nunca está solo, sino que siempre incluye al otro y se orienta de acuerdo con él–, con el segundo volumen de Esferas, titulado Globos, se recorre una historia del mundo político basada en las imágenes rectoras morfológicas de la esfera y del globo. Peter Sloterdijk muestra que todas las manifestaciones con respecto a la globalización están aquejadas hasta ahora de miopía. Para él, la globalización comienza con los griegos, quienes ya representaron el universo mediante la imagen de la esfera. Ésta también se encuentra en la base de las representaciones de orden de los imperios premodernos. Con el descubrimiento de América y las primeras circunvoluciones terrestres, aparece en su lugar el globo. Esta segunda globalización es sustituida por una tercera, dado que la virtualidad general de todas las relaciones conduce a una crisis de espacio. El autor narra, así, la verdadera historia de la globalización: desde la geometrización del cielo en Platón y Aristóteles hasta la circunvolución de la última esfera, la tierra, por barcos, capitales y señales. Peter Sloterdijk emprende aquí, por tanto, la tarea de poner al descubierto los fundamentos filosóficos de la historia política de los últimos dos milenios y medio.
Peter Sloterdijk (Karlsruhe, Alemania, 1947), uno de los filósofos contemporáneos más prestigiosas y polémicos, es rector de la Escuela Superior de Información y Creación de Karlsruhe y catedrático de Filosofía de la Cultura y de Teoría de Medios de Comunicación en la Academia Vienesa de las Artes Plásticas. De su extensa obra pueden destacarse, entre otros, su novela El árbol mágico y sus libros ensayísticos El pensador en escena, Eurotaoísmo, Extrañamiento del mundo (Premio Ernst Robert Curtius 1993) y El desprecio de las masas.
La curva pornográfica. El sufrimiento sin sentido y la tecnología – Christian Ferrer
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza.
Precio: $300.
[…] Esta nueva selección se compone de materiales que serían inhallables si se los quisiera rastrear en sus publicaciones originales. Son textos fulgurantes en un momento cultural en donde se vuelve arduo discernir por dónde circulan las palabras todavía capaces de sublevar la inteligencia adormecida, palabras que marchen contra el hallazgo generacional de una prosa acomodaticia. […]
El conjunto de estos textos continúa girando alrededor de la violencia técnica: analizan el vínculo entre una historia técnica y una historia nacional, o devuelven algunos fósiles —publicidades, medallas, vestigios en la lengua— al contexto que los hidrata en sus sentidos olvidados. Levantan la ceniza del pasaje de un deseo colectivo y sus formas olvidadas de acicate, o se demoran en los atributos espirituales que permiten acoplar un envión sensitivo a la imagen ritmada por la pulsión eléctrica, por la música o la velocidad. También se ocupan de las bajamares de la quietud, de los paliativos de una sensibilidad maníaco depresiva extendida, de los incitadores parciales que vuelven a activar el lazo negado entre deseo y dolor, de un cuerpo pertinaz. […]
La habitación- Hubert Selby
Estado: nuevo.
Editorial: Escalera.
Precio: $450.
Que Hubert Selby Jr. cuenta con un talento prodigioso es incuestionable, dotado de un don incendiario que muy pocos pueden accionar en un país donde las tendencias artísticas se escrutan con riguroso recelo.
Su libro más conocido hasta ahora ha sido Última salida para Brooklyn (Anagrama), seguido de Réquiem por un sueño (Sajalín), ambos reforzados por adaptaciones cinematográficas y por la buena promoción que sin duda es la censura en Estados Unidos.
Sin embargo, La habitación supone para muchos entendidos la verdadera obra maestra de Selby, una lectura desafiante donde las haya, protagonizada por un delincuente vulgar e iracundo, a la espera de un juicio por un crimen que clama no haber cometido. En el transcurso de la novela, el lector dudará de su inocencia en todo momento, la cual pasa a un plano secundario a medida que se van sucediendo por la mente del reo toda clase de pensamientos desoladores, recuerdos de violaciones, asesinatos, tortura, delirios de grandeza, venganzas inverosímiles, raptos masoquistas y una corrupción aún más claustrofóbica dadas las dimensiones de la ubicación de la acción: una celda.
El propio autor llegó a decir de este libro que no pudo siquiera pensar en releerlo hasta pasados veinte años, llegándolo a considerar “el libro más oscuro eescrito acerca de la degradación humana después de la Biblia” y a mostrarse satisfecho con el revuelo que su aparición generó tanto entre seguidores como detractores para poco después caer de nuevo en el ostracismo de los non gratos de facto.
Postales de invierno – Ann Beattie
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del Asteroide.
Precio: $350.
Considerada en EE. UU. como una de las novelas más influyentes de la década de los setenta, Postales de invierno es la novela con la que Ann Beattie debutó y que le sirvió para ser inmediatamente identificada como una de las voces más importantes de su generación. La novela -que retrata como pocas el desencanto de la juventud americana posterior al movimiento hippie- cuenta la historia de Charles, un joven perdidamente enamorado de Laura, una mujer casada; de su amigo Sam, eterno parado; de Clara, su hipocondríaca madre que se pasa el día deprimida en la bañera; de Tod, su padrastro; y de Susan, su hermana. La música pop, el cine y otros elementos de la cultura popular le sirven a Beattie para tratar con ironía temas tan universales como el amor no correspondido, la insatisfacción laboral o las relaciones familiares; y así lo que podría leerse como una divertida comedia de situación se convierte en una aguda mirada sobre una generación que se resiste a abandonar el idealismo de su juventud y a someterse a las normas que imperan en la sociedad. Postales de invierno resulta ser -recogiendo las palabras de Rodrigo Fresán en el prólogo- «una de las novelas más tristemente graciosas o graciosamente tristes que jamás se hayan escrito».
Jernigan – David Gates
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del Asteroide.
Precio: $300.
Peter Jernigan tiene poco más de cuarenta años, vive en un barrio residencial de Nueva Jersey con su hijo adolescente, Danny, y trabaja en una inmobiliaria neoyorquina. Inteligente pero con escaso éxito, Jernigan naufraga en una adocenada vida de la que no consiguen sacarlo ni sus adicciones ni su sarcasmo. Su estrafalaria manera de relacionarse con los demás y la reciente muerte de su mujer lo arrastran a una tortuosa decadencia. Parece que las cosas pueden empezar a cambiar cuando conoce a Martha Peretsky, la madre divorciada de la novia de su hijo, e inician una prometedora relación.
Jernigan es la divertídisima historia de un hombre que dejándose llevar por sus peores cualidades consigue convertir su vida en un estrepitoso fracaso. La cautivadora voz de Peter Jernigan nos acompaña en su particular descenso a los infiernos, a la vez que ofrece una desternillante disección del egoísmo, la indiferencia y la crueldad que se hallan en el fondo de cada uno de nosotros. Jernigan, publicada en 1991 y finalista del Premio Pulitzer, es la primera y más aclamada novela de David Gates, y su protagonista se ha convertido en uno de los antihéroes clásicos de la literatura norteamericana reciente.
Los Obreros Contra El Trabajo. Seidman, Michael
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza
Precio: $420.
Este libro constituye un estudio comparado de la historia social y política durante la revolución española en Barcelona y el gobierno del Frente Popular en París durante el periodo 1936-1939, y se centra en la actitud adoptada por los obreros de ambas ciudades ante el trabajo cuando las organizaciones que pretendían representarlos ejercían responsabilidades gubernamentales en mayor o menor medida.
Fruto de investigaciones realizadas por Michael Seidman en París, Barcelona y Salamanca a comienzos de la década de 1980, y editado por primera vez en 1991 en Estados Unidos, Los obreros contra el trabajo abunda en documentos e información de primera mano sobre las luchas obreras cotidianas, y demuestra que los enfoques productivistas y culturalistas son incapaces de abarcar de forma adecuada aspectos fundamentales del comportamiento de la clase trabajadora. Este volumen, que ofrece un examen de la actividad obrera tanto en contextos revolucionarios como reformistas, pone de manifiesto la persistencia de una resistencia directa e indirecta al trabajo.
 Michael Seidman fija su atención en detalles que están más allá de las omnipresentes querellas ideológicas o políticas; el resultado es un estudio tan documentado como refrescante que no solo nos ayuda a entender la historia de ambos países y a profundizar en la comprensión de dos momentos clave de la historia del siglo XX europeo, sino que además contribuye a sacar a la luz una dimensión del mundo del trabajo hasta hace no mucho considerada poco menos que tabú: la resistencia que engendra y el papel desempeñado por las organizaciones «obreras» al respecto.
No es este un libro que haya pasado desapercibido precisamente: ha sido traducido a siete idiomas y desde su aparición ha desatado pasiones encontradas en todo el espectro ideológico, tal y como dice su autor en el artículo «La extraña historia de Los obreros contra el trabajo»: «Sus admiradores han sido universitarios, libertarios, comunistas y capitalistas, y sus detractores han sido igual de heterogéneos».
Este volumen, publicado ahora por primera vez en castellano, ha sido traducido por Federico Corriente, e incluye un epílogo escrito en colaboración con Jorge Montero, «Sobre las vicisitudes de Los obreros contra el trabajo», destinado a arrojar un poco de luz sobre el medio que lo inspiró a la par que atizar un debate más que necesario en nuestros días.
Contra toda esperanza. Memorias – Nadiezhda Mandelstam
Estado: nuevo.
Editorial: Acantilado.
Precio: $500.
Este libro es una bella historia de amor, así como una interrogación sobre el significado de lo humano, escrito además con una brillantez literaria excepcional. Tras su primera detención en 1934, el poeta Ósip Mandelstam, uno de los mayores del siglo XX, permaneció en el exilio en Vorónezh durante tres años hasta su deportación; la muerte le llegó en 1938, en un campo de tránsito hacia Siberia. Su viuda logró escapar y sobrevivió como profesora de inglés en pequeñas ciudades de provincias, hasta que en 1956 se le permitió regresar a Moscú. Allí comenzó este relato, uno de los más conmovedores del siglo XX, en el que con extraordinario detalle narra las trágicas vivencias de su marido y sus compañeros de generación. La sensacional lucidez que nos muestra, su admirable serenidad en la lucha contra la barbarie y su conocimiento de primera mano del mundo intelectual de la Rusia de ese período, hacen de este libro un documento excepcional, así como una experiencia lectora imborrable.
Vida del espíritu y tiempo de la polis: Hannah Arendt entre filosofía y política – Simona Forti
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $450.
El carácter poco ortodoxo del pensamiento de Arendt la ha convertido durante años no sólo en una desconocida para la cultura filosófica, sino también en una extraña del movimiento feminista. Desde mediados de los 80, la teoría feminista empezó a considerar a Hannah Arendt como “una de las nuestras” no sólo por su apuesta de gratitud hacia lo dado y por una atención a la “diferencia” judía, sino también a partir de un relectura de categorías como las de natalidad, pluralidad, paria, las cuales permiten empezar a satisfacer la necesidad de construir un mundo común que signifique algo más que un cambio de “estilo de vida”. «Vida del espíritu y tiempo de la polis» reconstruye el significado general del itinerario intelectual arendtiano, siguiendo la lógica interna de su pensamiento y sin atenerse a los dictámenes de la cronología. Un itinerario que encuentra su propia continuidad en un radical replanteamiento de la relación tradicional entre filosofía y política, entre «theoria» y «praxis».
Fortunas familiares. Hombres y mujeres de la clase media inglesa, 1780-1850 – Leonore Davidoff y Catherine Hall
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $300.
Hombres y mujeres y, muy especialmente, el lugar asignado a la familia y la delineación de las diferencias de género en la clase media inglesa son el objeto de esta obra, que abarca desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX. El principal argumento de este trabajo parte de la convicción de las autoras de que sexo y clase operan siempre juntos y que la conciencia de clase también adopta siempre una forma sexuada aunque, naturalmente, la articulación de ambas nunca es perfecta.
La anomalía salvaje: ensayo sobre poder y potencia en Baruch Spinoza – Toni Negri
Estado: nuevo.
Editorial: Waldhuter.
Precio: $320.
La filosofía spinoziana, para A. Negri, no es una metafísica racionalista que conduce a la fundación del idealismo, sino un pensamiento materialista y postdialéctico, una filosofía de la praxis y del sujeto que se abre al porvenir y promueve un concepto de razón colectiva.
Los filántropos en Harapos – Robert Tressell
Estado: nuevo.
Editorial: Capitán Swing.
Precio: $410.
Publicada en 1914 e inédita en nuestro país, Los filántropos en harapos es una novela explícitamente política, considerada un clásico de la literatura obrera de todos los tiempos. Ofrece una visión global de la vida social, política, económica y cultural de Inglaterra en un momento en que el socialismo estaba empezando a ganar terreno. George Orwell elogió su capacidad para transmitir sin sensacionalismo el detalle real del trabajo manual. La consideraba una obra que todo el mundo debería leer, un pedazo de la historia social del siglo XX.
Claramente frustrado por la negativa de sus contemporáneos a reconocer la injusticia y la inequidad de la sociedad, Tressell elabora todo un mosaico de cristianos hipócritas, explotadores capitalistas y concejales corruptos que proporcionan un telón de fondo para su objetivo principal: mostrar la vida de los trabajadores, a los que considera “filántropos”, que se lanzan a un trabajo agotador con salarios de pobreza con el fin de generar beneficios para sus amos.
Futbol contra el enemigo: Un Fascinante Viaje Alrededor Del Mundo En Busca De Los Vinculos Secretos Entre El Futbol, El Poder Y La Cultura – Simon Kuper
Estado: nuevo.
Editorial: Contra.
Precio: $300.
El fútbol no es solo el deporte más popular del mundo. Como dijo Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool: «el fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es mucho más importante que eso.» Y no le faltaba razón: durante años ha fraguado guerras, ha alimentado revoluciones e incluso ha contribuido a mantener a dictadores en el poder. Por algo se le conoce como «el deporte rey».
Simon Kuper viajó a veintidós países, de Argentina a Camerún, de Ucrania a Botsuana, de Brasil a Sudáfrica, de Alemania a España, para investigar la poderosa influencia que el fútbol ejerce en la política, en la cultura y en la sociedad. El resultado, a medio camino entre un libro de viajes y un ensayo sociopolítico, es un fascinante y divertido relato de las complejas tramas ocultas de ambición y poder, de pasiones individuales y nacionales, de la historia y, cómo no, de la belleza del deporte más popular del mundo.
Little boy blue – Edward Bunker
Estado: nuevo.
Editorial: Sajalin.
Precio: $500.
Considerada por Edward Bunker como su mejor novela, Little Boy Blue narra el conmovedor periplo de Alex Hammond de los once a los diecisiete años. La historia de un «pequeño chico triste», como lo fue el propio Bunker, hambriento de amor y obligado a pelearse con todo el mundo.
Alex Hammond es un niño inteligente e independiente, pero sujeto a violentos accesos de rabia. Rebelde desde el divorcio de sus padres, Alex pasará su infancia huyendo de casas de acogida y reformatorios en la California de la Gran Depresión para ir en busca de su padre, un hombre deshecho e incapaz de ofrecer al hijo el hogar que necesita desesperadamente. Asistentes sociales bien intencionados, pero desconcertados por su comportamiento, y crueles figuras autoritarias se cruzarán en su camino y marcarán a fuego su carácter. Las atroces experiencias vividas en instituciones estatales, y las malas compañías, llevarán a un chico brillante, pero excesivamente impulsivo, a vivir según un código propio que chocará constantemente con el orden establecido y lo convertirá en un precoz delincuente.
Edward Bunker (Los Ángeles, 1933 – Burbank, 2005) fue escritor, guionista y actor ocasional. Criado en hogares de acogida y reformatorios desde que sus padres se divorciaran cuando tenía cuatro años, pasó gran parte de su vida entrando y saliendo de prisión, donde se convirtió en un lector voraz y en el cronista ideal de los bajos fondos y de la mala vida de Los Ángeles. Acumuló condenas por atraco a mano armada, tráfico de drogas y extorsión, llegando a figurar en la lista de los diez fugitivos más buscados del F.B.I. Interpretó a Mr. Blue en la mítica película Reservoir Dogs (1992) de Quentin Tarantino, y asesoró a Michael Mann en Heat (1995).
– Temas lentos – Alan Pauls
Estado: nuevo.
Editorial: Diego Portales.
Precio: $400.
Diarios personales, crónicas de viaje, conferencias, columnas de opinión, prólogos, intervenciones periodísticas sobre arte, cine y literatura: los textos de este libro – leídos y publicados en diversos espacios y medios de España y Latinoamérica desde fines de los años ’90 hasta hoy – reúnen parte de la enorme, sólida y hasta ahora dispersa obra de no ficción del escritor argentino Alan Pauls.
Con una prosa elegante y perturbadora, Temas lentos traduce la curiosidad, las ideas fijas y la compulsión analítica de un escritor capaz de descifrar con rigor tanto las obras de Borges, Duchamp, Bolaño o  Jean-Luc Godard como la noción del tiempo en la ciudad de Brasilia, el placer de manejar autos alquilados o las desdichas universales de las tardes de domingo. Escriba sobre los Screen Tests de Andy Warhol o la forma en que su abuela alemana pronunciaba la palabra “Europa”, sobre Ricardo Piglia y la Historia o la peste de los teléfonos celulares, sobre las formas de vida de los artistas contemporáneos o el vello en las axilas de las mujeres, el autor de El pasado destila posibilidades inesperadas de todos los temas que caen en su mira. Así, una crítica de la película Melody se convierte en un viaje al despertar sexual de toda una generación, y un diario de una estadía en la universidad de Princeton en una radiografía feroz de la idiosincrasia norteamericana.
Los textos de Temas lentos responden a la actualidad, pero no la respetan ni obedecen. Lo que pretenden es más ambicioso y también más pérfido: ralentarla, poner en evidencia lo que ella misma no ve o desdeña, fascinada por su propio vértigo.
vendido
– Senda de Oku – Matsuo Basho
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $000.
“Suele hablarse de joyas para calificar libros meramente bonitos, pero habría que reservar la palabra para los que son –como algunas ideas, como algunas personas– verdaderos tesoros.”
Ignacio F. Garmendia. Diario de Sevilla
“Todo se describe de manera sucinta: “Como si rozara las cosas”, dice Octavio Paz en la introducción. Los poemas breves que jalonan todo el recorrido, tan alegóricos que crean un desconcierto plagado de ecos en el lector, son una música que acompaña un viaje cuya maravillosa simplicidad lo convierte en una experiencia de enorme profundidad. Un libro delicioso para leer sin prisa, con el smartphone apagado y los sentidos abiertos.”
Antonio Iturbe. Qué leer
“«Sendas de Oku» tiene —y con esto terminamos— el aroma de lo simple y de lo bello; leerlo es como contemplar una de esas (en apariencia) sencillas acuarelas Zen. Ingenuo, es la palabra. Es un libro ingenuo. Pero sin que aquí eso signifique aquí nada negativo, sino todo lo contrario. Es un libro para encontrar el reposo en medio de la actividad, para hallar una ventana hacia un modo muy diferente de vida, de pensamiento y de espiritualidad. ”
Alberto Gomez Vaquero. Mundo crítico.es
“Este es un libro zen que 350 años después deja una irresistible sensación de quietud.”
PlayGround. Javier Blánquez.
“Poesía y vida se funden en este libro, una especie de Diario de un peregrino que huyendo de una falsa realidad, se encuentra al final de su camino con un puñado de verdades eternas”.
Antonio Colinas. El Cultural.
“La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en unos versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más estilizadas de la poesía universal.”
Santos Domínguez. Encuentros con las letras.
«La poesía de Basho, ese hombre frugal y pobre que escribió ya entrado en años y que vagabundeó por todo el Japón durmiendo en ermitas y posadas populares; ese reconcentrado que contempla largamente un árbol y un cuervo sobre el árbol, el brillo de la luz sobre una piedra; ese poeta que después de remendarse las ropas raídas leía a los poetas chinos; ese silencioso que hablaba en los caminos con los labradores y las prostitutas, los monjes y los niños, es algo más que una obra literaria: es una invitación a vivir de veras la vida y la poesía. Dos realidades unidas, inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente: el grito del pájaro y la luz del relámpago.»
«La idea del viaje –viaje desde las nubes de esta existencia hacia las nubes de la otra– está presente en toda la obra de Basho. Viajero fantasma, un día antes de morir escribe este poema:
Caído en el viaje:
Mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.»
Octavio Paz
– Conversaciones con artistas contemporáneos – Hans Ulrich Obrist
Estado: nuevo.
Editorial: Diego Portales.
Selección, traducción y prólogo: Alan Pauls.
Precio: $350.
Prólogo
Alan Pauls
Las veinte entrevistas que compila este libro son solo la punta del inmenso iceberg oral que Hans Ulrich Obrist viene recopilando desde mediados de los años 80, cuando estudiaba ciencias sociales y conoció a Alighiero Boetti y entendió que nada le interesaba más que hablar con artistas. De esa pasión relacional, casi más que de cualquier devoción por un objeto llamado “obra de arte”, nace sin duda el Obrist curador estrella, el hombre orquesta que desde principios de los 90 (tenía veintitrés años cuando convirtió la cocina de su casa en galería y ofreció su primer vernissage) hasta hoy lleva montadas más de 150 exposiciones en todo el mundo, ha estampado su firma en cientos de catálogos y revistas especializadas de arte y desde hace un par de años es codirector de exhibiciones y programas y director de proyectos internacionales de la Serpentine Gallery de Londres. La curadoría, en el caso de Obrist, quizá no sea, pues, sino la continuación de la conversación por otros medios, y el tramado de encuentros entre obras, prácticas, experiencias y artistas una especie de versión 3D, a escala global, de la verdadera escena en la que Obrist parece cristalizar la experiencia del arte contemporáneo (o al menos su performance predilecta): la escena de la interlocución.
Obrist no tiene paz. Ubicuo, hiperquinético, vive entre aeropuertos, ferias internacionales, coloquios, inauguraciones, concursos, un poco como la réplica elegante y relajada de ese Wally que un juego inesperadamente en sincro con la época nos invitaba a localizar, siempre idéntico a sí mismo, en los contextos más disparatadamente diversos del presente. Y si Obrist, como Wally, no cambia, es reconocible siempre, es porque hay algo que no deja de hacer nunca, ni a diez mil metros de altura en un avión, ni en un túnel debajo del mar, ni en un taxi en medio de un atasco de tráfico, ni en el piso 70 de un rascacielos inteligente: conversar con artistas. Varias de las entrevistas que figuran en este volumen fueron hechas así, en tránsito, en los settings efímeros que ofrece el teatro de la vida artística contemporánea, y llevan impresa la huella de la inestabilidad, la zozobra, la impermanencia que a menudo anima las obras y las prácticas de los artistas con los que se encuentra a charlar.
Obrist siempre parece estar en algún otro lado, y siempre –como mínimo– en dos lugares a la vez, como si en vez de uno hubiera diez, cien, todo un tendal de pequeños Obrists de saco y camisa clara, impecables, como recién bañados, dispersándose por el mundo con la misión de activar alguna célula dormida o nueva de la experiencia artística, cámara en mano, grabador encendido, celular en alerta roja. Lo único que permanece, sin embargo, es la conversación: el único lugar continuo en un mapa que encuentra en la discontinuidad su lógica y su alimento. De hecho los proyectos conversacionales de Obrist son los más longevos, los que atraviesan incólumes todas las épocas: el Interview Project, que lleva más de dos mil horas de conversaciones grabadas con artistas, escritores, músicos, filósofos, científicos, ingenieros, suerte de archivo oral siempre en expansión, abierto a todo tipo de reconfiguraciones, o las Conversation Series, la colección de veintiún libros de entrevistas con artistas, a razón de uno por libro, que Obrist publica con el editor Walther König, pero también eventos como sus célebres Maratones, que, de Stuttgart a Pekín, pasando por Londres, se jactan de apilar medio centenar de entrevistas en un día y son ya un clásico de la performance conversacional de larga duración.
Sin duda Obrist no inventó la pólvora. El género conversación con artista es tan viejo como las vidas de Vasari (1542-1550), y la palabra “entrevista” (o su sombra arcaica) aparece ya en los Entretiens sur les vies et sur les ouvrages des plus excellents peintres anciens et modernes (1666-88), del controlador general de carreteras y puentes Andre Félibien. El mismo Obrist cita como inspiración un tête-à-tête ineludible del arte del siglo XX, las conversaciones de David Sylvester con Francis Bacon. Podría haber citado también las de Pierre Cabanne con Marcel Duchamp, o algunos especímenes literarios del género, más excéntricos pero no menos influyentes, como lasConversaciones con Kafka de Gustav Janouch o los Paseos con Robert Walser de Carl Seelig (que a su vez citan las conversaciones de Goethe con Eckerman y las del doctor Johnson con su fiel amanuense Boswell). Las diferencias, con todo, saltan a la vista. Sylvester eligió a Bacon para quedarse con él, para volver a él tres veces, en una tentativa de extenuación que a Obrist, aun cuando vuelva a sus entrevistados, jamás se le pasaría por la cabeza emprender. Janouch y Kafka hablaban como si tuvieran todo el tiempo del mundo, todo el tiempo que Carl Seelig y Walser quizá tuvieron, en efecto, si por “mundo” aceptamos entender Herisau, la clínica psiquiátrica en la que Walser vivió encerrado los últimos veintitrés años de su vida. Obrist, en cambio, suele hablar con los artistas en coyunturas variables, casuales o vagamente apremiantes: entre vuelos, entre dos citas, entre compromisos mundanos. Sus entrevistados rara vez están en sus estudios, nunca en sus casas, o sus galerías, o cualquier lugar digno de ser llamado “propio”. Siempre están mezclados con la vida en alguna forma de intemperie, vienen de alguna parte o van a otra, algo los reclama, algo que se hace esperar demasiado los tiene pendientes. Esa exterioridad –esa urgencia extraña, flexible, tan ajena al clima envidiablemente relajado que suele imperar en las conversaciones– no es el único rasgo que hace de las charlas de Obrist el fenómeno hipercontemporáneo que son. Antes de llegar a la forma libro, la última que les espera, y no necesariamente la más importante, las conversaciones de Obrist aparecen y circulan en una despreocupada promiscuidad de diarios, revistas, publicaciones online, reproduciéndose a través de medios, países, lenguas, y sufriendo en el camino todo tipo de alteraciones, reversiones, ediciones y adiciones, en un destino de remix tan impersonal, tan ligado a la lógica apropiacionista de los medios, que se vuelve casi imposible decidir cuál es el texto original (si es que hay uno), en qué lengua se escribió o habló (si es que hay una: los diálogos de Obrist suelen ser interlingüísticos), y cuándo fue la primera vez que se dio a leer.
Tal vez uno de los méritos más notables y paradójicos de Obrist sea haber conseguido revitalizar el género conversación de artista a los ojos de una comunidad, quizá de una generación, que tenía todo para desdeñarlo o ignorarlo y todo, sin duda, para descreer de la concepción del arte y el artista que presupone. Si las conversaciones de Obrist son cien por cien contemporáneas es sobre todo por la manera flagrante y hasta jovial, casi hedonista, en que ponen en escena el repliegue de la configuracióncrítico/discurso crítico (que fue dominante hasta los años 80), su reemplazo por la configuración curador/conversación (que prevalece a partir de los años 90), y el desalojo asombrosamente incruento de la obra (objeto de análisis, crítica, reflexión, y objeto dotado de cierta autonomía, al menos respecto de su autor) a manos de la figura (la personalidad, la vida, la intención) del artista, objeto de interés, de complicidad y hasta de mistificación, en la medida en que vuelve a ser el que tiene la última palabra sobre su trabajo. Muchos de los encantos que destilan las entrevistas de Obrist abonan, lo sepan o no, las iras o las nostalgias del bando de los desalojados. El carácter cooperativo de la charla, su índole casi de entrecasa, la desfachatez con que pasa del chisme al diagnóstico artístico o político, de la trivialidad privada a la discusión de programas estéticos ambiciosos o complejas problemáticas sociales, la falta de distancia entre los interlocutores, la puesta entre paréntesis de todo factor polémico en la conversación: todo lo que hace de estas entrevistas un ejercicio de deriva discursiva feliz, inspirado, por momentos tan artístico como las obras a las que alude, es lo que al mismo tiempo pone en evidencia el eclipse radical de los valores que no hace tanto regían el juego del arte y decidían el prestigio o el descrédito de sus jugadores: distancia crítica, disenso, contestación, controversia, etc.
Y sin embargo, si hay algo que no falta en estas entrevistas es tonicidad. Solo que es el tipo de tonicidad que el pensamiento crítico más tiende a poner en duda: una tonicidad fluida, capaz de afirmar con intensidad, discriminar, cortar, disonar, discrepar –todo lo que la musculosa cultura crítica se arrogaba el privilegio de hacer– sin necesidad de chocar, crisparse, levantar la voz o reducir el mundo a esa osamenta de oposiciones binarias sin las cuales la cultura de la crítica suele sentirse perdida. Obrist es perspicaz y astuto pero no amnésico, y el buen humor, la alegría y el combo de entusiasmo y curiosidad con que lleva adelante sus entrevistas jamás se confunden con esos ejercicios de tabula rasa a los que nos tiene acostumbrados la arrogancia de un discurso sobre el arte que solo confía en su propio ensimismamiento en el presente. No en vano una de las preguntas a las que vuelve una y otra vez en este libro es la pregunta por la utopía, noción huérfana por excelencia, blanco fácil de todos los sarcasmos contemporáneos, que Obrist desempolva con una insistencia de mosca y, ante los artistas a priori más insensibles a sus hechizos (Jeff Koons, por ejemplo), nunca para celebrarla como ideologema vintage sino –suprema ironía– con un criterio cien por ciento pragmático, haciéndola trabajar en los contextos más hostiles, para activar y poner a prueba sus reservas de potencia. En ese sentido, la práctica conversacional de Obrist tiene poco que ver con la licuefacción de la crítica pura y dura y mucho con algunas de sus formas de supervivencia más excéntricas, más fértiles: por ejemplo, las entrevistas para televisión de Alexander Kluge, o los extraordinarios momentos conversacionales de películas como Noticias de la antigüedad ideológica, la “adaptación” de Kluge de El capital de Marx, verdadera maratón ensayística (ocho horas) donde la figura del crítico, parasitando el imperativo comunicacional de la época, se vuelve máquina de interrogar,punching ball discursivo, partenaire intelectual, curador de pensamientos ajenos, imán, atractor, anfitrión de extranjeros indeseables.
Ya el casting de entrevistados de Obrist promete estímulos variados. Obrist, como se dice, habla con todos: íconos del arte conceptual de los años 60 y 70, militantes de los 90, pintores europeos hardcoreperformers esotéricos, divos de la provocación sexual, entrepreneurs del mercado del arte, conceptualistas severos, activistas ambientales, escultores sin ley, paladines de la memoria… Eso no quiere decir que todos los artistas le gusten por igual, o lo interpelen del mismo modo, o tengan el mismo grado de pertinencia en el paisaje que Obrist se hace del arte contemporáneo. Quiere decir que todos son interesantes, que todos tienen algo que decir, que todos son relevantes en términos comunicacionales –términos hoy nada superfluos, desde el momento en que allí se juega mucho del valor actual de un artista–, y que si Obrist tiene alguna función, esa función es estar ahí y escucharlos, casi como si la suya fuera una disposición menos humana que mecánica, un poco como la máquina de registrar que Warhol (el Warhol de los Diarios y las Time Capsules, otro de los precursores de Obrist) siempre soñó con ser.
Pero Obrist es humano, quizá más que humano, y tiene eso que solo tienen los grandes conversadores: oído. Oído para afinar con y captar y transcribir el grano de la voz de sus entrevistados, su cadencia expresiva o argumentativa, los dobles o triples fondos que esconden cuando se ponen lacónicos o elocuentes, y transcribirla a menudo a la letra, aun a riesgo de caer –es el karma de los entrevistadores-etnógrafos, y también de sus traductores– en la desprolijidad, la redundancia o el anacoluto. Pero oído también, y sobre todo, para escuchar la marcha de la situación conversación, el acontecimiento conversación, y percibir todo lo que acecha en sus silencios, todo lo que todavía tiene para dar, los rumbos que puede tomar, las inflexiones capaces de aligerarla (cuando se pone demasiado grave) o adensarla (cuando corre peligro de evaporarse). Esa perspicacia, Obrist la tiene también para pensarse a sí mismo en la situación, y decidir cuál de todas las máscaras que esconde en su ropero –Obrist el animador, el crítico, el investigador, el ratón de trastienda de galería, el fundraiser, el director de museo, el viajero superfrecuente– le conviene exhumar según el momento de la conversación, el mood del entrevistado o el rastro que sigue la entrevista. Y ahí Obrist es perverso y polimorfo: aunque declara entrevistar siempre sin guión, apoyándose apenas en una serie de preguntas sin orden que anota en un papel, sabe siempre cuándo asociar, cuándo matizar, cuándo sacar de la galera el dato, el antececedente o el ejemplo que desvíen la charla y la revitalicen, dónde desplegar todo su capital de crítico-curador y dónde callarlo, en qué circunstancias hacer de fanático atónito, de erudito sobrador, de exégeta, de confidente, de cómplice.
Entusiasmo y curiosidad: es cierto que la fórmula, sobre todo aplicada con el estilo de Obrist, a la vez confianzudo e impetuoso, está lejos de los protocolos críticos consensuales. Los críticos son fríos, clínicos, y solo levantan temperatura a la hora de tomar posición y romper lanzas, dos imperativos que Obrist, con su cintura pluralista y su formidable rango de maniobrabilidad, parece ignorar con sorprendente despreocupación. A esas dos cualidades habría que agregar una tercera: proximidad, que es el tipo de relación que suele ligar a Obrist con sus entrevistados. Es obvio que con Parreno, Abramovic o Tiravanija lo une una relación previa, una complicidad (muchas veces generacional) que con Louise Bourgeois o Gerhard Richter brillan por su ausencia. Pero Obrist el preguntón quiere ser con todos lo mismo: de todos los otros posibles de un artista, el otro más cercano, un prójimo, una suerte de caretaker sagaz, exhaustivo pero nada complaciente, en el que el artista puede descansar pero sobre todo verse reflejado, y sorprenderse diciendo cosas que no esperaba decir, o descubrir algo, o recordar, o mentir, o contradecirse, o simplemente descubrirse pensando. (Susan Sontag, conversadora viciosa, decía que conversaba para averiguar qué pensaba).
Puede que el factor mayéutico no neutralice del todo el factor proximidad; puede incluso que en el caso de Obrist sea uno de sus frutos más afortunados. Pero lo que desactiva, sin duda, es un efecto colateral bastante típico de la fórmula entusiasmo + curiosidad: el peligro groupie. (Pregunta al paso: así como el curador desalojó al crítico, ¿cuándo desalojará el groupie –ese talibán del interés formado en el paraíso de accesibilidad de la red– al curador, y también al espectador, al lector, alamateur de arte o de cualquier cosa?). Obrist podrá flirtear con la actitudgroupie; podrá incluso citarla al reconstruir la escena primitiva de su encuentro con el mundo del arte, cuando “en 1986, yo tenía dieciocho años y Alighiero Boetti me dijo que podría dedicar mi vida a esto. Yo realmente creía que los artistas eran las personas más importantes del planeta, y quería ayudarlos y serles útil”. Pero, más que el fan, con sus compulsiones, su delirio de especificidad y su monomanía, el personaje que Obrist encarna cuando intercepta artistas es el del estudiante, con su juventud eterna y su vigor insomne y su anhelante virginidad intelectual: alguien que goza menos de los deberes hechos que de los que quedan por hacer, un ávido y, en más de un sentido, un romántico. No por azar la otra pregunta que escande estas conversaciones es la pregunta por los proyectos no realizados. Contracara de la pregunta por la utopía, la de los proyectos no realizados es romántica porque resucita una pasión muy siglo XVIII: la pasión por las ruinas. Pero Obrist, una vez más, no acude a las ruinas como quien peregrina a un santuario. Vuelve con la fruición de un arqueólogo que no ha pegado un ojo en toda la noche, frotándose las manos, paladeando ya la joya roma y un poco chamuscada que habrán de depararle los escombros: no el pasado, no, nunca el pasado, sino las formas sorprendentes del futuro.
– Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una Revolución – Mary Gabriel
Estado: nuevo.
Editorial: El viejo Topo.
Precio: $500.
Amor y Capital revela la rara vez entrevista humanidad del hombre cuyas obras iban a transformar el mundo después de su muerte. Pero es también un vívido relato en torno a la mujer que le dio la fuerza necesaria para proseguir en sus esfuerzos para lograrlo.
Karl Marx era un estudiante con pocos medios y de incierto futuro cuando Jenny von Westphalen, la cautivadora hija de un barón prusiano, se enamoró de él. Juntos recorrieron Europa esquivando distintos gobiernos, cada vez más alarmados por las ideas revolucionarias de Marx. Pero en la vida de la pareja no todo era lucha política. Como Mary Gabriel nos cuenta, Marx idolatraba a sus hijos y esposa, era un bromista al que le gustaban las fiestas familiares y un hombre capaz de experimentar salvajes entusiasmos, uno de los cuales casi destruye su matrimonio. A través de décadas de lucha desesperada contra la pobreza, y siempre teniendo en mente como objetivo prioritario la emancipación de los trabajadores, el amor de Jenny por Karl se pondrá a prueba una y otra vez mientras ella esperaba a que terminara su obra maestra, El Capital.
Basándose en material hasta ahora inédito, Mary Gabriel narra la historia de Karl y Jenny con el telón de fondo del siglo XIX europeo, un período nutrido de reyes y agentes secretos, de complots en las trastiendas, de pasiones encendidas, de rivalidades feroces y dramas sin igual. En una narración que se extiende a lo largo de décadas por paisajes de Londres, París, Bruselas, Berlín y otros lugares, Gabriel descubre las semillas de las revoluciones por venir y el amor inquebrantable que unía a un hombre y una mujer en medio del torbellino de la historia.
– Días felices en el infierno – Faludy, György
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza.
Precio: $450.
Días felices en el infierno, la obra maestra del poeta, periodista, traductor y enfant terrible de las letras húngaras del siglo xx György Faludy (Budapest, 1910- 2006), es el relato trepidante de quince años de la biografía del autor, que comprenden desde su huida de Hungría (perseguido judicialmente por el gobierno filonazi), a finales de 1938, hasta su salida del campo de trabajos forzados de Recsk, donde había sido internado en 1949, entre los miles de detenidos a raíz del proceso a Lazsló Rajk, que fue el bautismo de sangre del estalinismo húngaro. Editado en inglés en 1962, el libro no fue publicado en húngaro hasta 1989, tras la caída del régimen comunista.
Philip Toynbee saludó la aparición de Días felices en el infierno asegurando que Faludy era «el tipo de persona que todos hubiéramos querido ser, aparte de nosotros mismos». Es obvio que el crítico inglés no se refería al pormenor biográfico de la historia, cuya naturaleza dramática o directamente trágica es difícil ignorar, sino a la actitud vitalista, desinhibida e irónica con que el narrador, el personaje Faludy, encara y afronta los acontecimientos más complejos y las situaciones más deprimentes. Más allá de su interés histórico, como crónica documental del «socialismo real» y como texto pionero de la «literatura del Gulag», el libro es el testimonio de una curiosa e irrepetible aventura intelectual, aparte de contener, sabia y elegantemente administrados, elementos de todos los géneros y subgéneros literarios. La poesía, la economía política, el erotismo, la historia antigua, el humor, las aventuras, los sueños, el espionaje y el horror se dan cita en ella para componer un relato animado y vivo, poblado de personajes inolvidables y de episodios insólitos, que frecuentemente ponen a prueba nuestra credulidad o nuestra capacidad de sorpresa, y que confluyen para dar cuerpo de obra maestra a esa «celebración del triunfo del espíritu humano» que es, en palabras de Thomas Orzság-Land, Días felices en el infierno.
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György Faludy (Joseph George Leimdörfer; Budapest, 1910–2006) da a conocer sus primeros poemas en la primera mitad de los años treinta del siglo pasado y se convierte en colaborador de la publicación liberal Magyar Hírlap, relacionándose con los círculos radicales y socialdemócratas que combaten a los sucesivos gobiernos del régimen autoritario del Almirante Horthy. Pese a que suele considerarse que su trayectoria poética tiene inicio en 1938, cuando aparece Centinela en Pompeya, fueron sus versiones de Heine y Villon publicadas el año anterior las que le consiguieron sus primeros éxitos, sus primeros problemas con la justicia y una gran popularidad. Las Villon Balladái han sido reeditadas en medio centenar de ocasiones, y son uno de los libros de poesía más vendidos de la historia de Hungría. En los años siguientes, Faludy publica las recopilaciones Laudatur. Himnos medievales y laAntología de poetas europeos.
Su actividad pública no deja de provocarle problemas, sobre todo con la extrema derecha húngara. Acosado por varias demandas judiciales por, entre otros cargos, “ofensas a una potencia amiga”, abandona Hungría y se instala en París a finales de 1938. En junio de 1940 abandona París con destino a Casablanca y subsiste en Marruecos hasta el verano de 1941, en que se dirige a Nueva York en un barco de refugiados. En los Estados Unidos se alista en el ejército, participando en distintos episodios de la guerra del Pacífico. Al acabar la contienda, Faludy regresa a Hungría y se incorpora a la vida pública como miembro activo del Partido Socialdemócrata. A finales de mayo de 1949 se desencadena el “caso Rajk”, y en la secuencia de purgas que lo siguen, es detenido y conducido al campo de Recsk. Liberado en 1953, hasta 1956 se gana la vida como traductor, apenas tolerado en los márgenes del régimen. Tras el fracaso de la Revolución de 1956, Faludy sale de Hungría y se instala en Londres, donde dirige la Gaceta Literaria. En 1957 aparece en alemán Tragödie eines Volkes. Ungarns Freiheitskampf durch die Jahrhundert, escrito en colaboracióncon María Tatár (pseudónimo de su esposa, la periodista Zsuzsanna Szegö) y György Pálóczi Horváth, y en 1961 su libro de poemasEmlékkönyv a rőt Bizáncról. En 1962 se publica en la editorial André Deutsch lo que generalmente se considera su obra maestra,My Happy Days in Hell, que no será editado en húngaro hasta la caída del comunismo, en 1989. El libro tendrá un éxito discreto, una magnífica recepción crítica, dos ediciones inglesas y otras dos en los Estados Unidos y será traducido al alemán y al holandés en 1964, y al francés en 1965.
A la muerte de su esposa, Faludy abandona Inglaterra y reside primero en Florencia y luego en Malta. Allí, hacia 1966, Faludy conoce a Eric Johnson, lingüista aficionado, viajero impenitente y bailarín de ballet, que llegaría a ser, en el pintoresco universo de la literatura “neolatina”, el enigmático Ericus Livonius. Ambos convivieron durante los siguientes treinta y cinco años. En 1967 se trasladan a Canadá y se establecen en Toronto. Faludy adquiere la nacionalidad canadiense e imparte cursos en Columbia University, en Wesleyan, Princeton, UCLA, y en la universidad de Toronto, de la que será nombrado Doctor Honoris Causa en 1978, año en el que también aparece la primera antología de su poesía traducida al inglés, East and West. Selected Poems of George Faludy. En 1980 edita en magiar sus Poemas escogidos, un grueso volumen de más de seiscientas páginas. Entre 1983 y 1985 publica una colección de los poemas escritos en el campo de Recsk, las antologías Learn This Poem of Mine by Heart. Sixty Poems and One Speech, y losSelected Poems of George Faludy.
En 1987, con los nuevos aires suscitados por la “perestroika” gorbachoviana, aparece la primera edición (pirata) de My Happy Days in Hell en Hungría. Tras el colapso del imperio soviético, la pareja Faludy-Johnson se muda a Budapest y aparece la primera edición húngara de Días felices en el infierno, reavivándose la popularidad del poeta. Extraordinario orador, sus lecturas públicas congregan a multitudes y sus poemas son frecuentemente musicados, como lo habían sido en los años treinta y primeros cuarenta. Publica dos colecciones de artículos y semblanzas, en las que están presentes muchos de los personajes de Días felices en el infierno. Es candidato al Nobel y obtiene en 1993 el Premio de la Fundación Soros y en 1994 el prestigioso Premio Kossuth a la labor de una vida.
En el orden político postcomunista, la figura de Faludy concita las reservas de distintos colectivos a derecha e izquierda del arco parlamentario húngaro. Su condición de testigo de los horrores del “socialismo real” incomoda a muchos; el ultranacionalismo le reprocha su participación en un oscuro incidente del año 1947, en el que algunos miembros de formaciones de izquierda, Faludy entre ellos, derribaron la estatua del obispo antisemita de Székesfehérvar, el venerable Ottokar Prohászka; y lo que se considera su “libertad de costumbres” no lo hace popular entre los húngaros más conservadores. En 2002 Faludy contrae matrimonio con la joven poetisa Fanni Kovács, convirtiendo a Johnson, al decir de George Jonas, “en el primer hombre de la historia abandonado por un amante de 92 años de edad”. La nueva pareja aviva el escándalo con un reportaje fotográfico en la edición húngara de la revista Penthouse, que se convierte (o eso quiere la leyenda) en el número más vendido de su historia en Hungría. Se dice que Faludy vive un periodo de extraordinaria creatividad. Publica un libro de poemas escrito a medias con su joven esposa y la segunda parte de sus memorias, Después de mis días felices en el infierno. György Faludy fallece en 2006 en Budapest.
– Nacionalismo banal – Michael Billig
Estado: nuevo.
Editorial: Capitan Swing.
Precio: $350.
¿Por qué la gente no olvida su identidad nacional? Billig sugiere que el nacionalismo cotidiano se encuentra presente en los medios de comunicación, en numerosos símbolos omnipresentes y en ciertos hábitos rutinarios del lenguaje. Elementos habituales en nuestra vida cotidiana, como la bandera que ondea en los edificios públicos, escuelas, despachos, fachadas de las viviendas, etc., son eficaces recordatorios que operan de manera mecánica sobre el inconsciente individual y colectivo, más allá de la conciencia deliberada. Mientras que la teoría tradicional ha puesto el punto de mira en las expresiones más radicales del nacionalismo, el autor centra la atención en las formas diarias y menos visibles de esta ideología, que se encuentran profundamente arraigadas en la conciencia contemporánea, y que constituyen lo que define como un «nacionalismo banal».
Los escritos de Billig son de lectura esencial para comprender el fenómeno nacional, los aspectos más banales en que se manifiesta y cómo es utilizado, en primer lugar, por los estados-nación. El autor cuestiona las teorías ortodoxas de la Sociología, de la Ciencia Política y de la Psicología Social que ignoran este crucial asunto, y manifiesta con convicción y documentación que el nacionalismo continúa siendo una fuerza ideológica fundamental en el mundo contemporáneo.
– Ensayos y discursos – William Faulkner
Estado: nuevo.
Editorial: Capitan Swing.
Precio: $350.
Una recopilación esencial de la brillante obra no narrativa de Faulkner, puesta al día y con abundante material nuevo. Pero sobre todo una singular mirada a la vida del maestro estadounidense.
Este volumen incluye el discurso de aceptación del Premio Nobel, una reseña de El viejo y el mar de Hemingway (en la que sugiere que su autor ha encontrado a Dios), y algunas joyas reunidas recientemente, como el ácido ensayo «Sobre la crítica» o el cautivador «Nota sobre una fábula». Piezas como «Sobre la privacidad (El Sueño Americano: ¿Qué le sucedió?)» deberían ocupar un lugar junto al discurso del Nobel como uno de los más importantes y proféticos documentos del siglo, se trata de una maravillosa crítica sureña al materialismo y al falso progreso estadounidenses. La edición contiene también cartas al público elocuentemente dogmáticas sobre los temas más variados, desde las relaciones raciales y la naturaleza de la ficción hasta la caza de ardillas salvajes en su finca. Este libro ofrece un medio excelente para analizar el pensamiento del escritor y debería servir de ayuda para juzgarlo correctamente. No sólo no ha pasado de moda con el tiempo, sino que se ha vuelto más incisivo e impactante.
vendido
– La Casa De Hojas –  Mark Z. Danielewski
Estado: nuevo.
Editorial: Alpha Decay.
Precio: $000.
La casa de hojas
Marcelo Cohen
La literatura fantástica ya no es eso que hace varias décadas la teoría definió como una zona huidiza entre la percepción ilusoria y el fenómeno inexplicable, o entre lo extraño y lo maravilloso. Cuando cunde la convicción de que la realidad está tapada por una réplica falaz, pero suele colar de improviso sus raras lógicas, ya no es imprescindible preparar la aparición del prodigio con estrategias retóricas ni usar rigurosamente el punto de vista para que suceda el fantasma. El mundo enseña que de la mera reunión de objetos disímiles y fenómenos discordantes surge algo que antes no estaba. La literatura sabe que la fecundidad de un relato depende de la cantidad de alimentos de cualquier orden que puede componer, sean textos o hechos. De textos superpuestos, por lo demás, está hecha en gran medida la literatura experimental, ese género sólo definible por una lista de autores —de Joyce a Arno Schmidt y/o Burroughs— y que, salvo Cortázar, ni se interesa demasiado por lo sobrenatural ni es apto para este tiempo de lecturas expeditivas. Mark Danielewski demuestra que estas dos ideas no son tan ciertas. La casa de hojas es una novela fantástica de 736 páginas, repleta de anomalías formales de todo tipo, que además da miedo. Veamos cómo lo consigue. Johnny Truant, empleado de un salón de tatuajes, consumidor de drogas varias, noctámbulo frenético y abrumado de inteligencia, está buscando departamento cuando su compinche Lude lo lleva al de Zampanò, un viejo ciego que acaba de morir. Ahí Johnny descubre un enorme amasijo de papeles; es el manuscrito de La casa de hojas, un desmesurado ensayo de Zampanó sobre un documental ficticio. En el centro de este libro están Will Navidson, un fotoperiodista Premio Pulitzer, y su mujer, la ex modelo Karen Green, que deciden salvar un matrimonio en quiebra mudándose con sus dos hijos a una casa en el campo. Al poco tiempo descubren un pasillo nuevo dónde sólo había un tabique y, con mediciones estrictas, confirman que la casa es más grande por dentro que por fuera. Pero además crece. Con los días el pasillo se alarga, aparecen puertas laterales, después un hueco hacia un subsuelo donde proliferan puertas, recodos y desvíos, una escalera auténticamente inacabable: un desierto Averno de oscuridad. Lo que sigue va de la obstinación de Will por filmar ese vacío a la incursión de un equipo de espeleólogos, de la tentativa breve a la expedición de meses, del reto a la muerte y de la idea fija a la demolición de una familia y su posible salvación. Supuestamente, de todo esto queda lo que Navidson montó con lo que pudo filmar y, en el manuscrito de Zampanò, las profusas secuelas de la película: notas críticas, estudios de arquitectura del laberinto, arqueología, religión, ingeniería, alpinismo, cine, filosofía del tiempo, polémicas, recortes, fotos, una mezcla de documentos apócrifos y verdaderos que Truant edita con sus respectivas tipografías, formatos, tamaños, posiciones y colores como un fruto del descalabro que ese trabajo obra en su vida. En la confluencia entre el manuscrito y la historia de Johnny hay un descubrimiento y un terrible desasosiego; pero lo que horroriza de veras es la absorción del tiempo por un espacio insondable, vivo, impalpable, que desquicia los ritmos de la vida, el pasado y el porvenir, y se ensaña con la debilidad de los acuerdos humanos. Así también la novela sorbe el orden mental del lector. La endiablada puesta en página de un material inmanejable abruma y transforma: hace perder el tiempo. Esto es lo que Danielewski devuelve al fantástico: no la rendición del lector a una historia, sino la adaptación de la mente a una lógica tan improductiva que es de otro mundo. Aprovechemos La casa de hojas para recuperar ciertos libros intempestivos que han mantenido viva la novela experimental —The Tunnel de William Gass (1997), La historia de Martín Caparrós (1999)— y saludemos la gesta de los editores y el traductor de la edición española.
– Historias desde la cadena de montaje – Ben Hamper
Estado: nuevo.
Editorial: Capitan Swing
Precio: $300.
Desde Hunter S. Thompson no había aparecido un escritor americano capaz de generar la explosión rebosante de verdad y cruda realidad a la que Ben Hamper da rienda suelta en este recorrido a través de la panza de la gran bestia industrial de los EE.UU.
Mediante una prosa pura y sin concesiones de ningún tipo, Hamper, también conocido como “Rivethead”, un ex remachador de la cadena de montaje de la fábrica de camionetas y autobuses de General Motors, y cuyos artículos para EsquireHarper’s y Mother Jones obtuvieron un reconocimiento literario excepcional, nos conduce a lo largo de su delirante carrera como obrero automotriz trastornado: de ofrecerse para trabajar turnos dobles a beber y atiborrarse de todo tipo de drogas, pasando por el plan de control de calidad de General Motors (basado en un Gato de Calidad gigante que se paseaba por toda la cadena) hasta los personajes a lo gonzo que fueron compañeros de Hamper. Estamos ante una historia extraordinaria, hilarante y trágica al mismo tiempo, de unos seres humanos atrapados en un inframundo de ruido asfixiante, aburrimiento y disparate.
De Paris a Monastir – Gaziel
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $250.
En octubre de 1915 Agustí Calvet «Gaziel», un aprendiz de filósofo que se había convertido por casualidad en corresponsal de guerra, emprendió un viaje desde París que culminaría en la ciudad serbia de Monastir. Su propósito era escribir un reportaje sobre la situación bélica en el sur de Europa. Grecia era por entonces uno de los epicentros del conflicto, permanecía todavía neutral, pero su reacción ante las recién estrenadas hostilidades entre sus dos vecinos, Bulgaria y Serbia, podría condicionar el desarrollo de la guerra decisivamente. Gaziel alargó el viaje hasta Serbia y allí contempló, conmovido y desolado, el espectáculo dantesco de los refugiados.
Las crónicas de guerra de Gaziel tuvieron gran repercusión y marcaron un punto y aparte en la historia del reporterismo español. Desde un primer momento las concibió más como narraciones que como artículos. Como sostiene Jordi Amat en el prólogo, «Gaziel escribió reportajes cuya factura tenía un aire inequívocamente novelesco. Los lectores, más que información sobre el conflicto bélico, leían una aventura por entregas basada en hechos reales».
Gaziel reunió y pulió algo más de la mitad de sus colaboraciones bélicas con La Vanguardia y las publicó en varios libros. De todos ellos el más impactante y logrado, seguramente, es De París a Monastir. Publicado por primera vez en 1917, considerado como un libro fundamental del periodismo español del siglo XX.
– La bandera invisible – Peter Bamm
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $300.
Peter Bamm participó como médico del ejército alemán en la segunda guerra mundial; años más tarde se basaría en su experiencia como cirujano de campaña en el frente ruso (1941-1945) para escribir esta novela autobiográfica. La bandera invisible, que fue saludada como una obra maestra cuando se publicó, nos habla de las dificultades de la atención médica en campaña con un vigor narrativo, una sencillez y una compasión que la hacen única en su género. Peter Bamm escribió desde dentro de la poderosa maquinaria bélica alemana mostrando sus contradicciones, sin ocultar la responsabilidad de la Wehrmacht en los crímenes del nazismo; pero se ocupó también de otros aspectos: de cómo la humanidad y la camaradería afloran en las condiciones más duras, incluso entre enemigos; de las penalidades que debió soportar la población civil durante la guerra o de la belleza y el rigor de la estepa rusa. La bandera invisible es un libro conmovedor, que recoge los hechos de hombres y mujeres que, en medio de la atrocidad de la guerra, decidieron caminar bajo «la bandera de la humanidad», aquella que ampara a quienes con hechos silenciosos son capaces de sacrificarse por los demás.
«Una de las escasas memorias de su clase subjetivamente sinceras.»  Hannah Arendt (The New Yorker)
– Ángulo de reposo – Wallace Stegner
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $450.
El historiador Lyman Ward, ya retirado de sus tareas docentes, se propone investigar la memorable historia de sus abuelos: una pareja de la alta sociedad de la costa Este que en la segunda mitad del siglo XIX abandona el lugar en el que ambos habían crecido para instalarse en California, cuando este era un territorio aún por civilizar. Conforme va profundizando en los recuerdos de su familia, Lyman Ward se da cuenta de la intensidad con la que el pasado ayuda a iluminar y comprender el presente.
Basada en la correspondencia de una autora e ilustradora norteamericana, Mary Hallock Foote, una de las primeras artistas en ocuparse de la vida en el Oeste americano, Ángulo de reposo retrata el esfuerzo que tuvieron que hacer las gentes del Viejo Mundo para enfrentarse a una nueva realidad geográfica, histórica y humana. Esta emocionante narración sobre cuatro generaciones de una familia norteamericana fue galardonada con el premio Pulitzer en 1972, y está considerada como la novela más importante de Wallace Stegner y una de las mejores novelas estadounidenses de todo el siglo XX.
– 1688. La primera revolución moderna – Steve Pincus
Estado: nuevo.
Editorial: Acantilado.
Precio: $870.
Durante tres centurias, los académicos y los intelectuales han identificado la Revolución Gloriosa de Inglaterra, de 1688-1689, únicamente como un momento crucial en la excepcional historia de Inglaterra, asociándola a los orígenes del liberalismo. El viejo relato enfatiza la revolución de 1688-1689 como un gran momento en el cual los ingleses defendieron su particular forma de vida, de manera incruenta y consensuada. La idea que propone Steve Pincus en este libro es que los revolucionarios ingleses crearon, por medio de una revolución—la primera y auténtica revolución moderna por encima de la francesa—mucho más sangrienta de lo que se creía hasta ahora, un nuevo tipo de Estado moderno, que habría supuesto un auténtico antes y después en la historia de Europa y en la conformación del mundo moderno tal como lo conocemos hoy.
En la versión tradicional de la Revolución Gloriosa, el pueblo inglés, guiado por sus líderes naturales en las dos Cámaras del Parlamento, cambió del modo más sutil el Estado inglés en 1688-1689. Alteraron ligeramente la sucesión, hicieron que fuese ilegal que un católico heredase el trono y aprobaron la ley de Tolerancia, permitiendo a los disidentes protestantes practicar su culto libremente. La tesis de Macaulay, que se convirtió en la exposición clásica de la interpretación whig de la revolución de 1688-1689, reunía ciertos aspectos distintivos. En primer lugar, la revolución fue no revolucionaria (durante el período revolucionario y por todo el país, hombres y mujeres se amenazaban entre sí, destrozaban sus propiedades y se mataban y mutilaban los unos a los otros). En segundo lugar, la revolución fue protestante. En tercer lugar, la revolución puso en evidencia la naturaleza fundamentalmente excepcional del carácter nacional inglés. En cuarto lugar, no hubo reivindicaciones sociales en la base de la revolución de 1688-1689.
 El presente libro cuestiona todos los elementos de esta arraigada versión. Sostengo que la revolución inglesa de 1688-1689 fue la primera revolución moderna. Llegué a esta conclusión tras más de una década de investigación en archivos de Norteamérica, del Reino Unido y del resto de Europa. La revolución de 1688-1689 es importante no porque reafirmara el excepcional carácter nacional inglés, sino porque constituyó un hito en la emergencia del Estado moderno. Pero el cambio económico y social no hizo que la revolución de 1688-1689 fuera inevitable. Jacobo II [rey de Inglaterra entre 1685 y 1688], profundamente influenciado por la particular rama del catolicismo que él practicaba y por el exitoso modelo político de su primo, Luis XIV de Francia, procuró desarrollar un Estado absolutista moderno. Llegaron pronto a la conclusión de que un centralizado imperio territorial y de ultramar, con bases en la India, en Norteamérica y en las Indias Occidentales, constituía un puntal esencial. Jacobo reunió recursos disponibles desde hacía poco e ideó planes para un imperio mucho mayor, a fin de crear un Estado católico y moderno.
Los revolucionarios imaginaron que Inglaterra sería más poderosa si alentaba la participación política más que el absolutismo, si se mostraba más tolerante con las religiones y menos tendente a catolizar, y si se dedicaba a promover la industria inglesa en vez de a mantener un imperio basado en la posesión de tierras. Fue precisamente porque Jacobo había sido capaz de crear un Estado tan poderoso por lo que muchos de sus oponentes se dieron cuenta de que sólo era posible oponerse a él con violencia y de que sólo una transformación revolucionaria lograría impedir que un futuro monarca inglés recrease su moderno Estado absolutista. Aquellos que derrocaron a Jacobo II en 1688 y dieron forma al nuevo régimen en la década siguiente fueron, necesariamente, revolucionarios.
Ni la Inglaterra de la modernidad temprana llegó a su fin en 1688, ni la Inglaterra moderna comenzó a partir de entonces. Sin embargo, sería justo decir que el carácter de las relaciones entre el Estado inglés y la sociedad se transformó de manera fundamental. Pero no rechazaron el Estado, sino que crearon un Estado intrusista en muchos sentidos y promovieron una sociedad tolerante en cuestiones de religión. Si bien la Revolución Gloriosa constituyó un momento crucial en el desarrollo del liberalismo moderno, dicho liberalismo no fue hostil al Estado. En mi opinión, la Revolución Gloriosa no fue el triunfo de un grupo de modernizadores sobre los defensores de la sociedad tradicional. No señalo que la modernización del Estado implique necesariamente una ruptura completa y total con el pasado en la vida intelectual, religiosa o social.
¿Qué quiero decir, pues, con «la emergencia de un Estado moderno»? Me refiero a dos tipos de cambios interrelacionados. Aludo, primero, a una serie de innovaciones socioestructurales en el arte de gobernar. En segundo lugar, aludo al hecho de que un Estado moderno implica una ruptura ideológica con el pasado. Mientras que la magistral versión de Macaulay se centra en acontecimientos ingleses, en reacciones de la comunidad protestante y en actores de la elite, la mía añade a eso un contexto europeo, la perspectiva ideológica católica de Jacobo II y su entorno, la política popular y cuestiones de economía política. Estos elementos adicionales permiten ver que las causas de la revolución de 1688-1689 eran antiguas y sus consecuencias para Inglaterra y el resto del mundo se dejaron sentir a largo plazo. Fue, de hecho, la primera revolución moderna.
– Historia de las utopías – Lewis Mumford
Estado: nuevo.
Editorial: Pepitas de calabaza.
Precio: $460.
En este hermoso y valioso volumen, Lewis Mumford hace balance crítico del pensamiento utópico: su historia, sus fundamentos básicos, sus aportaciones positivas, sus cargas negativas y sus debilidades. Releyendo las utopías más conocidas e influyentes y los mitos sociales que han desempeñado un papel de primer ord en en Occidente, y contrastándolos con las utopías sociales parciales todavía recientes, Mumford valora el impacto que todas estas ideas podrían tener en cualquier nuevo camino hacia Utopía que estemos dispuestos a emprender. Presentamos por primera vez en castellano el primer libro que publicó Lewis Mumford, escrito con apenas veintisiete años, y que no dejó de reeditar a lo largo de toda su prolífica vida. La edición que ofrecemos a los lectores cuenta además con un prólogo que el propio Mumford redactó casi cincuenta años después de su edición original. En un momento en el que cada vez se escuchan más voces que hablan de la necesidad de que la sociedad cambie de rumbo, y en un tiempo en el que todas las brújulas parecen irremediablemente rotas, este libro se antoja una lectura básica por su fino análisis, por su anticipación y por la lucidez propia del pensamiento de Mumford.
– La consagración de la primavera. La Gran Guerra y el nacimiento de los tiempos modernos – Modris Eksteins
Estado: nuevo.
Editorial: Pre-Textos.
Precio: $650.
Deslumbrante en su originalidad, agudo y perspicaz a la hora de desenterrar patrones de conducta que la historia ha borrado, Modris Eksteins explora los orígenes, el impacto y las secuelas de la I Guerra Mundial —desde el estreno del ballet de Stravinsky La Consagración de la Primavera en 1913 hasta la muerte de Hitler en 1945. Como escribe Modris Eksteins, La Gran Guerra fue el punto de inflexión psicológico… para la modernidad como conjunto. Las ansias de crear y las ansias de destruir habían intercambiado sus puestos.” En “este libro fértil y audaz” (Atlantic Monthly), Eksteins procede a cartografiar las modificaciones sísmicas de la conciencia humana producidas por aquel gran cataclismo en las vidas y palabras de la gente común, en las obras literarias y acontecimientos tales como el vuelo trasantlántico de Lindberg y la publicación del primer best-seller moderno, Sin novedad en el Frente del Oeste. Esta Consagración de la Primavera de Eksteins es una obra extraordinaria y singular, una historia cultural que redefine el modo que tenemos de contemplar nuestro pasado y mirar hacia el futuro.
MODRIS EKSTEINS, nacido en Letonia en 1943, es profesor de Historia en la Universidad de Toronto en Scarborough. La Consagración de la Primavera: La Gran Guerra y el nacimiento de los tiempos modernos ha sido traducida a varios idiomas y ganó el premio Trillium y el premio Wallace K. Ferguson de la Asociación Histórica de Canadá, entre otras distinciones. Su libro Walking since Daybreak (Caminando desde el alba), ganó el premio Pearson de ensayo. Vive en Toronto.
– La mujer que disparó a Mussolini – Frances Stonor Saunders
Estado: nuevo.
Editorial: Capitán Swing.
Precio: $350.
A las once de la mañana del 7 de abril de 1926, una mujer salió de la multitud en la Plaza del Campidoglio de Roma. A menos de un paso delante de ella, se detenía Benito Mussolini. Al levantar el brazo para hacer el saludo fascista, la mujer levantó la suya y le disparó a quemarropa. Mussolini escapó ileso por muy poco, la bala apenas le había rozado. Animado por todo el mundo, pudo continuar la marcha fascista. Esta es la asombrosa historia jamás contada de Violet Gibson, la mujer que trató de detener el ascenso del fascismo y cambiar el curso de la historia. Violet fue arrestada, etiquetada como “solterona irlandesa con problemas mentales”, y enviada a un asilo mental inglés donde murió en 1956.
Esta elegante obra de reconstrucción biográfica, a través de una narrativa llena de suspense, conspiración y diplomacia, recupera la notable figura de Gibson de los registros históricos perdidos. Desde su aristocrática juventud en la élite de Dublín, entre bailes de debutantes y presentaciones en la corte, hasta su compromiso con las ideas fundamentales de la época, como el pacifismo, el misticismo o el socialismo. Pero sobre todo, analiza su menospreciado papel en el desarrollo del fascismo y el culto a Mussolini, en una peligrosa y novedosa época en la que todo parecía posible.
– La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX – Sandra M. Gilbert y Susan Gubar
Estado: nuevo.
Editorial:
Precio: $500.
Sandra M. Gilbert y Susan Gubar ofrecen con este texto una atrevida y novedosa interpretación de las grandes escritoras del siglo XIX y, al hacerlo así, presentan la primera demostración de la existencia de una imaginación claramente femenina.
Este libro surgió de un curso impartido por ambas autoras en el que al leer lo que escribieron las mujeres, desde Jane Austen y Charlotte Brontë hasta Emily Dickinson, Virginia Woolf y Silvia Plath, se sorprendieron por la consistencia de temas  e imágenes que se hallaban en las obras de escritoras con frecuencia distantes unas de otras geográfica, histórica y psicológicamente. Incluso al estudiar sus logros en géneros radicalmente diferentes, descubrieron lo que comenzó a parecer una tradición literaria manifiestamente femenina, una tradición abordada y apreciada por muchas lectoras y escritoras, pero que nadie había definido aún en su totalidad. Imágenes de encierro y fuga, fantasías en las que dobles locas hacían de sustitutas asociales de yoes dóciles, metáforas de incomodidad física manifestada en paisajes congelados e interiores ardientes: estos modelos reaparecían a lo largo de toda esta tradición, junto con las descripciones obsesivas de enfermedades como la anorexia, la agorafobia y la claustrofobia.
– Las mujeres y el cine. A ambos lados de la cámara – E. Ann Kaplan
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $400.
La idea de este libro nació del curso que sobre la mujer en el cine imparte Ann Kaplan desde hace más de veinte años. Aunque muchos de estos trabajos son conocidos para un pequeño círculo de críticos y estudiosos del feminismo, se trata de obras prácticamente desconocidas para personas de otras disciplinas humanísticas. El objetivo de la autora es hacer accesible una obra teórica reciente que suele estar oculta en un lenguaje oscuro y para la que es necesaria una amplia formación en psicoanálisis y semiología.
– POPism. Diarios (1960-69) – Andy Warhol & Pat Hackett
Estado: nuevo.
Editorial: Ediciones Alfabia.
Precio: $400.
No puedo imaginarme por qué, de toda la gente a la que Valerie debía conocer, tenía que ser yo a quien disparara
Esta es mi visión personal del fenómeno Pop en Nueva York en los años 60
POPISM, publicado por primera vez en España, cubre el período más dinámico de la vida y la obra de Andy Warhol. Unas memorias que pueden leerse, en última instancia, como una novela.
En estos diarios, Warhol ofrece su peculiar versión sobre el fenómeno pop en el Nueva York de los 60, y lo hace desde la privilegiada posición que le confiere su peso específico en el panorama artístico y mundano de aquella época irrepetible. Efervescente, lúcido e inevitablemente  cool, como siempre, Warhol repasa aquellos tiempos y nos aporta, de primera mano, un sucinto anecdotario de sus encuentros y desencuentros con toda esa impagable galería de amigos, colaboradores, protegidosallegados y promocionados varios que conformaron su más directo entorno. Edie Sedgwick, Lou Reed, John Cale, Paul Morrissey, Nico, Candy Darling y toda la troupe de la Factory están aquí. Y también, claro, las fiestas, los clubs, la interminable vida social, el arte, el sexo y las drogas de los cenáculos underground, sin obviar el momento crítico que supuso el intento de asesinato que por poco acaba con su vida. Nadie mejor que Warhol para hablar de sí mismo, para saber venderse a través de esta fascinante autobiografía.
– Marcel Duchamp – Bernard Marcadé
Estado: usado.
Editorial: libros del Zorzal
Precio: $400.
Luego de su muerte en 1968, la obra e influencia de Marcel Duchamp, a quien André Breton consideraba “el hombre mas inteligente del siglo XX”, no dejaron de imponerse en el paisaje del arte contemporáneo. Del futurismo al cubismo, del Dadá al surrealismo, el arte de Duchamp acompañó las grandes aventuras estéticas del siglo pasado. Pero fue sobre todo a partir de los años sesenta que su obra se impuso como fuente insoslayable para las jóvenes generaciones. Mucho es lo que se ha escrito sobre Marcel Duchamp, mucho lo que se ha observado a propósito de sus obras y sin embargo, el interés por su vida ha sido escaso. Henri-Pierre Roché escribió, en este sentido, que “la obra mas hermosa de Marcel Duchamp [fue] el empleo de su tiempo”. La presente biografía desarrolla esta hipótesis, con la fuerte convicción de que la observación detallada de la vida de Marcel Duchamp permite un acceso privilegiado a su obra. Por medio de su vida, hecha de una multitud de reencuentros, secretos y resurgimientos, asistimos a la elaboración de un verdadero arte de vivir. El mito, iniciado por Breton, de un Duchamp que abandona la partida del arte a favor de “una partida interminable de ajedrez” corrobora el aura de un artista cuya vida y obras estuvieron dedicadas exclusivamente a la paradoja y la elegancia.
El virus Duchamp
Alan Pauls
Marcel Duchamp es famoso por dos obras que dilataron el tiempo y por una invención que lo abolió. Tardó ocho años en realizar La mariée mise à nu par ses célibataires, même (1915-1923), más conocida como el Gran Vidrio, y casi veinte en completar Etant donnés: 1. la chute d’eau, 2. Le gaz d’éclairage (1946-1966), una combinación de cuadro y de puerta-con-agujeritos-para-mirar-el-cuadro que, por su tempo parsimonioso, pasó a la historia prácticamente como una obra póstuma. (La situación es perfectamente duchampiana: el artista ha muerto; el tiempo prosigue su obra.) En cuanto a la invención, Duchamp, nominalista incorregible, la bautizó con el nombre más exitoso que haya desfilado por las pasarelas del arte contemporáneo: ready-made. Todo el siglo le debe algo al ready-made. Todo el arte de vanguardia del siglo, naturalmente, del dadaísmo a la performance, del arte conceptual al minimalismo, del pop art a las instalaciones, de la música concreta al happening; pero también, en más de un sentido, esa actitud de autoconciencia generalizada –lo que Duchamp llamaba “ironismo afirmativo”– con la que el siglo XX se atrevió siempre a desdeñar a los demás por inocentes. Ready-made, es decir: un objeto ya hecho, anodino, industrial, que es elegido, separado de su función, arrancado de su contexto y nombrado como objeto artístico. La definición es provisoria, como siempre que Duchamp merodea la idea o la práctica que se pretende definir, pero tiene al menos la ventaja de abarcar el medio centenar de ready-mades que registran los duchampianos más escrupulosos, y la de limar los peculiares matices que podrían distinguirlos: ready-mades “puros, modificados, rectificados, imitativos, recíprocos”. El Portabotellas (1914) es puro, como la pala para nieve de In advance of the broken arm (1915); la Mona Lisa con bigotes de L.H.O.O.Q. (1919),  donde Duchamp homenajea con humor al primer artista que imaginó la pintura como cosa mental, es claramente un ready-made rectificado, mientras que la Rueda de Bicicleta (1913), consagrado por muchos como el inaugural, podría perfectamente quedar afuera de la categoría, dado que en rigor, más que una elección y un nombre, involucra un montaje de dos elementos ya hechos, la rueda y un banquito. Pero el más célebre –el que se convirtió en icono y estandarte de la estrategia ready-made– es la Fuente, el mingitorio con el que Duchamp, que lo firmó con seudónimo, escandalizó a los jurados de la exposición de los Independientes de Nueva York y quedó marginado de la selección. Era un urinario de porcelana, modelo Bedfordshire, de fondo plano, que Duchamp –en compañía de Walter Arensberg, uno de los jurados– había comprado una semana antes de la inauguración de la muestra en el negocio de sanitarios del señor J. L. Mott. Lo llevó a su estudio, lo puso boca abajo y en el reborde inferior izquierdo, con grandes letras negras, le pintó el nombre de R. Mutt y la fecha, 1917. Faltaban dos días para la apertura de la muestra cuando la “cosa” llegó al Grand Central Palace, acompañada de 6 dólares (era la cuota requerida para participar), la dirección (falsa) del falso Richard Mutt, en Filadelfia, y el título de la obra, Fountain. El Caso Mutt, como se lo conoció después, cortó la historia del arte en dos. Cualquier cosa podía ser arte. Hacer cualquier cosa era el nuevo mandato del artista contemporáneo.
Conocemos en detalle los entretelones del escándalo (Arensberg discutiendo a los gritos con George Bellows, otro de los jurados, con aquel “objeto blanco reluciente” en medio de los dos) gracias al testimonio de Beatrice Wood, una especie de novia platónica de Duchamp, entonces virgen, ante la que el artista, para desconsuelo de Wood, se detenía con una caballerosidad típicamente francesa. Pero si esos pormenores nos arrebatan hoy, a ochenta años de ocurridos, es gracias al encarnizamiento, la minuciosidad, el tono a la vez entusiasta, desapegado y jovial con que Marcel Duchamp (Barcelona, Anagrama, 1999), la monumental biografía de Calvin Tomkins, reconstruye ahora, a días de terminar elsiglo, la imagen enigmática del único artista que podría jactarse de haberlo inventado.
Sólo que “artista”, en el caso de Duchamp, no parece ser la palabra adecuada. Esa es una de las moralejas que el libro de Tomkins destila con cuidado, sin imponerla, rebajándola –fórmula secreta del gran arte biográfico norteamericano– con sabias cuotas de antropología mundana aprendidas en Proust, en la Djuna Barnes de los Perfiles o en Lytton Strachey. Artista no, decía de sí el mismo Duchamp: anartista. Si la palabra suena extraña –como una errata anarquista– es porque, aunque la Fuente del apócrifo señor Mutt, a esta altura del partido, nos arranque la clase de sonrisa desganada con la que un abuelo comprensivo contempla los jeroglíficos que su nieto garabateó en las paredes de su pieza, la política que esa palabra designa sigue sin resultarnos familiar, ejerciendo resistencia, desbaratando nuestro fervor y nuestro desencanto con la obstinación de una opacidad irreductible. Anartista: es decir, alguien que no es un artista ni su contrario, un anti-artista. Alguien que pinta, sí, alguien capaz, incluso, de pintar cuadros convencionales, o cuadros convencionalmente modernos (cubistas, futuristas), o de canjear de golpe la pintura por la producción de ready-mades, o de “volver a la pintura” veinte años más tarde, pero alguien perfectamente capaz, al mismo tiempo, de renunciar, de abstenerse, de abandonarlo todo. Como si el anartista siempre produjera su obra (la convencional tanto como la revolucionaria) en el límite mismo de su existencia como obra, en ese filo infinitesimal (“el espacio que media entre el derecho y el envés de una hoja de papel”: lo infrafino, la idea teórica en la que Duchamp trabajó a mediados de los años ‘40) donde, como los dados que giran en el aire antes de caer, habrá de decidirse si hay arte o si no lo hay, si se es un artista o se es otra cosa, si la obra es una genialidad o es un fraude.
Esa dimensión de abandono de la vida de Duchamp es quizá el elemento más insistentemente perturbador que atraviesa las 640 páginas del libro de Tomkins. El hombre que deslumbró a Apollinaire y eclipsó a Picasso, que provocaba en André Breton vahídos de admiración, el hombre que derrocó la tiranía de la mano, que acabó con el despotismo retiniano y entronizó la idea del arte como juicio, el hombre que desalojó una pregunta eterna (¿Qué es el arte?) por la pregunta que todavía hoy nos rige (¿En qué condiciones cualquier cosa es arte?), el hombre que hizo posibles a John Cage, a Rauschenberg, a Merce Cunningham, a Warhol –ese hombre, Marcel Duchamp–, está todo el tiempo a punto de dejar de ser un artista. Pero esa inminencia es completamente indolora; ningún sufrimiento, nada que lamentar; el anartista es como el célibe, como el artista del hambre de Kafka: la privación no es un accidente, no interrumpe ni corta nada: es el corazón mismo del programa. Tomkins sigue paso a paso los períodos “ociosos” de Duchamp, los largos intervalos improductivos, las lagunas (Munich, Buenos Aires) en las que parece abandonarse a la nada, y sigue, también paso a paso, como un centinela alarmado, el tenaz itinerario del Duchamp ajedrecista, que parece despilfarrar en gambitos y aperturas las horas, los días, los años preciosos que podría dedicarle a su arte. (Duchamp, profesional del desapego, es también un experto en el derroche.) Y cuando alguien en el libro se hace eco de la preocupación de Tomkins –alguien como Denis de Rougemont, que en 1944, veinte años después del Gran Vidrio, le pregunta a Duchamp si ha dejado de pintar en la cúspide de su carrera–, Duchamp, con altiva apatía, se echa a reír y dice que no, que nunca ha tomado una decisión semejante, y le cuenta que se ha quedado sin ideas, sencillamente. (Pero al día siguiente de la entrevista, anota Tomkins, Duchamp le confía a Rougemont la idea de lo infrafino.) Una vez más, todo orilla la comedia o la histeria. Todo el mundo se afana alrededor de Duchamp, los amigos le ofrecen ayuda, los admiradores su preocupación, y él, motor inmóvil, dandy impasible, se empeña en su castidad, en su abstinencia, en su desierto sin pathos, y cuando todo parece perdido algo irrumpe, instantáneo y fulgurante, que ilumina el mundo hasta enceguecerlo. El enigma Duchamp: “Cuando sonreía”, recuerda Beatrice Wood en el libro de Tomkins, “el cielo se abría de par en par, pero cuando no movía ni un músculo, resultaba tan inexpresivo como una máscara mortuoria. Aquel vacío tenía perplejos a muchos y daba que pensar que había sufrido durante la infancia”.
Error. Error, o quizás el wishful thinking de alguien que no ha comprendido esa verdad esencial que el biógrafo Tomkins deja aparecer entre líneas: Duchamp no cambió sólo el estatuto general del arte: también cambió de modo radical el concepto “vida de artista”. No hubo penurias ni traumas en la infancia de Duchamp. Padre notario (la profesión burguesa de la Francia de fines del siglo XIX) y tolerante, madre sorda (buena escuela de impasibilidad), dos hermanos mayores pintores (Gaston y Raymond), que lo eximieron incluso del deber de la vocación, y una hermana menor, Suzanne, a la que Marcel sin duda adoró pero no tanto como para justificar, dice Tomkins, que aquí pierde un poco los estribos, a los “patanes freudianos” que leen los primeros cuadros de Duchamp como sublimaciones de un deseo incestuoso.
La vida de Duchamp es una vida intacta. Joyce dijo que las armas del escritor eran la astucia, el exilio y el silencio. La divisa de Duchamp –“Silencio, lentitud, soledad”– coincide con la de Joyce en las ventajas del silencio, pero también podría compartir las del exilio. Cada vez que la atmósfera se enrarece, se tensa, se vuelve imperiosa, Duchamp huye. “En 1912 decidí estar solo sin saber adónde iba. El artista tendría que estar solo. Cada cual consigo mismo, como en un naufragio”. A los 25 años, después de haber terminado el Desnudo bajando una escalera, huye de París propulsado por la lectura de las Impresiones de Africa de Raymond Roussel y recala en Munich, donde pasa los dos meses que pondrán en marcha el proyecto del Gran Vidrio. Más tarde, la Primera Guerra Mundial lo sorprende en París, pero no consigue darle alcance: el 15 de junio de 1915, Duchamp embarca en el “Rochambeau” rumbo a los Estados Unidos; en su equipaje, cuidadosamente embalados, van los Nueve moldes málicos (la parte inferior del Gran Vidrio) y un boceto definitivo de la obra completa. “No me voy a Nueva York, me marcho de París, que es muy distinto”, dice en una carta: “Hace ya mucho tiempo, incluso desde antes de la guerra, que tengo aversión a esta ‘vida artística’ en la que estaba envuelto”. Pocos viajes tuvieron tanta incidencia en el arte de este siglo como ese módico arrebato fóbico. Duchamp cambia de continente y desvía radicalmente el foco de la vanguardia artística. París ha muerto. Es el turno de Nueva York.
Ese relevo, nada incruento, por otra parte, es otro de los hilos decisivos que Tomkins hace zigzaguear en los dobles, triples fondos de su libro. Más que una cuestión de geopolítica artística, la mudanza de Duchamp es como el vértice de todo un nuevo, gigantesco dispositivo cultural que está poniéndose en marcha, un aparato que compromete maneras de hacer, de pensar y de entender el arte, pero también formas de difusión, instituciones, mecenazgos, financiamientos y, por fin, la constitución de un mercado de arte. Duchamp, como era de esperar, se mueve en Nueva York como pez en el agua. El Armory Show de 1913, donde presentó su Desnudo bajando una escalera, lo convirtió en un genio, una celebridad instantánea, un mito in absentia. “La modernidad europea sacude el arte norteamericano y lo arranca de su aletargamiento provinciano”, escribe Tomkins, y aprovecha de paso para recordar que el “American Art News” ofrecía un premio de diez dólares a la mejor explicación del cuadro. Pero el mito, que por fin camina por la ciudad que lo consagró, se gana la vida dando clases de francés (2 dólares la hora) y aprende inglés con sus alumnos, o explota su desconocimiento de la lengua para multiplicar su compulsión al calembour, o consigue un puesto en el Instituto Francés (de 2 a 6 todos los días, 100 dólares por mes), o mata el tiempo traduciendo y destraduciendo los títulos de sus obras. De ese equívoco intercambio franco-norteamericano saldrán, por otra parte, las tres versiones de Duchamp que se repartirán, a veces enemistándose entre sí, su posteridad: un Duchamp surrealista, ligado a Francis Picabia, a Breton y a la vanguardia “europea” (muchos de cuyos representantes se exiliaron en Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial); un Duchamp “experimental”, minimalista y zen, emparentado con John Cage; un Duchamp pop, precursor del modernismo tardío de Andy Warhol. (Warhol aparece poco en el libro de Tomkins. En una ocasión, Duchamp le objeta su necesidad de “gustar”, una compulsión que también parece comprometer al pop art en general. En otra –1966– Warhol lo filma sentado en una silla, fumándose un puro durante 20 minutos, tan imperturbable que ni siquiera reacciona cuando una chica se le sienta al lado, prácticamente encima, y empieza a frotarse contra su cuerpo.)
“¡Ojalá Norteamérica se diera cuenta de que el arte europeo está acabado –muerto– y de que Estados Unidos es el país del arte del futuro! ¡Mirad esos rascacielos! ¿Acaso Europa tiene algo más bello que ofrecer que eso?” Así, con ese entusiasmo casi marinettiano (es decir: europeo), se congraciaba Duchamp con sus primeros, devotos entrevistadores norteamericanos. Tomkins, como al pasar, desempolva un episodio fugaz que enrarece –duchampianamente– ese frenesí de recién llegado: la ocurrencia de Duchamp de “firmar” el Woolworth Building, “para convertir así el que entonces fuera el rascacielos más alto del mundo (241,4 metros) en un ready-made”. Duchamp lo sabía bien: la existencia del rascacielos no era suficiente. Hacía falta su dedo índice, su eso es arte, para transformar el rascacielos en ready-made, para acabar de una vez por todas con el arte y, al mismo tiempo, para afirmar como nunca –irónicamente– lo que el arte es: magia pura.
Ese índice apuntado a un objeto común, indiferente, sin “gusto”, ese eso –algo tan simple y económico como un eso, que con recursos mínimos consigue efectos máximos, ¿no es lo que en ajedrez se llama elegancia?– es lo que hizo famoso a Duchamp. Famoso y, para provecho de Tomkins, que aquí libra su propia batalla de biógrafo norteamericano, ininterpretable. Porque esa es la otra tensión que envalentona a este libro sabroso, inteligente, que ya sería irresistible si se limitara a comentar, en cinco o seis renglones distraídos, la vida de cualquiera de sus personajes secundarios (Picasso, Peggy Guggenheim, Man Ray, Katherine Dreier, Henri Pierre Roché, amigo del alma, socio en un par de suculentos ménages-à-trois y autor del slogan que mejor define a Duchamp: “Su obra más imponente es el empleo del tiempo”): la guerra contra la interpretación. Retomando una vieja fobia de Nabokov (asimilar toda interpretación a una “patraña freudiana”), y también sus armas (la mordacidad, el sarcasmo, risitas malévolas), Tomkins parece sostener que eso –el gesto fundador de Duchamp– no tiene sentido, que es sólo un indicador, un signo que muestra algo –un mingitorio, una pala para nieve, un rascacielos de 241 metros de altura– que es opaco, impasible, pura superficie. Como el dandy Duchamp.
Pero ¿y si aun en esa apoteosis de la frivolidad hubiera algo más? ¿Algo menos? ¿Un resto? Medio siglo después del Caso Mutt, Duchamp, en una entrevista con Francis Steegmuller, volvía a darlo vuelta todo. “Usted sabe que es uno de los artistas más famosos del mundo”, le comenta Steegmuller. Y Duchamp: “No sé nada de eso. En primer lugar, la gente común no conoce mi nombre, mientras que la mayoría ha oído hablar de Dalí y de Picasso, e incluso de Matisse. En segundo lugar, si alguien es famoso, creo que es imposible que lo sepa. Ser famoso es como estar muerto: no creo que los muertos sepan que están muertos. Y en tercer lugar, si fuera famoso, no podría enorgullecerme demasiado; la mía sería una fama payasesca, que se remontaría a la sensación causada por el Desnudo bajando una escalera. Aunque supongo, evidentemente, que si esa clase de infamia dura ya cincuenta años, es porque entonces hay algo más que el escándalo”. Steegmuller: “¿Qué otra cosa hay?”. Duchamp: “Hay eso”. “¿Eso?” “Eso. Lo que no tiene nombre”.
Las damas
Acerca del viaje de Marcel Duchamp a Buenos Aires
Christian Ferrer
El de Duchamp fue un viaje idiota. Es decir, sin objetivo ni derrotero, un viaje a cualquier lado, a Buenos Aires entonces. Llegó en piróscafo, junto a una dama –Ivonne Chastel, su esposa. De él solo se sabía que era un “artista” que un tiempo antes había instalado un urinario en una galería de arte; y que con ese simple enroque había pateado el tablero, como sólo los reyes y los bufones saben hacerlo. Ahora sabemos que ese hombre todavía joven era un gran artista, o quizás un gran bufón, y que estaba en su mejor momento. Y de repente, zas, en Buenos Aires, donde no conocía a nadie, con excepción de los familiares de un amigo parisino que regenteaban un prostíbulo. “Gente simpática”, según los describió en su correspondencia. Marcel e Yvonne habían abandonado Nueva York, toda ella un sólo rascacielos, por Buenos Aires, de la que apenas sabían lo que cabe en un signo de interrogación. El viaje careció de incidentes, no sufrieron de mareos y las estadías en los puertos intermedios fueron breves. Así también, de punta a punta, se desplazan los alfiles y las torres, gambeteando escaques.
¿Acaso escapaba de la Primera Guerra Mundial? No es muy probable: estaba lejos de los acontecimientos. ¿Huía de la fama? Era escasa aún, no más que un escándalo inofensivo en una exposición. Por otra parte, en bares bohemios y en inauguraciones nunca falta un niño terrible –cosa que él nunca fue. ¿Para qué vino entonces? Misterio… Ningún misterio: fue un viaje idiota. No cabe otra explicación. Un viaje porque sí, un viaje porque no. Dicen que en Buenos Aires no habría hecho nada de nada, o quizás se puso a trabajar en unas diapositivas estereoscópicas. Dicen también que aquí habría procurado detener la caída del cabello con toda suerte de experimentos capilares, o bien jugó ajedrez ininterrumpidamente. Por cierto, no hablaba castellano, pero eso no fue obstáculo, pues el tablero es perfectamente mudo. Además, Duchamp tenía cara de poker, al igual que la mayoría de los ajedrecistas.
Durante su estadía no pasó mucho: nevó en la ciudad por primera y única vez en su historia, el presidente se llamaba Hipólito Yrigoyen, se estrenaron dos películas argentinas, “Buenos Aires tenebroso” y “El último malón”, el joven Borges redactó unos versos comunistas, hizo mucho calor en ese verano de 1919, y en el mes de enero una huelga que fue reprimida a sangre y fuego acabó con ochocientos muertos y tres mil heridos. Y poco más. Duchamp dice haber comido bien, haberse rapado la cabeza por completo, haber enviado un regalo de casamiento a su hermana, haberse sacado una fotografía junto a una cacatúa, y no haber encontrado el menor signo de vanguardismo estético en el país. Tampoco pudo encontrar rastros de su amiga Gertrudis Lowy, alias Mina Loy, poeta y pintora, a quien él apreciaba y a la que sabía varada en Buenos Aires esperando por el arribo de su esposo Fabien Avernarius Lloyd, alias Cravan, a quien apreciaba bastante menos. Muchos años más tarde Duchamp seguiría enviándole poemas a Mina, que alguna vez fuera musa –es decir, dama– de su amigo Man Ray y a la vez autora de un Manifiesto Feminista. Cravan era dadaísta y poeta, boxeador además, y decía ser sobrino de Oscar Wilde. Junto a su esposa Mina habían viajado anteriormente por Argentina, Perú, Brasil y Méjico, pagando comida y traslado por medio de exhibiciones de pugilato; y ya en el Puerto de Veracruz se separaron y se dieron cita en Buenos Aires, donde Mina Loy, embarazada, lo esperó durante muchos días y muchas noches. Aparentemente, Cravan se habría embarcado en un velero con rumbo desconocido, o quizás no, no se sabe bien.
Al comienzo, Duchamp pensó en jugar ajedrez a distancia por intermedio de cablegramas; luego, se le ocurrió que eso podía lograrse mediante estampillas adhesivas con las piezas impresas; al final se anotó en un club local y también diseñó un tablero y torneó él mismo una y cada una de las piezas necesarias, las blancas y las negras, con excepción del caballo, al que dio forma un artesano local. De todas las piezas del ajedrez, el caballo es la más imprevisible: corcovea, arremete, improvisa y se desvía en un instante. Parece obra del capricho, pero sus motivos tendrá, tanto como Duchamp los tuvo cuando desde Buenos Aires le envió a su hermana un objeto perecedero llamado “ready-made desgraciado”, destinado a ser despedazado por el tiempo y la lluvia. Era un regalo de casamiento. Suzanne Duchamp se casaba con Jean Crotti, el marido anterior de Ivonne Chastel, la esposa de Marcel. Hay vaivenes así en el tablero, y si bien en el juego no suelen abundar los finales felices, algunos rivales terminan emparejados. Por otra parte, una amiga de Duchamp le había dicho que en Argentina “lo importante no es la felicidad sino el matrimonio”.
Esa amiga se llamaba Katherine Dreier. Era más que eso: era su clienta, su patrocinadora y su cómplice. Una dama blanca. Y ambos eran miembros de un grupo de conspiradores llamado “La Sociedad Anónima”, cuyo emblema era un caballo dibujado por Duchamp. Katherine era, además, millonaria y sufragista, y había venido al país para enterarse de la condición social y política de las mujeres de las pampas. Un año después publicaría una memoria del viaje. “Cinco meses en la Argentina desde el punto de vista de una mujer”: ese era el título del libro y por él nos enteramos que Katherine Dreier encuentra al clima argentino relajante y mortal para el espíritu, que las mujeres salen a pasear con chaperon y que eso se debe a la mala influencia de los moros traída por los conquistadores españoles, que presenció el desmantelamiento de la fuente de las nereidas de Lola Mora, que concurrió al Corso de Flores, que le extrañó descubrir que los hombres porteños se empolvaban la cara, y que también fue a un montón de locales socialistas y de beneficencia. Sus días pasaron entre curiosidades al paso y paseos proselitistas, y no pareció sacar mucho en limpio. Se diría que fue otro viaje idiota. Cuando Katherine partió de Buenos Aires en piróscafo, se llevó un montón de hojas escritas, una estereoscopia y una cacatúa. Marcel Duchamp la acompañó al puerto y se dejo fotografiar con el avechucho al hombro, cuyo nombre era “Koko”.
Es raro que los peones lleguen a protagonizar jugadas estelares en el ajedrez. A ellos se les reservan los mayores esfuerzos, el trabajo sucio, son la carne de cañón. Y suelen pasar desapercibidos. “Buenos Aires no existe”: esto es lo que Duchamp había escrito a uno de sus corresponsales en noviembre de 1918. Y a comienzos de enero de 1919 le escribe a otro: “Sólo se puede ir al teatro”. Ni siquiera eso, porque en los días siguientes Buenos Aires estaría dada vuelta, barrios enteros tomados por huelguistas, guardias armados en todas las esquinas, ataques a hogares judíos, y una multitud anarquista enfrentándose al ejército y la policía y dispuesta a establecer un mundo sin Amo y sin Dios. Al terminar la jornada había heridos y muertos por doquier. El 13 de enero Duchamp le confía a una amistad epistolar: “me siento como un prisionero de guerra pues el uniforme de los soldados argentinos es igual al de los alemanes”. Lo que había sucedido sería conocido como la Semana Trágica de Buenos Aires, y Katherine Dreier se transformó en improvisada cronista del levantamiento. Nos dice que la ciudad estaba en guerra, que los huelguistas destruyeron incontables bulbos eléctricos y lámparas de petróleo, que las calles eran bocas de lobo, que el cortejo fúnebre de los primeros anarquistas muertos fue tiroteado desde una iglesia y que el fuego fue respondido por igual, que se importaron trescientos rompehuelgas japoneses, que no hubo diarios, y que ella transcurrió esos días entre el Plaza Hotel, el más lujoso de la ciudad, y el local de la Federación Obrera de la Aguja. Por cierto, la mujer tomó partido por las piezas negras, no por la chusma del mauser. Décadas después, al ser preguntado por qué razón el rey torneado en Buenos Aires no estaba coronado con una cruz, Duchamp respondió: “Esa fue mi declaración de anticlericalismo”.
Ivonne Chastel abandonó Buenos Aires en marzo de 1919, y en abril zarpó Katherine Dreier, y a mitad de junio se fue Marcel Duchamp. Atrás quedó Mina Loy, perdida en el tablero y llamando inútilmente a Cravan, el esposo perdido para siempre en el Caribe azul.
– Las experiencias de Tiresias. Lo masculino y lo femenino en el mundo griego – Nicole Loraux
Estado: nuevo.
Editorial: Acantilado.
Precio: $500.
Al principio, los historiadores creyeron en el «milagro griego», espejismo de una civilización de luz implacable, filosofía abstracta, figuración geométrica. Más tarde, descubrieron una Grecia de contrastes, trabajada por la polaridad, por las oposiciones entre cultura y naturaleza, entre Ciudad y barbarie, entre varón-ciudadano y mujer menor de edad. Con Nicole Loraux, hoy nos llega el momento de una Grecia atormentada, en claroscuro, donde ya no reina tan sólo la exclusión, sino que también operan la ambivalencia y el intercambio. «Las experiencias de Tiresias» nos revela esta fascinación de Grecia por el Otro femenino: la Ciudad ha reducido siempre este Otro a un orden, minimizando la mezcla que forman el hombre y los préstamos tomados a la mujer por medio del rechazo, el olvido y la representación, abstracta y sin fisuras, de sus figuras epónimas: el guerrero, el ciudadano, el filósofo. Tiresias perdió la vista por haber contemplado un día el cuerpo sin velos de Atenea; Grecia, a base de velar lo femenino, acabó cegándose, tanto a ella misma como a un gran número de historiadores. Ya no será posible, después de la obra de Nicole Loraux, continuar creyendo en todo aquello que Grecia nos ha relatado a propósito de sí misma.
– La unidad de la Fenomenología del espíritu de Hegel – Jon Stewart
Estado: nuevo.
Editorial: Universidad Iberoamericana.
Precio: $1000.
Frente a quienes consideran la Fenomenología del espíritu una serie de retazos sin un tema común, Jon Stewart tiene una posición franca: defender que la Fenomenología puede leerse como una obra que sigue un problema de principio a fin. Con esto en mente, presenta al lector con claridad y precisión los argumentos de Hegel, sin perder la complejidad de la Fenomenología. Además se ocupa de situar la obra en la vasta, ardua y no pocas veces enredada conversación de la filosofía del pasado y del presente. En dicha conversación, como corresponde en cualquier diálogo genuino, oímos tanto la voz grave de Hegel como la de su modesto, pero no callado ni pasivo, lector. Stewart hace discutir a Hegel con la filosofía kantiana, aceptando el reto de descubrir las condiciones de posibilidad, de una manera siempre histórica; de hecho, propone ver la Fenomenología como una continuación y corrección del proyecto kantiano. Stewart discute con las distintas interpretaciones de la obra de Hegel, haciendo referencia a ellas en cada sección, señalando sus aportes y deficiencias. Sin duda, Jon Stewart logra con este texto una auténtica proeza de alquimia: del plomo, logra sacar oro.
– Yósik, el del viejo mercado de Vilnius – Joseph Buloff
Estado: nuevo.
Editorial: Capitán Swing.
Precio: $350.
En las calles y callejones de la vieja ciudad de Vilnius, Joseph Buloff creció aprendiendo el arte de la metamorfosis, necesario para sobrevivir durante las ocupaciones sucesivas de cosacos, alemanes, bolcheviques y polacos. La vida urbana, los estruendos, la realidad de la Primera Guerra Mundial… Todo se combina en este impactante documento histórico de un período durante el cual Europa del Este y el mundo occidental cambiaron para siempre.
Dentro de la tradición de la literatura del absurdo, Yósik, el narrador, relata la caótica historia de su hogar espiritual, el viejo mercado de Vilnius, y el extravagante aprendizaje de un niño judío más pequeño de lo normal, pero con mucha labia y una vívida imaginación. Desgarradoramente divertido e históricamente fidedigno, el libro, tiene toda la desbordante vitalidad de aquella vida en la plaza del mercado.
Joseph Buloff
Vilnius, 1899 – Nueva York, 1985
La carrera artística de Buloff, primer actor de la Compañía Teatral de Vilnius, y de su mujer, primera actriz e hija del fundador de dicha compañía en Polonia, figuran entre las más extensas de la historia del teatro judío.
El joven actor abandonó Europa oriental en 1926 y desembarcó en los Estados Unidos, donde se incorporó al Yiddish Art Theater de Maurice Schwartz. A mediados de los años treinta actuaba también en inglés, participando en más de 225 obras antes de 1936, año de su debut en Broadway. Buloff creó míticos personajes como Alí Hakim, el vendedor ambulante persa, y dirigió la obra Mr. McThing en Broadway, aunque se hizo especialmente famoso por su interpretación del Di Mahashefah (El brujo) de Chéjov, que llegó a representar en Johannesburgo en 1950. Debutó en el cine en 1949 con la película Let´s make music.
– El ángel de la historia. Rosenzweig, Benjamin, Scholem – Stéphane Mosés
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $400.
En la Alemania de los años 20 Rosenzweig, Benjamin y Scholem imaginaron una nueva visión de la historia que puso en escena la idea de una utopía mesiánica. A la visión optimista de una historia concebida como una marcha permanente hacia la realización final de la humanidad, opusieron la idea de una historia discontinua en la que los desgarramientos son más significativos que la aparente homogeneidad. Su reflexión de la historia nació de su experiencia directa de los grandes trastornos que han mercado la historia del siglo XX. Pero, paradójicamente, desde los escombros de la razón histórica puede elevarse la esperanza. Y la utopía resurgió en estos tres autores a través de la categoría de Redención. La leyenda talmúdica asigna a cada instante del tiempo su ángel específico. La esperanza mesiánica judía, que simboliza aquí el Ángel de la Historia, no sigue las etapas de una finalidad histórica; se aloja en los desgarrones de la historia que dejan al desnudo los millares de hilos que forman su trama.
– Malas y perversos. Fantasías en la cultura y el arte contemporáneo – Linda S. Kauffman
Estado: nuevo.
Editorial: Cátedra.
Precio: $400.
La cultura contemporánea no está saturada de pornografía —en opinión de linda S. Kauffman-— sino de fantasía, y los actores, cineastas y escritores que aparecen en estas páginas se dedican a descodificar estas fantasías. Las “malas” de este libro son satíricas salvajes con un agudo sentido del absurdo, Algunos de los “perversos” exponen de forma similar sus propios cuerpos como especímenes médicos; otros utilizan la medicina como material y como metáfora. En conjunto, el trabajo de las mujeres y de los hombres de quienes se ocupa aquí la autora es demasiado literal para el arte, demasiado visceral para la pornografía. La cultura popular es una máquina productora de deseo. Hoy día, la confusión sobre el impacto que tiene la cultura popular permea el discurso público; los activistas contra la pornografía insisten en que las imágenes de sexo y violencia tienen un impacto directo sobre el público, mientras que los activistas en contra de la censura lo niegan. Matas y perversos muestra que ambos bandos están equivocados: la cultura popular produce un impacto, pero no de la manera que imaginan unos y otros.
– El hombre perro – Yoram Kaniuk
Estado: nuevo.
Editorial: Libros del asteroide.
Precio: $350.
Adán Stein había sido uno de los payasos más populares de Alemania durante los años treinta. De origen judío, fue recluido en un campo de concentración, donde se libró de la muerte a cambio de tranquilizar y entretener a miles de prisioneros que eran dirigidos hacia las cámaras de gas. Ahora Adán es el cabecilla de un hospital psiquiátrico para supervivientes del Holocausto situado en el desierto del Néguev. El constante desafío de Adán a la autoridad del hospital y sus perturbadoras interpretaciones del pasado sacuden la institución y la despiertan de su letargo. Más lúcido que los médicos y más loco que cualquiera de los pacientes, Adán lucha incesantemente por comprender el sentido de un mundo en el que la línea entre cordura y locura se ha borrado irreversiblemente.
El hombre perro es una de las más significativas novelas hebreas sobre el Holocausto, y la obra maestra de Yoram Kaniuk, uno de los grandes de las letras hebreas actuales. Con la emoción y la humanidad distintivas de Kaniuk, El hombre perro ofrece una demoledora visión del infierno moderno.
– Memorias de guerra del capitán George Carleton. Los españoles vistos por un oficial inglés durante la Guerra de Sucesión – Daniel Defoe
Estado: nuevo.
Editorial: Universidad de Alicante.
Precio: $450.
No siempre estas Memorias.., han sido tenidas como la entretenida narración que todavía hoy continúan siendo, sino que la extraordinaria habilidad de Defoe y su astucia literaria (presentaba todas sus novelas como autobiográficas y no las firmaba él sino el protagonista de cada una) lograron que durante cierto tiempo fueran tomadas por reales: el “capitán Carleton”, en efecto, fue bastante citado como auténtica fuente de conocimiento respecto a España y la Guerra de Sucesión. Defoe, pues, utilizando tanto diversos textos,  como sus propios recuerdos de nuestro país ya que había viajado en su juventud por España, Francia, Italia y Alemania, consiguió con esta obra una de las aspiraciones máximas de cualquier escritor: crear la verdad. Por otra parte, las Memorias…, además de centrar las circunstancias políticas de la Gran Bretaña de principios del XVIII, entran de lleno en la Guerra de Sucesión, todo entreverado con sagaces observaciones sobre las costumbres, los paisajes, los personajes o las poblaciones por las que el capitán Carlenton pasa: Cataluña, Montserrat, la vida en los conventos, Valencia y su música, las corridas de todos, Alcira, Játiva, Denia y su puerto, Benisa, Altea, Fuente la Higuera, Villena, Elda, un Alicante vaciado de sus monjas enviadas a Mallorca ante la amenaza inglesa y sustituidas en sus conventos por prostitutas, el estallido de la mina puesta al castillo de Santa Bárbara, Elche, Guardamar, el Cardenal Belluga, Cartagena, la batalla de Almansa…
Posteriormente, hecho prisionero el narrador-protagonista y condenado en un pueblo de La Mancha, de la cual también aparecen varias poblaciones, son observadas de cerca las costumbres desde el puritano -y, sin embargo, tolerante- punto de vista de Carleton-Defoe: los usos amorosos, el funcionamiento de la Inquisición, las intrigas políticas, las comidas, nuestro paisaje… Hasta que nuestro capitán, recobrada la libertad, puede emprender viaje de regreso a su patria transitando por las ciudades de que habla: Madrid, Burgos, El País Vasco, Vitoria, Biarritz…
– Musketaquid – Henry David Thoreau
Estado: nuevo.
Editorial: Errata.
Precio: $400.
La posteridad de Henry David Thoreau ha quedado asegurada gracias aWalden, su libro más conocido, un auténtico clásico y una obra de culto. Sin embargo, Walden es inseparable del volumen que el lector tiene ahora en sus manos, ambos conforman un díptico y el gran proyecto literario y filosófico de su autor. Si Walden es un ensayo que se asienta en el bosque, habitado por el espíritu del lugar y centrado en el recogimiento de la cabaña, Musketaquid es un ensayo en movimiento: un viaje río abajo donde el pensamiento fluye en perfecta armonía con las aguas y el paisaje, y a contracorriente de toda reflexión domesticada.
En el verano de 1840 Thoreau decidió emprender un viaje, junto a su hermano John, por los ríos Concord y Merrimack. Para ello construyeron una barca y la llamaron Musketaquid: el nombre indio del río Concord, al igual que Walden era el nombre indio de la laguna. Ambos hermanos estaban aún enamorados de una misma mujer, ambos le habían propuesto matrimonio y ambos habían sido rechazados. Dominados por la melancolía inician su aventura. A su regreso, John se hace un profundo corte mientras se afeita y poco después muere de tétanos con apenas veintiséis años. Henry David se ve profundamente afectado por la súbita muerte de su hermano y compañero, con el que había compartido éste y otros muchos viajes y proyectos. Comienza así a exorcizar su dolor a través de la escritura, y como un homenaje a su hermano se lanza a la redacción de Musketaquid.
Este volumen es por tanto un libro de viajes, una memoria y un ensayo de primer orden sobre la amistad y el amor, sobre la literatura y la filosofía, sobre los grandes escritos de la tradición occidental y los textos sagrados de India y China, sobre la vida de los primeros colonos y la de los últimos indios, sobre la naturaleza salvaje y la serena Nueva Inglaterra. Y confirma que Thoreau era tanto el hombre de los bosques como el hombre de los ríos.
– La pasión de la mente occidental – Richard Tarnas
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $605.
`Magnífico, sensacional, iluminador, revelador, necesario`. `Me ha encantado, enganchado, sorprendido, enseñado`. Expresiones de lectores del libro La pasión de la mente occidental, de Richard Tarnas, en internet. Y es así: un libro muy brillante, muy sabio, perspicaz, fácil y subyugante de leer, de una prosa de tanta claridad como esplendor literario. Vendió más de 200.000 ejemplares en Estados Unidos…`
Isidoro Reguera. Babelia. El País
`La pasión de la mente occidental, en este sentido, ha escorado la libertad humana hacia la autonomía individualizante cuyo destino más trágico es el aislamiento de la naturaleza y el «absurdo existencial, de índole kafkiano-beckettiana». La respuesta está en descubrir en nosotros la otredad constitutiva del ser; algo, por cierto, que Antonio Machado pensó con lucidez en términos ontológicos. Tarnas no ignora los derroteros del pensamiento científico y sus problemas epistemológicos, de Popper a Feyerabend, y no puede aceptar que el concepto de verdad sea un mero producto de índole sociológica. Es decir, intuye que Kant nos metió en un atolladero y que hay, sin embargo, un acceso a la famosa «cosa en sí».
Retomando la concepción teleológica de la historia de Hegel, pero ampliándola al universo, Tarnas postula que los principios subjetivos y la mente humana son el órgano del proceso de autorrevelación del mundo, y afirma algo que vale la pena pensar: «La imaginación humana es parte de la verdad intrínseca del mundo; sin ella, en cierto sentido el mundo está incompleto». Tras este atractivo trabajo, Tarnas escribió una obra digna de ser leída: Cosmos y Psique, en la que desarrolla de manera exhaustiva lo aquí iniciado.`
Juan Malpartida. ABC de las Letras
«La pasión de la mente occidental» es un amplio recorrido a través de las ideas centrales que han moldeado la evolución del pensamiento en Occidente. Con una claridad y amplitud de miras que han hecho que este libro sea un best seller en Estados Unidos y lectura obligatoria en no pocas universidades norteamericanas, Tarnas realiza una síntesis completa de toda la cosmovisión occidental, desde el antiguo legado de los griegos hasta la época helenística; desde la aparición del cristianismo y el desarrollo de la escolástica medieval al renacimiento de la cultura clásica; desde la revolución científica y filosófica de la era moderna, con todo su brillante dinamismo crítico en continua transformación, hasta la mentalidad posmoderna. A través de la filosofía, la religión, la psicología y la ciencia, Tarnas va desvelando el largo desarrollo de esta prometeica pasión del hombre occidental (y sus sucesivas crisis) mediante un sólido y coherente tratado del pensamiento occidental.
Hegel dijo que una civilización no puede tomar conciencia de sí misma hasta que no ha madurado lo suficiente como para aproximarse a su muerte. En su epílogo, Tarnas nos habla del fin del hombre moderno, y aboga por nuevos valores: la reintegración de lo «femenino» y el redescubrimiento empático del misterio de la naturaleza y el universo.
«La más lúcida y concisa introducción que he leído sobre las grandes líneas del pensamiento occidental que cualquier estudiante debería saber. Su estilo es elegante y transporta al lector con el ímpetu de una novela…»
Joseph Campbell
Richard Tarnas es historiador de la cultura y profesor de Filosofía y Psicología en el California Institute of Integral Studies (CIIS) de San Francisco, así como fundador y director del programa de Filosofía, Cosmología y Conciencia. Graduado cum laude por la Universidad de Harvard en Historia de la cultura y Psicología en 1972, se doctoró en 1976 en el Instituto Saybrook. De 1980 a 1990 escribió «The Passion of the Western Mind» (1991) que se convirtió en un éxito en Estados Unidos, y, tras treinta años de estudio de los tránsitos planetarios, su siguiente libro, «Cosmos and Psyche» (2006), ambos publicados en Atalanta.
– Realidad Daimónica – Patrick Harpur
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $475.
`Viene todo esto a cuento de un libro (Realidad Daimónica, Atalanta), en el que su autor, Patrick Harpur, explica con brillantez esta enfermedad de nuestros días a la que denomina literalismo. Su lectura sólo tiene un peligro: que nos tomemos lo que dice, dado lo sugestivo que resulta, al pie de la letra`.
Juan José Millás.
`Hace unos días, Juan José Millás me recomendó el libro Realidad daimónica, de Patrick Harpur. Las recomendaciones de Millás deberían ser vinculantes, así que me sumergí en el libro y, en efecto, es muy recomendable`.
Sergi Pàmies. El País. Dr. Harpur
`Convendría, en estos tiempos adustos para la imaginación, una reestructura radical de lo que llamamos comúnmente realidad. Porque lo irracional no es necesariamente insensato, ni lo inconmensurable incomprensible. Al contrario, ésos son los retos de siempre del pensar. Lo importante de los avistamientos, al menos, es que cuestionan la naturaleza de la realidad, de la mente, de ambas, y del mismo concepto de verdad con ellas. Eso pretende Harpur en este libro. La realidad también es paradójica, metafórica, poética, simbólica, mítica, es decir, daimónica. Creer en una realidad literal, en lo literalmente real, es una locura de nuestra época, dice. El juego de la imaginación es esencial para la salud del alma, obstaculizarlo es petrificarse en la letra, nos vuelve dogmáticos, fanáticos, fundamentalistas`.
Isidoro Reguera. Babelia. El País
Los fenómenos paranormales nunca han sido temas respetables para los portavoces oficiales de nuestra cultura, ya sean científicos, académicos, prensa seria o representantes de la Iglesia. El trato que siempre han recibido por parte de la cultura oficial contrasta vivamente con la continua atención obtenida en la cultura popular, que ha tratado de explicarlos con todo tipo de teorías extravagantes, sensacionalistas y pseudocientíficas.
Patrick Harpur reprueba estas dos actitudes. La primera, por esquiva, al eludir las preguntas que, a su juicio, deberían suscitar tales fenómenos sobre la naturaleza de la realidad y de la mente; la segunda, por ingenua, al tomar estas apariciones en su sentido literal. Para Harpur se trata de fenómenos puramente psíquicos; pero la «psique» es el mundo, no sólo nuestras mentes individuales. De esta manera, todos los seres fantásticos que han aparecido a lo largo de la historia –hadas, dáimones, divinidades, animales, fantasmas, damas blancas, enanos, Yetis, ovnis, etc.– pertenecen a la esfera de la Imaginación o, como denominaron los neoplatónicos, «Alma del Mundo». El error, dice Harpur, es negar y reprimir estas manifestaciones, pues cuanto más se reprimen, más patológicamente retornan.
Tanto «Realidad daimónica» como «El fuego secreto de los filósofos» constituyen una de las aportaciones más coherentes y lúcidas de estos últimos años sobre el inefable mundo de la Imaginación.
– A la escucha del cuerpo. Puentes entre la salud y las palabras – Ivonne Bordelois
Estado: nuevo.
Editorial: libros del Zorzal.
Precio: $150.
Virus significa en latín, a la vez, esperma y veneno; embarazada es la que no lleva cinto; hospital y hostilidad tienen orígenes comunes; el vocabulario de la Iglesia y del Ejército se entremezcla con el de la medicina. Este libro explora las proyecciones inesperadas de las palabras en el reino de la salud y la enfermedad, tratando de recobrar sus raíces, su historia, y las connotaciones sociales y emotivas que irradian. Etimologías, eufemismos, ambivalencias y transformaciones semánticas van jalonando un camino donde aparecen, entre otros, Rilke, Sontag, Foucault y Tolstoi, acompañando la pregunta sobre el lenguaje del sufrimiento y la cura.
En la sintaxis de la enfermedad (¿en qué se asemeja contraer una enfermedad a contraer un matrimonio o una deuda?), en el léxico de la compasión, en los poemas que provocan las enfermedades terminales, las palabras van dibujando el camino de la conciencia enfrentada con el dolor en busca de esa totalidad que es la salud, en un tiempo relacionada con la salvación.
Liberar el lenguaje de un sistema que traba la comunicación plena de médicos y enfermos sólo es posible si acrecentamos nuestra confianza y lucidez con respecto a los poderes terapéuticos de la palabra misma.
Ivonne Bordelois es poeta y ensayista. Se doctoró en lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts con Noam Chomsky y ocupó una cátedra en la Universidad de Utrecht (Holanda). Recibió la beca Guggenheim en 1983. Ha escrito varios libros, entre los cuales se destacan El alegre Apocalipsis (1995), Correspondencia Pizarnik (1998) y Un triángulo crucial: Borges, Lugones y Güiraldes (1999, Segundo Premio Municipal de Ensayo 2003). En Libros del Zorzal ha publicado La palabra amenazada (2003), Etimología de las pasiones (2005), A la escucha del cuerpo (2009) y Del silencio como porvenir (2010). Ganó el Premio Nación-Sudamericana 2005 con su ensayo El país que nos habla.
– Mis aventuras con monjas – Giacomo Casanova
Estado: nuevo.
Editorial: Atalanta.
Precio: $320.
«Si sólo hubiera narrado “la verdad”, el libro conocido como Histoire de ma vie creo que carecería de interés literario, aunque bien pudiera haber sido un gran documento para historiadores y sociólogos. Lo asombroso es que, en su estado real, es […] también una obra maestra literaria, un relato que conmueve, exalta, divierte, inspira, solaza y excita tanto la lujuria como el raciocinio.»
Félix de Azúa
«[…] las aventuras del caballero Casanova son el espejo en donde debería mirarse buena parte de la sociedad actual para recobrar algo del dinamismo y la imaginación que acompañaron a nuestro héroe.»
José María Guelbenzu, «Babelia», El País
Entre todas las aventuras que relata Casanova en sus Memorias, quizá las más libertinas sean los amores cruzados con dos monjas, un embajador de Francia y nuestro autor por protagonistas. Como dice Mauro Armiño en su prólogo al presente volumen: «A lo largo de 1754 y hasta los primeros meses de 1755, esas relaciones a cuatro bandas en una Venecia de máscaras y góndolas nocturnas, de apartamentos preparados con espejos para el disfrute directo o indirecto, dan lugar a la aventura lujuriosa por excelencia de un Casanova que cumple uno de los sueños de todos los seductores desde la Edad Media: romper los barrotes del convento y seducir pese a tocas y hábitos a una esposa de Cristo».
Cinco años después, cuando Casanova cuenta treinta y cinco años, se encuentra en Francia con otra monja que tiene el mismo nombre, los mismos hábitos y parecido rostro…
– Correspondencia – Oscar Wilde
Estado: impecable.
Editorial: Siruela.
Precio: $500.
Las 305 cartas de esta Correspondencia de Oscar Wilde son la primera colección que aparece en España de este autor y suponen el testamento biográfico más verídico para contrastar la imagen de dandy que de Wilde se ha venido creando. Se ha dado prioridad a las de mayor interés literario, a las más amenas y a las que arrojan luz sobre su vida y obra. Entre ellas, la extensa y amarga carta, conocida como De Profundis, que escribió a su amigo lord Alfred Douglas desde la prisión de Reading. Oscar Wilde (Dublín 1854-París 1900) vivió de la época victoriana el desafío de quienes estuvieron contra el puritanismo de una sociedad vengativa e hipócrita, y en él, además, se suma una excepcional sensibilidad para apreciar lo que el Arte y la Vida significaban. Jorge Luis Borges aclara que a diferencia de otros escritores que tratan de parecer profundos, Wilde, como Heine, esencialmente lo era y trataba de parecer frívolo.
– Correspondencia (1940-1985) – Italo Calvino
Estado: impecable.
Editorial: Siruela.
Precio: $500.
Italo Calvino (1923-1985) es uno de los autores más brillantes y originales del panorama literario europeo del siglo XX. Algunas de sus novelas, cuentos o ensayos son imprescindibles no sólo para comprender la Italia de su tiempo, sino sobre todo para saber qué gran salto hacia delante da con él
la creación estrictamente literaria. Obras suyas, como las novelas de la trilogíaNuestros antepasados (Siruela, 2004), han sido de referencia para varias generaciones de lectores, por su gran fuerza fabuladora y por su fértil fantasía. Se comprenderá, por ello, la importancia que posee el epistolario que aquí se ofrece, una emocionada crónica en las cartas a su padre o a amigos de juventud, como Eugenio Scalfari, pero también a numerosos escritores. Basta ver la relación de los mismos –de Elsa Morante a Natalia Ginzburg, de Antonioni a Moravia, de Pasolini a Gadda– para saber que este volumen recoge hechos muy vivos del panorama literario italiano; pero también, por su significación social y política en otros casos, este epistolario es un rico friso de la cultura italiana de la segunda mitad del siglo XX. Agudeza y sentido común, ironía y precisión, fidelidad a la libertad siempre y compromiso con los grandes cambios de su tiempo, son otras características de estas cartas que revelan la crónica íntima de un gran escritor.
– Cold Spring Harbor – Richard Yates
Estado: nuevo.
Editorial: libros del Zorzal.
Precio: $200.
La avería de un coche en Nueva York pone en contacto a los jóvenes Evan y Rachel, que de inmediato se sienten atraídos y no tardan en casarse. El flechazo irreflexivo construye planes secretos que intentan escapar de la trampa de la mediocridad y sueños que pronto se disiparán; la realidad acabará imponiendo sus severas reglas… Profundo conocedor de la sociedad estadounidense, Yates compone una trama de amor y desamor sobre el fondo de unas familias desencantadas, ajenas al famoso sueño americano y a sus ideales, aunque nos recuerda la necesidad de las ilusiones, pues la esperanza lo es todo cuando la vida se obstina en decepcionar.
– La de Dios es Cristo – John Niven
Estado: nuevo.
Editorial: Papel de Liar.
Precio: $250.
Tras 4.600 millones de años sudando la camiseta para corregir las muchas taras de su propia obra, Dios decide tomarse un breve y merecido descanso. Con la llegada del Renacimiento todo indica que su experimento mundano ha tomado por fin un camino menos insensato: desde las alturas celestiales observa a Copérnico, Miguel Ángel o Leonardo y se dice satisfecho que tal vez el divino empeño ha merecido la pena, Así las cosas, nuestro Padre Eterno se va a pescar dejando a su hijo como administrados subsidiario del universo. Cinco siglos después (contados en tiempo terrenal) regresa al puesto de mando para descubrir consternado que la creación está otra vez hecha un guiñapo. ¿Qué hacer ahora? Un congreso extraordinario de santos y arcángeles delibera sobre tan delicado asunto y concluye que sólo hay una salida: el niño debe volver a la Tierra. «¿Estáis seguros de que es una buena idea? —pregunta el Unigénito—. ¿Acaso no recordáis lo ocurrido la última vez que anduve por ahí abajo?» Pero de nada valen sus advertencias, y Jesús (que siempre llama dos veces) se presenta de nuevo en este valle de lágrimas dispuesto a enjugarlas con el pañuelo de su calamitosa bondad. Y de nuevo se arma la de Dios es Cristo sin excluir parábolas, discípulos, calvarios o resurrecciones, aunque los inescrutables designios de la Providencia se realizan en este caso mediante programas televisivos, estupefacientes, artillería pesada y otros recursos del siglo XXI.
«Un reverencial guiño a La Vida Brian de Monty Python manifiéstase ya en la primera junta de la corte celestial que el Altísimo convoca, por procedimiento de urgencia, al regresar de sus primeras y muy merecidas vacaciones en esta divertidísima novela sobre Dios y Jesús. La Vida Brian causó no poca controversia en su día sin dejar de obtener por ello una gran notoriedad. Tal vez anide en el afán de Niven un ferviente deseo por propinar —con más vehemencia, si cabe— una certera coz a la bienpensante burguesía y escandalizar a los virtuosos, con especial atención a quienes que se aferran a la cruz como a un clavo ardiendo. Dios resulta ser un tipo de lo más normal, algo disoluto, a decir verdad, y con un estentóreo gusto por la retórica y el argot de nuestro tiempo… mas sigue teniendo un gran corazón; razón por la cual se ve obligado a cumplir la profecía del segundo advenimiento enviando al mesías, a su amado Hijo, de nuevo a la tierra con el loable fin de redimir a nuestra a nuestra indómita especie. Jesús, que en esta reencarnación neoyorquina se hace llamar J. C., es un joven adorable, que, en sintonía con los tiempos que corren y las costumbres de su entorno, ha reemplazado los deliciosos y milagrosos caldos de Judea por un notable consumo de tetrahidrocanabinol. Con gran talento para la música, y animado por los compañeros de su banda, se presenta al casting para el concurso American Popstar [una suerte de Operación Triunfo] dirigido por el diabólico productor inglés, Stephen Stelfox, quien, presa de una epifanía, acierta a ver una gran oportunidad de negocio en este iluminado que afirma ser El hijo de Dios y canta como los ángeles. Stelfox es el demonio de la historia (el verdadero Diablo, por contra, en esta historia es un tipo a lo Tony Soprano de quien queda uno prendado en la cena que éste ofrece a Dios y a Jesús en el inframundo) pero su maldad se ve desbordada por la propia realidad. No deja de antojarse extrañamente irónico el evidente desprecio del autor por la instrumentalización de la religión y por todo cuanto es objeto de apasionada denuncia en este desternillante relato: al vertir toda la furia de su genio verbal sobre la maldad terrenal, parece elevarse a sí mismo niveles de beatería casi patológicamente mesiánicos.»
Jane Housham, The Guardian
– Cuando éramos malos – Charlotte Mendelson
Estado: nuevo.
Editorial: Papel de Liar.
Precio: $250.
Los Rubin formaban a todas luces la familia perfecta: eran tan ricos como brillantes, y para colmo estaban endiabladamente unidos. Las apariencias no engañaron hasta la boda del hijo mayor, una fiesta cargada de previsible alegría que, sin embargo, desata un pandemónium cuando el novio decide fugarse con una mujer casada. La conmoción sacude a propios y extraños, pero en especial a Claudia, formidable matriarca y rabina de la pequeña comunidad judía a la que todos pertenecen. Esa infracción, ese atentado contra el orden constituido, abre las compuertas a una catastrófica riada de murmullos que pone al descubierto las entretelas silenciadas por cada miembro de la tribu. Los cuatro hermanos y sus padres han de poner boca arriba las cartas de sus deseos e identidades ocultas. Cuando éramos malos dibuja un cálido e incisivo (a veces incluso inmisericorde) retrato de una familia en estado de alarma.
«Inmensamente divertida y conmovedora […]. Explora con agudeza y sin reparos las relaciones que se dan entre unos padres y sus hijos.» Los Angeles Times
«Jubilosamente original […]. Una elegante comedia sobre la entereza y la individualidad.»
Newsday
«La culpa, la vergüenza, el amor, las victorias y ansiedades de la vida en familia: ésas son las capas de cebolla que Mendelson arranca amablemente con un humor de perros. Y ocurren tantas cosas… Una novela que se devora de un tirón canino.»
Fay Weldon
– Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable – Christian Ferrer
Estado: nuevo.
Editorial: Anarres.
Precio: $150.
A fin de permanecer entre los hombres, las ideas deben auscultar –y eventualmente tensar– el malestar de una época. El anarquismo ha sabido pellizcar esa cuerda una y otra vez. Por su parte, los propios anarquistas se negaron a partir. Seguramente, firmeza ética e irreductibilidad política fueron condiciones de sobrevivencia. Pues existieron los tiempos en que la palabra anarquía era sinónimo de libertad, no de caos inmotivado. Una historia de la disidencia y de las luchas por libertades negadas o conculcadas necesariamente debe tenerlos en cuenta. Fueron sus cabezas de tormenta. Los primeros en anunciar y promover algunas libertades que hoy se disfrutan en ciertas partes del mundo. Las otras aristas de su historia exponen tanto un estilo de garra como una consideración amorosa por los hombres y la tierra. De no haber existido anarquistas nuestra imaginación política sería más escuálida y miserable. Y aunque se filtre únicamente en cuentagotas, la “idea” sigue siendo un buen antídoto contra las justificaciones y los crímenes de los poderosos […] Cien años atrás el anarquismo era un movimiento organizado, culturalmente significativo y políticamente temido. Ese impulso no ha llegado hasta nosotros. Pero nada se ha perdido. Ni las palabras dichas, ni las ideas publicadas, ni las acciones realizadas. Irradiada hace ya mucho tiempo, su influencia se dispersó más allá de los propios simpatizantes. Afluentes de aquella mutación cultural frustrada se vertieron soterradamente en las aspiraciones y conductas de la actualidad. Y como los anarquistas siempre han sido los testigos vivientes de una libertad prometida, la memoria política actual está habitada por voces y recuerdos de hombres y mujeres que ya no están y de acontecimientos que retroceden en el tiempo. Aún se murmuran proclamas o historias que en otro tiempo se leyeron en libros o se escuchó de viejos combatientes. Es por eso que los ensayos reunidos en este libro no pretenden tanto celebrar el mito político del anarquismo como admirar su supervivencia. Son ensayos nacidos del amor por la saga libertaria.
Cabezas de tormenta interior.pdf
http://www.librosdeanarres.com.ar/sites/default/files/Cabezas%20de%20tormenta%20interior.pdf
– I feel good. Las memorias de James Brown
 Estado: nuevo.
Editorial: GLOBALrhythm.
Precio: $250.
Un artista fundamental en la historia de la música moderna cuenta su azarosa vida. “Please Please Please” fue un grito salvaje que consagró a James Brown como encarnación de una turbulenta sacudida social y musical. Esa mítica canción apareció en 1956, más de dos décadas después de que el cantante iniciara su periplo vital y su lucha por ganarse el respeto de un mundo que nunca lo aceptó del todo. Aunque la leyenda de James Brown está cumplidamente reflejada en sus discos, en las listas de éxitos y, por desgracia, en la prensa sensacionalista, hay una historia no estrictamente cronológica que jamás se ha relatado. Es la historia de un carácter y una entereza, la historia de un negro criado en la tierra de la segregación racial que se alza contra un destino en apariencia inexorable para construirse a sí mismo como un hombre libre cuya convicción y energía sólo serían igualadas por los demonios que lo asediaban por dentro. Con un candor desconcertante, sin velar conflictos, contradicciones o tormentosos encuentros con la justicia, el hombre James Brown relata en este libro el largo viaje que, desde una menesterosa infancia, lo llevaría a la cumbre por los caminos del gospel, el R & B y el soul. Sólo él podía contar esta historia.

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com


Sábados de súper acción – Quinta temporada

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Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann
Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Pasen y vean
ahí acabo de terminar
la cuarta columna que escribo en mi vida
esta llena de oscuridad y de dolor
y también de belleza
dolida
porque en un mundo
de hombres de corazones criminales
la unica belleza posible y verdadera
es una belleza dañada
en algun momento
nacera una quinta* nueva columna
en mi vida
pero ahora
que pude hacer esto
puedo sí
ahora sí
hacer lo que devo hacer
y luego escribir un libro
porque ahora tengo un libro
en mi cabeza
lo vi
y voy a ir hasta el fin
en busca de esa historia que hay que contar
porque si yo no rescato y preservo
eso
para que algun dia
el piberio bionico
y los guachines que esperan
bondis que nunca llegan
puedan recibir esa memoria
nadie lo hara
sobrevivi una vez mas
me mataron pero sigo vivo
soy un gato con mil vidas
una rata del conurbano
bonaerense
y ahi vamos
porque lo mejor viene
ahora
gracias
solo a vos
y a vos
y a vos
que me han cuidado
y dado el amor y la palabra
que necesitaba
para templar el filo de mi alma
y por eso
esta mañana
soy un arcoiris
de colores dementes
geniales
llenos de musica
y palabras
* “Quinta columna. f. Expresión coloquial muy común en Estados Unidos en 1941. El termino surgió en la reciente Guerra Civil Española. Partían para el frente cuatro columnas de soldados. La quinta columna se quedaba en casa y practicabel sabotaje industrial, la difusión de propaganda y otras formas de subversión menos detectables. Los quintacolumnistas procuraban mantenerse en el anonimato; por ese carácter ambiguo y/o no identificado se los consideraba igual de peligrosos, o más, que las cuatro columnas que participaban en la guerra día a día.” Perfidia, James Ellroy

 

Sábados de súper acción – Quinta temporada
 SHAMELESS. Restos pampeanos/ SHAMELESS. El clan de Cacho/ SHAMELESS. La torre de Babel de Elsa/ SHAMELESS. Pedofília/ Emmy Rossum, TAN BIÓNICA DE SHAMELESS A BEAUTIFUL CREATURES/ SHAMELESS. Las bellas banderas/ SHAMELESS. Chano Chanpertier/ SHAMELESS. Los Simpson/ Shameless. LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE/ Shameless. EL DESIERTO Y LAS PALABRAS/ Shameles. HOY VI LLORAR A UNA CHICA EN LA PUERTA DE LA CASA DE CHARLY GARCÍA ENTRE FRUTILLITAS DE AGOSTO Y TORMENTAS DE SANTA ROSA II/ SHAMELES. Buen provecho/ Shameless. CAROLINA

 

Bonus Track: The Beatles/ Tan Biónica/ María Martha Serra Lima/ Fito Páez/ Palito para Maradona en su cumpleaños

 

“Siempre hay que pensar mas allá de la estructura. Pensar en lo que ocurrre abajo y a los lados porque es ahí donde se establecen las ratas. Cuanto más mire uno ahí, tanto más probable es que las encuentres.”
John Murphy, exterminador en la revista Pest Control Technology
“¡Y el piberio biónico sigue golpeando puertas que no se abren y sigue esperando bondis que no llegan y el piberio biónico sigue caminando igual porque lo mejor esta por venir y ahora Buenos Aires todos a bailar al ritmo de su corazón!”
Chano

 

SHAMELESS. Restos pampeanos
ayer me faltaba el aire
me sentía terriblemente angustiado
entonces salí a la calle
y ahi
lo vi a Guillermo Francella
mirandome
y en el fondo de esos ojos
de eso
IT
el ministro de economía Kicillof
y me arroje a buscar esa mirada
esos ojos
que no eran ni Francella ni Kicillof
ni el actor ni el ministro
sino IT
y luego seguí caminando
y entonces
veo una manada de adolescentes
vestidos de negro y con basos de Mc Donals
y unas bayas
esperando a su idolo
en la puerta de Musimundo
y lo veo emerger de ese remolino
a Horacio Gonzalez
la vi la foto
era esa
y no la pude sacar
Gonzalez
emergiendo de ese remolino
y no la pude sacar
y me lance sobre Horacio
buscando atrapar la foto
que sabía que ya no iba a poder
capturar
que la vi
y era el emergiendo de esa maraña
de adolescentes
como un idolo pagano
y lo persegui
una cuadra
sacandole fotos
puteando a la gente
que se interponia en mi camino
y me molestaba para sacar fotos
y horacio no me vio
nunca me vio
quiero decir
no a mi
que no soy nadie
sino a un boludo que le estaba sacando fotos
a lo largo de toda una cuadra
no me vio
todo mi cuerpo y mi cabeza
respondian a un objetivo
captar una foto
que sabía que había pasado
hacia un segundo
pero que habia que insistir
porque otra imagen
que valiera la pena
iba a parecer
imaginate
era un espectaculo dantesco
como cuando escribo
gesticulo
fumo
hablo
puteo
me contorciono
y horacio no vio a un tipo sacandole fotos
a lo largo de toda una cuadra
y horacio es una persona que ve
todos sus libros lo acreditan
todos los que pasamos por un aula
en la que el estaba lo saben
que ha visto como nadie
que ve
y ayer no me vio a un tipo sacandole
fotos
y me puso triste
porque si horacio no ve
la argentina se queda ciega
quiza me vio
y se hizo el boludo
y le chupaba un huevo que nadie le sacara fotos
ojala sea asi
porque si horacio no ve
todos vamos a tener
que usar
culos de botella
para poder ver
algo
Este dibujito que no tiene más valor que el que puede tener los garabatos de un niño en una hoja lo hice al calor del desierto y las palabras.
Restos pampeanos Horacio Gonzalez
Lo que sigue sucedió en Facebook:
XXX- eh, no leo bien, que decia..? Horacio Pagani?
Juan Pablo Liefeld Jamas me reiria yo de horacio, él como Tomás abraham son persadores de los que aprendi mucho mucho mucho pero eso sí su pensamiento templado de humor creo que hoy lo han perdido, perdieron el filo al volverse serios y sin humor y diferente era el caso de Nicolas Casullo que era amargo como un limón y el filo de su cuchillo estaba hecho de otros materiales tan necesarios en mi formación, que me arme yo solito, como los de Horacio y Tomás Abraham, pero a esos tres tipos los vi pensar alguna vez, sí, claro que sí y lo voy a agradecer toda la vida, en cambio a mi generación, los que hoy tenemos entre 35 y 45 años, solo los veo mariconear, solo los escucho cantar lindas canciones en caraoques berretas
XXX-Y cual será la causa?
Juan Pablo Liefeld que somos una generacion de groupis de Chano Chanpertier
Juan Pablo Liefeld somos nenitas, eso somos, nenitas que corren como locas detras de un chico lindo y que nunca les va a dar bola
XXX-  jejeje…
Juan Pablo Liefeld Cual sera la causa, cual sera la causa justa preguntaria Osvaldo Lamborghini, ¿Chano? no, la causa justa de mi generación si podria mirarse a un espejo lo que le devolveria el espejo es el rostro del gigolo Bazterrica con su ya clasica remera polo comprada en la salada
XXX- Somos nenitas que forman club de fans. Pero el problema son las discograficas. Nos tiran fortunas, bah, algunos mangos, para llorar y tener eyaculaciones. Y despues, cuando la guita ya no sobra y cierran, nos dejan en penumbras. Con el vacio significante al palo. Llorando sin respuestas. Y lamentamos y brindamos por ese viejo amigo: el capitalismo salvaje.
Juan Pablo Liefeld No, la culpa y la responsabilidad es nuestra, somos una generación de maricones porque nos gusta, nos encanta ser mariquitas
Juan Pablo Liefeld Como puede ser que lo veo al Beto Casella en lo de Marcelo Tinelli y no puedo puedo ver algo así en ninguna intervención publica de mi generación? Por qué el Beto Casella es mas filoso he inteligente que los chicos vivos que manejan Bataille y Nietzche? Y sí, porque el Beto es un hombre y nosotros mariquitas
Juan Pablo Liefeld Como puede ser que Carlos Tévez maneje al dedillo y sea un gran traductor de Pier Paolo Pasolini y mi generación no sabe ni como se agarra un libro de Pasolini. Eso sí, conocen toda su filmografía y pueden hablar de durante horas. Pero es Tevez el que lo sabe traducir no mi generación que es puro cartón pintado.
Juan Pablo Liefeld Y cuál es el problema de ser mariquitas. Ninguno. Absolutamente ninguno. El problema que no se lo reconcoce. Nos montamos de superhombres y en el mingitorio vemos a un tipo haciendo carambolas con las bolitas del baño con su meo y nos cagamos de miedo.
Juan Pablo Liefeld Y es tan pelotuda mi generación que digo Tevez es un gran traductor de Pasolini y el Beto casella es un pensador interesante y les sale del corazon una sonrisa ironica llena de desprecio.
Juan Pablo Liefeld Las mariquitas necesitan negar estas cosas porque ponen en evidencia su pobreza tanto intelectual como espiritual. Lo mismo paso hace muchos años con Horacio Gonzalez, Tomás Abraham y Nicolas Casullo, que hoy son muñequitos de torta de cuanto cumpleaños de 15 alla pero alguna vez fueron un chiste malo que nadie entendia ni festejaba.
Juan Pablo Liefeld Existe un mundo Beto Casella y un mundo Nacha Guevara. Uno respeta y defiende a un patetico imitador de Sandro y el otro lo humilla y desprecia gratuitamente con saña y sevicia. Yo intento estar del lado del mundo del Beto. A mi generación le encanta el mundo de Nacha. Lo que el mundo Guevarista tanto odia de ese patetico laburante que es un imitador de Sandro es que ese hombre tiene una pasión verdadera, un amor verdadero y lo sostiene con el cuerpo y con su voz. Lamenteblemente compañero imatador de Sandro -al que yo también amo- no te puedo ayudar más que con estas palabras que no valen una mierda. Pero a los Guevaristas Nachianos les digo hijos de puta las banderas, las bellas banderas nos las entrego, las defendi toda mi vida esa que para ustedes es una caricatura como el emitador de Sandro, voy a caer en batalla y ustedes van a escupir sobre mi cadaver pero las banderas, las bellas vanderas, no  se las entrego a ustedes ni a nadie, jamas, porque a mis banderas las sostienen un pasion y un amor inutil cosas de las cuales para ustedes  solo son comprensibles solo si estan mediadas por variables de utlilidad y lucro. El imitador de Sandro y yo vamos a perder, claro que sí y somos pateticos, calro que sí pero ustedes nunca van a conocer el dolor de la perdida porque nunca ganaron nada.
SHAMELESS. El clan de Cacho
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SHAMELESS. La Torre de Babel de Elsa
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SHAMELESS. Pedofília

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La traduccion de You Never Give Me Your es mala pero sobrevive a su mala traducción como todo buen libro a sus malos traductores:
Nunca me das tu dinero
Sólo me das tus historietas
en medio de las negociaciones te quiebras
Yo nunca te doy mi número
Sólo te doy mi situación
Y en medio de la investigación me quiebro.
Salir del colegio y gastar el dinero
No veo futuro ni pago el alquiler
Todo el dinero se fue, no hay donde ir
Los chanchulleros despedidos
De vuelta el lunes por la mañana
Camión amarillo y lento, sin lugar adonde ir
Pero ¡oh, esta mágica sensación
De no tener adonde ir!
Oh, esta mágica sensación
De no tener adonde ir! ¡no tener adonde ir!
Un dulce sueño
Toma las maletas y sube a la limusina
Pronto estaremos lejos de aquí
Aprieta el acelerador y sécate esa lágrima
Un dulce sueño hoy se hizo realidad
Hoy se hizo realidad
Hoy se hizo realidad
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
Todos los niños buenos van al cielo
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
Todos los niños buenos van al cielo
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete…
Los niños buenos van al cielo.
Emmy Rossum, TAN BIÓNICA DE SHAMELESS A BEAUTIFUL CREATURES
Para David Viñas y una de esas oraciones que podía tirar como se puede tirar con una pistolita comprada en una villa de San Martin con varios cadaveres sobrebolando el ánima del arma:
Los intelectuales en argentina se suben al caballo por la izquierda y se bajan por la derecha.

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SHAMELESS. Las bellas banderas
JUAN PABLO LIEFELD 
-I-
Mariano Cúparo Ortiz:
Estaba enamorado de ella en Shameless. Sinceramente enamorado.
———–
Juan Pablo Liefeld:
te creo compañero, pero la suerte nunca va a estar de nuestro lado, nunca y menos esta noche, que dificil que es la vida, un beso cuparo siempre crei en tu sinceridad cuando todos te tomaban por chanta y vago en Libreria Santa Fe, yo no, se que sos un buen pibe, pero te va a ir siempre para el orto por ese caminito, abrazo
————–
Mariano Cúparo Ortiz:
Este es el mejor elogio que recibí en mucho tiempo.
Porque viene de un romántico anarquista de los de antes. El tipo de club al que me gustaría pertenecer, y al que lamentablemente no pertenezco. Pero igual me honra la confusión que te lleva a decirme “compañero”. Porque de todos los clubes a los que no pertenezco (que son a la vez todos los clubes que alguna vez haya conocido), con ese es con el que más me quiero identificar.
En la librería intenté hacer inconscientemente algo que después descubrí que fue la esencia de la resistencia peronista del 55 y que cuando lo supe se me puso la piel de gallina porque sin dudas fue (humildemente) uno de los mejores desempeños de mi vida: el boicot, el trabajo a desgano y el sabotaje al hijo de puta que quería nuestra alma a cambio de un sueldo. En ese lugar nos quisieron hacer creer que nuestra dignidad valía $1600.
Vos me estás reconociendo por eso y entonces el orgullo es doble.
—————————————————
juan pablo liefeld:
no es un elogio es algo que te digo desde el corazon yo no respeto a cualquiera ni le digo te quiero a cualquiera lo digo cuando lo siento cuando es verdad, cuando le hice juicio a libreria santa fe y cerramos juan pablo aisenberg me quizo dar la mano, el tipo que me humillo y me robo plata como le roban los empresarios argentinos a todos los laburantes y yo no le quise dar la mano ni a el ni a su abogado porque si se la hubiera dado si yo esta noche te digo que vos sos un buen pibe seria mentira porque mi corazon podra estar herido pero no esta podrido puedo reconocer la belleza en medio de la mierda y vos sos noble lo vi porque trabajamos juntos y otros compañeros nuestros de esa libreria son unos soretes alcahuetes y que no valen nada ni para los aisenberg ni para nosotros dos, compañero, un beso grande te quiero
—————————————————
 Mariano Cúparo Ortiz:
Voy a sumar un tercer honor para el pibe que entró el mundito literario porteño, a los tipo 20 años, y sin entender nada, leyendo las columnas de Elsa Kalish, gracias a quien leí también Urbana.
Juajua, me resulta inolvidable el día que me pasaste tu mail, en el subte línea d, y me dijiste algo así como elsakalish@hotmail.com
-II-
Si sos una persona noble hace lo que se te canta las pelotas siempre.
Porque seas refractario e ingobernable o alcahuete y come mierda de la patronal igual te van a aplastar como una cucaracha.
Y te van a dejar todos solo: tu amor, tus amigos, tu familia, tus compañeros y la puta que te pario.
Pero si sos una persona noble no entregas jamas las banderas al enemigo porque no podes, porque eso no esta ni estuvo ni estara en vos.
Y te vas a quedar solo como un perro.
Y vas a escuchar boludeces crueles de gente “bien intencionada” y “que te quiere” pero el tiro te lo van a pegar igual, sin asco, de forma prolija y sin fallar.
Te van a aplastar como una cucaracha hagas lo que hagas.
Y si te van a dejar solo y te van a hacer mierda con una alpargata como a una cucaracha por qué mierda no haces lo que se te canta el quinto forro del culo y que se vaya todo a la mierda.
si de ahi venimos.
si ahi vamos.
las banderas no se entragan compañero.
las entregan los que nunca las tuvieron.
Y nos van a aplastar como cucarachas.
claro que sí.
no hay duda.
solo hay que leer dos o tres libros de historia.
y caminar y ver lo que pasa en la calle.
y te van a aplastar como una cucaracha.
pero si sos un rey.
las banderas mueren con uno.
hijos de puta.

SHAMELESS. Chano Chanpertier 
“y esta violencia regalo de mi papá me esta doliendo mucho cada día más”
Lunita de Tucumán, Tan Biónica
“una cosa que se pierde en la penosa madrugada silenciosa, del cielo de San Martín”
Momentos de mi vida, Tan Biónica
-I-
¿se fue por el aire o era
una invención de cuello verde?
Isidoro Ducasse de Lautréamont
se fue por el aire o era:
una invención de cuello verde
un Isidoro del otro amor
que comía rostros podridos
melancolías desesperos
penas blanquitas tristes furias
y erguía entonces su valor
y reemplazaba la desdicha
por unos cuantos resplandores
el sudamericano magnífico
de algas en la boca
¿dónde encontraba resplandores?
los encontró en rostros podridos
melancolías desesperos
penas blanquitas tristes furias
que le tocaron corazón
como se dice lo pudrieron
desesperaron atristaron
se lo vio como un pajarito
en Canelones y Boul’ Mich’
pasear a la Melanco Lía
como una noviecita pura
disimulando violaciones
cometidas en el quartier
“oh dulce novia” le decía
clavándola contra sus brazos
abiertos y una especie de
mar le salía a Lautréamont
por la mirada por la boca
por las muñecas por la nuca
“a ver cómo te mueres” le
decía “bella” le decía
mientras la amaba especialmente
y la desarmaba en París
como una fiesta como un fuego
ayer crepita todavía
en un cuarto de Poissonières
que huele a suda mexicano
ea Ducasse Lautréamont
montevideano ea ea
eu vide o monte de ta mort
parecía una bola de oro
una calor desenvainada
la tristeza decapitó
la furia desenfureció
se fue por el aire o era
un Isidoro Ducasse muerto
solamente por esta vez
o como lluvia de otro amor
mojó a Nuestra Dama de
la Comuna armada y amada
con la belleza que subía
de su cuello verde podrido
en mil nueve sesenta y siete
por la barranca de los loros
se lo oyó como que volaba
o parecía crepitar
contra la selva agujereada
los desesperos del país
las melancolías más gordas
pero fue el otro que cayó
solamente por esta vez
mientras Ducasse descansaba
en un campamento de sombras
-II-
En medio del naufragio salgo a la calle.
Goebbels y el III Reich con Cabezas de tormenta bajo el brazo.
En la tele Cristiana habla en la Bolsa.
Inteligente, brillante como siempre.
Y digo:
Que buena oradora que es.
Y Mauro a mis espaldas dice:
No es una oradora es una gran narradora.
¿Quién es Mauro?
Viale, Mauro Viale.
Que es como mi tío.
Me vio crecer, me conoce desde chiquito.
Y ahora me esta viendo envejecer.
El tío y yo envejecimos.
Pero también crecimos.
Los dos.
Y Cristina habla desde la Bolsa de Buenos Aires.
Y yo sigo intentando sobrevivir al naufragio.
Y sigo pensando en Chano Chanpertier.
Por qué me interesa ese chico.
Qué veo en el que no llego a ver pero intuyo.
Que es lindo.
No.
Que lo conocí hace dos veranos atrás en un recital que paso Cronica TV por la tele un domingo a la noche.
Sí, eso me interesa.
Si Cronica TV pasa un domingo a la noche a un recital de un artista es porque ese musico es un artista popular argentino.
Y eso me interesa.
Pero no es eso solo.
Hay algo mas.
Hay cierta oscuridad en sus canciones que la escucho.
De dónde viene esa oscuridad, Chano, porque tu belleza proviene de esa oscuridad no de tu cara bonita, que lo es.
Y entonces encuentro la pregunta que me abre la puerta.
Una pregunta obvia que nadie hace.
Quién es la familia de ese chico.
Es poderosa.
Eso se puede ver a la legua pero nadie sabe y todos saben.
Pero la pregunta no se hace.
Por qué no se hace.
Porque es una familia poderosa.
Supongo, porque no sé quién es la familia.
No lo se.
Lo que se es lo que decia Robaira Lynch todos los jueves a la mañana en La Metro en el programa Gente como uno:
Toda familia de bien para serlo tiene que tener un puto, un militar y un drogadicto.
Gracias Fernando Peña, aunque ya no estes tu presencia en mi vida me sigue iluminando.
Esa familia que no conozco es este mundo perverso que es tan perverso que no le alcanza con destrozar la vida de los demas sino tambien la de sus propios hijos.
Y este chico lindo que es un rebentado y que tiene guita y esta tan en la lona como yo que tengo menos de cien pesos en el bolsillo tiene algo que me gusta, que respeto, que me interesa escuchar y no dejo de escuchar desde hace una semana de forma obseciva.
Eso me viene de mi sangre alemana.
Cuando vez algo te arrojas ahí y lo perseguis hasta el fin.
Ok.
Que es eso.
¿IT?
Ese chico roto y lindo y que escribe buenas letras, escuchalas atentamente, pero escuchalas de verdad y vas a descubrir una oscuridad y dolor verdadero.
Ese dolor, esa oscuridad y esa belleza rebentada es el capitalismo.
Chano, digo yo sin saber nada de él, salvo por las boludeces que dicen los medios y fundamentalmente por escuchar su trabajo, la musica que hace, creo, quiza me equivoque, pero ese chico lindo es un hijo de este capitalismo canibal.
Y por medio de un dolor horrible y reventado logro  una dignidad y humanidad dolida pero humana, terriblemente humana. Como toda persona que a conocido eso:
IT.
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SHAMELESS. Los Simpson
Para Mariana Liefeld
Marilu, como te llama El Alemán, hace días tendría que haberte llegado una carta mía a Londres que juro que busque y no encontre las palabras, precisas, necesarias de lo que quería y debía decirte. Pero las palabras no aparecieron. OK. Quizá en estas fotos que saqué esta mañana con un libro genial en la cabeza que sólo yo puedo contar pueda hacerte llegar lo que las palabras hoy no quieren o no pueden decir. En las fotos están los restos de mis anteojos Union Pacific que me destrozaron una noche cuando me robaron Europa Central de William T. Vollmann, un collage que hice para un libro de Nick Cave escrito sobre bolsas para vomitar en un avión, la computadora que compre con mi trabaja y sacrificio en Libreria Santa Fe y un dibujito de Bart Simpson hecho por un chico que encontre tirado en la calle. Lo mejor es lo que esta por venir. Siempre. Lacan le dice a Derrida en una discución que una carta siempre llega a destino. Derrida sostenía lo contrario y se equivocaba, una vez más, como cuando se peleó con Foucault y éste le hizo morder la banquina. Las cartas siempre llegan a destino. Y esta es mi carta para vos. un beso grande

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Shameless. LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE
Estoy en la esquina de Charcas y Vidt.
En pleno corazón de Palermo Culo Roto.
Sentado a una mesa de La Pharmacie en la vereda.
Entonces una nena de no mas de cinco años irriumpe en mi conversación.
Apoya medio cuerpo sobre la mesa de la confiteria.
En la mano tiene paquetes de carilinas.
Y dice:
Comprame una.
Es una orden. Y me la esta dando una nena de cinco años con la misma dureza y templanza que tienen algunas mujeres.
Es una nena y esta vendiendo carilinas en la calle.
Y me mira.
Tiene mil años esa nena.
Y le digo:
No tengo un mango.
Y el café con leche me lo va a pagar él.
Y señalo con la mano que sostiene mi cigarrillo a la persona que me acompaña.
La nena de mil años ni se mosquea.
Me mira fijo a los ojos.
Tiene cinco años y la determinación de una mujer de cuarenta dueña de sus destino.
Pero no tiene cuarenta sino cinco y esta vendiendo pañuelos por la calle.
Y la miro.
Y entiendo esa dureza de sus ojos, que le chupe un huevo mis palabras.
Es una nena y esta vendiendo pañuelos en la calle que mierda le importan mis palabras.
Nada.
Y esta muy bien que así sea.
Y entones digo lo único que tengo que decir.
Ok, le digo.
Te voy a dar todo lo que tengo.
Y saco todo lo que tengo de mi bolsillo.
Que no alcanza ni para un café con leche y que a ella ese dinero ni ninguno va a reparar el daño que este sociedad de mierda le ha ocasionado.
Pero esta bien, ese dinero le pertenece, esas monedas que me quedan.
Y saco de mi campera lo que tengo y extiendo la mano para que tome el dinero.
Y me vuelve a sorprender la nena de mil años.
Ni se mosque y me mira a los ojos.
Tiene una mirada dura pero franca.
Y vuelvo a entender que no entendi nada.
Entonces soy yo el que hace el esfuerzo, que soy el adulto, no ella que es una nena y no le corrresponde.
Y entonces le doy todo mi dinero, me muevo en la silla y me acerco a ella y le pongo el dinero en la mano.
Y la nena de mil años ni se inmuta y me sigue sosteniendo la mirada.
Y entonces dice:
Mira que yo no soy policía.
Y le respondo:
Si yo creyera que vos sos policía no te daria todo mi dinero, porque a mi tampoco me gusta la policía.
Y me mira y no dice nada.
No me cree.
Y esta bien que no me crea porque es una nena y tiene mil años y yo no puedo hacer nada por ella salvo mentirle.

Nick Cave William T Vollmann Borges Chano Tan Bionica Libros Kalish Bart Simpson Primo Levi Kate Moss

LA NENA DE MIL AÑOS DE LA PHARMACIE
4
Yo piratie a Fogwill para la republica argentina
para los guachines que lo quisieran a quique
yo piratie a Copi
para el piberio bionico
cuando copi no se conseguia en francia
y no daniel link
yo pense arme un equipo y publique
en las revistas digitales
el interpretador
y
te voy a atornillar
textos perdidos de copi
a pura perdida
y mis compañeros a Daniel Link lo respetan
y a mi que recupere copi y se lo pedi a LInk
y se nego
me acusan de miserable
yo queme dolares para proteger a mi famialia
de ella misma
y salvo la tia marta todos me putearon
¿y cuanto cotiza el dolar blue
hoy compañeros de mi generacion?
yo queme dolares
yo queme mi bibloteca personal
para sostener esta libreria
que es mi cuerpo
y soy un vago
yo me pelie con medio mundo
pero lo logre
consegui que circulara
la carta de oscar del barco
se la robe a esos hijos de puta
que la estaban leyendo en privado
para hacerce una paja
y yo siendo un pibito laburando
en una panaderia toda la noche
super escuchar esa carta
y el tembrlor de la voz de Nicolas casullo
porque fue casulllo en la puerta de su casa
el que me hizo saber
que esa carta existia
de oscar
y me arroje sobre ella
para que algun dia
la puedan leeer
los guachines que esperan bondis que no llegan
yo vi los ojos de esa nena de mil años
los vi ya millones de veces
y los voy a seguir viendo
pero mi generacion
los que hoy tienen
entre 35 y 45
estan esperando en una mesa
de algun var
que esa nena que yo vi ayer
les ofresca una carilinas
y dios santo
eso ya lo vi
y voy a dar mi vida porque eso no suceda
y va a suceder igual
cuando esa nena de mil años
les ofresca a MI GENERACION
unas calininas
dios santo
eso
it
son horribles
son pura pedofilia
son bestiales
son
so
s
que dios te ampare
si existe
nena de mil aaños
de la banalidad del mal
de mi generacion
lamentablemente dios no existe
pero te voy a mentir
por amor
nena de mil años
dios existe y te va a cuidar
de la banalidad del mal
de mi generacion

Shameless. EL DESIERTO Y LAS PALABRAS
camino en medio del desierto
en una mano llevo cuatro cervezas caseras
y en la otra un pan con aceitunas y queso
vengo de buscar el dinero de la venta de un libro
y voy para mi casa
que es un desastre
como mi vida
pero un poco mas
y veo a un ex caminando
en medio del desierto
y le grito
¡puto puto puto!
y no me escucha
y le grito mas fuerte
puto puto puto
y la gente me empieza a mirar
pero mi ex no me escucha
y entonces me pongo detras de el
y le grito al odio
¡puto puto puto!
y se da vuelta para enbocarme
y me ve
y me reconoce
y nos abrazamos
y charlamos
ese pibe es madera noble
la mejor madera de Misiones
ordenando palabras en un deposito
una rata de papel de pura raza como yo
trabajamos juntos dos años
me cuenta que el sueño
de su familia esta en marcha
que pronto la madera volvera al origen
y abro mi bolsa
donde llevo las cuatro cervezas caseras
la mejor cerveza casera
de Jose Leon suares
que hace doctor neurus
a pocas cuadras
de donde rodolfo walsh
fue a buscar
el facundo de sarmiento
y le digo agarra una
elegi la que quieras
no me dice
te estoy regalando
la mejor cerveza del conurbano bonaerense
porque para que brindes sta noche por vos
porque la madera por fin vuelve al origen
porque estamos donde queremos estar
nosotros elegimos esto
lo bueno y lo malo
y elige una
y el muy puto
me elije una de las mas ricas
y nos abrazamos
y ese abrazo
es una bandera hermosa
mi cruz del sur
mi flor mas amada
y nos decesamos suerte
en medio
del desierto
y las palabras
y nos perdemos en la noche
en busca de nuestro destino

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Shameles. HOY VI LLORAR A UNA CHICA EN LA PUERTA DE LA CASA DE CHARLY GARCÍA ENTRE FRUTILLITAS DE AGOSTO Y TORMENTAS DE SANTA ROSA II
Fito: Siempre pensé que era necesario que te volvieran a matar a alguien que quisieras para que vuelvas a componer algo vivo. Como en la película “Las Horas” donde Virginia Woolf interpretada por Nicole Kidman, en medio de un momento de bloqueo descubre cual epifanía que para poder seguir, alguien en su novela debía morir. Es así como decide matar al protagonista para continuar escribiendo. Allí encontré una buena metáfora de que para no hundirse hay que poder perder, cosa que creo hace muchos años olvidaste porque la vida se arreglo los dientes para poder sonreírte de nuevo, olvidando las bocas podridas de donde salían las palabras de otros días. Después escuche la canción “Sacrificio” y me emocione, pensando que había una chispa… pero no paso mucho para enterarme que era una canción vieja que nunca habías sacado y pensé… los lentes oscuros que forman parte de tu nuevo semblante no son el modo de ocultar la vergüenza por cual antítesis de Schöenberg pudiste dejar la vida por la bolsa. Es el espejado de los lentes que oculta la vergüenza de saber que alguna vez optaste por estar en un café solo por casualidad viendo sin estar detrás de nada que esconda tus decisiones.
Hoy escuche “Hermanos”… obviamente la version en portugues es mucho mas bella que en castellano, pero igual asi creo en mi la esperanza de que nadie tenga que matar a tu hija, solo debias enconcontrar alguien que vuelva a tener la boca sucia, las manos ensangrentadas y la mirada limpia. No se como sera el resto del disco. quiza es una mierda…. pero hoy, por este tema, vuelvo a brindar por vos. Salud!!!

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SHAMELES. Buen provecho
Anticipándome unas horas a mi cumpleaños, y como regalo en mi 37 aniversario, les dejo lo que estuve escribiendo. Llego finalmente. Para ustedes, lo que algunosconocen como “La historia de Doña Elisa”. Espero les guste y sino, esta bien igual. Yo me divertí haciéndolo. Salud!
Buen provecho
Como sé lo que sé, no puedo decirlo, ya que no recuerdo cómo llegue a saberlo. Lo que sí puedo decir es lo que sé. Tampoco recuerdo cuando apareció por primera vez, pero estoy seguro que no estuvo ahí desde siempre. De eso no tengo dudas porque la primera vez que lo vi estaba en una oscura y húmeda habitación, sobre una gran cama cubierta con un roído acolchado rojo. Esos eran los dos elementos que resaltaban en ese cuarto gris y mohoso, el acolchado rojo y el espejo con forma de escudo heráldico que colgaba sobre la cabecera de la cama. Lo que me llamo la atención de aquel espejo no fue su forma, sino que al refractar la escasa luz que allí habitaba, se convertía en el elemento que más sobresaltaba entre tanta opacidad. Ese espejo aún existe, en este mismo momento, mientras les cuento esto, está colgado sobre una puerta tapiada que da a aquel cuarto. En algún momento, ese cuarto formo parte de la casa, pero ya no. Lo único que queda es el espejo como recuerdo que ahí, tras él, se esconde una habitación que fue exiliada del resto. A simple vista se pueden ver las huellas del marco y su capitel asomando sus bordes de la pared, y en su centro aquel ojo como ventana a un mundo ocluido que los actuales dueños de la casa se han esforzado por intentar olvidar. Ni la cama ni el acolchado existen más, el fuego y luego un antiguo pozo ciego se encargaron de fagocitarlos, como tampoco existe más la mujer que vivió allí. Elisa se llamaba, o eso siempre creímos hasta poco después de su muerte. Doña Elisa le llenábamos nosotros, “la doña de los gatos” le decían los demás vecinos del barrio.
I
Cuando mis abuelos llegaron a aquella parte de Punta Mogotes por primera vez, promediando el final de la década del sesenta, el barrio del Faro era un mero puñado de casas de veraneo desparramadas en el mapa. Mar del Plata ya se había convertido en la ciudad balnearia por excelencia de la clase media trabajadora, y aquel verano no era la excepción en cuanto a la cantidad de turistas que habían llegado de diferentes partes del país. El iodo y salitre de mar cotizaban por metro cuadrado, acompañándose con facturas arenosas y mates fríos bajo el tinglado de miles de sombrillas multicolores. Un cachito de paraíso a fuerza de pelotas de futbol de goma, paletas de madera, pirulines y barquillos, en el medio de un infierno bosconeano de abdómenes prominentes, epitelios sudorosos y choclos embadurnados en mayonesa. Mis abuelos: Elsa, una polaca orgullosamente nacionalizada argentina, y Herbert, un berlinés orgullosamente alemán que jamás renuncio a su origen, llegaron ese verano como muchos otros sin tener previsto donde alojarse. Iban con sus hijos: Marta y Jorge. También los acompañaba Juan Carlos, el novio de Marta, quienes años después se casarían y se transformarían en mis padres. Ese mismo año, mi tío Jorge también conocería a una chica marplatense, María Emilia, su futura mujer y madre de mis tres primos.
Según tengo entendido, el incauto grupo de veraneantes fue recibiendo rechazo tras rechazo en distintos hoteles y casas de alquiler por estar todo ya ocupado. Con cada nueva negativa se alejaban más del centro de la ciudad, siendo expulsados hacia sus márgenes, atraídos cual fuerza centrífuga invisible que a última hora los deposito en una playa solitaria al sur de la ciudad. Contaban con una carpa que intentaron armar, pero una lluvia de esas breves pero violentas y la nula experiencia en tareas campistas, frustro rápidamente el intento. La leyenda familiar dice que apenas comenzó la lluvia, la playa se llenó de ranas. La imagen de una playa cubierta por estos anfibios tiñe la escena con una especie de presagio bíblico tan colorido a los términos de una narración que me veo obligado al menos a dudarlo. El bosque Peralta Ramos se encuentra no muy lejos de la costa, si las ranas salieron de algún lugar es muy probable que haya sido de allí, y desorientadas intentaran colonizar los médanos y las aguas de un mar embravecido por el clima. De uno u otro modo, los protagonistas cuentan que la lluvia y la plaga terminaron de echar por tierra el intento de pasar la noche en una carpa. Puedo imaginarme perfectamente el ataque de histeria de mi madre al verse entre arena, agua y ranas, quizá fue más esto lo que terminara convenciendo a los demás de probar suerte entre el caserío del barrio. Golpearon varias puertas y en las pocas que alguien los atendió recibieron la misma negativa, hasta que alguien se apiado se esas almas mojadas y les dio el dato de una mujer que posiblemente estuviera dispuesta a alojarlos por algo de dinero. Allí fueron y así es como llegaron al umbral de la casa de Doña Elisa. Era un pequeño chalet, bastante humilde pero confortable, enquistado en el centro de una manzana a unos doscientos metros de la playa y a unos trescientos del majestuoso Faro de Punta Mogotes. Faro que hoy le da su nombre al barrio, pero antes de su existencia se conocía como “Lobería Grande”, por la cantidad de lobos marinos de la región. Había sido construido en Francia, totalmente en hierro, y traslado hasta su morada final, en un pequeño promontorio en forma de punta que se adentra en el mar, donde fue ensamblado en el año 1891. No sé en qué momento lo pintaron a franjas rojas y blancas, pero así fue como aquel anochecer, desesperados por cobijo, lo vieron por primera vez mis abuelos y mis padres. Así fue como lo conocí yo, así es como sigue estando. Quizá, aquella noche, tras el cansancio del día, hayan quedado obnubilados, como luego me pasaría a mi tantas veces, por aquel haz de luz que iluminaba por unos segundos la oscuridad de esos parajes. Ese haz blanco giraba en medio de la negrura, cortándola, y cuando llegaba a uno, por unos segundos, eras bendecido por el día en mitad de la noche. Seguramente en mi infancia esos segundos me daban el alivio necesario para afrontar los fantasmas nocturnos de mis pensamientos hasta el próximo baño de luminosidad. No lo sé, lo que si recuerdo es que poder ver girar aquella luz era un modo de ratificar que el mundo seguía en su lugar.
Doña Elisa estaría promediando los 50 años, y si bien era una mujer muy descuidada en su aspecto, se notaba que había sido bella. No era fácil vivir solo y menos en el barrio del Faro. Los inviernos eran duros y solitarios, sobretodo solitarios, y podían pasar semanas sin ver una cara diferente a la propia. Había un almacén, una carnicería, un kiosco, una verdulería y un puesto de diario, únicos comercios que permanecían abiertos todo el año, todos manejados por la misma familia de tanos brutos y careros. Pero cuando hay tan pocos seres humanos cerca, hasta los más desagradables se adoptan como familia. También estaba la pequeña base naval donde estaba emplazado el Faro. Los marineros y militares que trabajaban ahí eran la mayor fuente de ingreso de los residentes de la zona, incluyendo a Elisa, quien habitualmente les alquilaba cuartos a los muchachos de la base. El Faro era un lugar inhóspito para vivir fuera de la temporada de verano, y el hecho que muchas de las casas que habían fueran solo usadas en temporada, le daba aún más aspecto de paisaje pos apocalíptico de película zombi. Claro que esto lo tornaba un lugar estratégico para algunas necesidades, sobre todo para aquellos que quisieran pasar inadvertidos, lejos de miradas ajenas, pero lo suficientemente cerca de las comodidades que podía ofrecer una ciudad relativamente grande. En mi adolescencia conocería a varios hijos de desaparecidos que vivían en Punta Mogotes y que habían sido criados allí por sus padres expropiadores, o personas con diferentes problemas con la justicia, etc. Como será que a pesar del paso del tiempo y los muchos cambios, algo de esto se sigue manteniendo. Hoy abundan geriátricos y neuropsiquiátricos en los alrededores, donde las familias pueden depositar a sus desechos lo suficientemente lejos de casa como para que no llegue el mal olor a sus ventanas. Pero este no era el caso de Doña Elisa, quien hacía ya muchos años se había auto exiliado en esa casita sin aparente causa.
No sé porque Doña Elisa accedió a alquilarles un cuarto a mis abuelos, aunque sospecho que fue porque se enamoró de Herbert apenas lo vio. Era un hombre alto, corpulento, de manos grandes y trabajadoras, se había desarrollado como carpintero toda su vida y era muy bueno como techista. De pocas palabras, no muy expresivo, hasta algo tosco, pero de un corazón tan grande que sería la causa de su muerte. Unos 15 años después de este verano, Herbert moría de un paro cardiaco producto de una miocardiopatía dilatada, es decir lo que se conoce como un corazón agrandado. Lo primero que haría Elisa apenas se enterase sería ir a atacar a Elsa y acusarla de haberlo asesinado y dejarla a ella sin la posibilidad de aquel excepcional hombre. Elisa también era de pocas palabras, pero de una templanza y carácter tan duro como los inviernos que la habían forjado.
II
Al verano siguiente volvieron a la casita del Faro, y al otro, y al otro. No pasaron muchos más veranos antes de que mis abuelos le ofrecieran comprarle la propiedad a Elisa, y que ella aceptara. ¿Necesitaba el dinero más que la casa? ¿O fue un modo de asegurarse que mi abuelo siguiera yendo todos los veranos? Quién sabe. Como terminaron dándose los hechos alrededor de la transacción tuvo hasta un tiente cómico. Elisa respondió la propuesta a último minuto del último día de veraneo y no lo hizo de forma directa. Fiel a su actitud siempre colmada de misterios, al despedir a Herbert le introdujo un papelito doblado en el bolsillo delantero de su camisa escocesa y le dijo al oído: “ábralo solamente cuando llegue a Buenos Aires”. Mi abuelo se olvidó de aquel papelito después de 9 horas de un incansable viaje de retorno, y fue recién semanas después que Elsa lo encontró al momento de querer lavarle la camisa. “Estimado Herb: acepto. Elisa”, eso era todo lo que figuraba escrito. Poco y mucho a la vez, depende quien lo leyera. Nunca nadie me conto que suscito en mi abuela leer aquello, así que lo dejare a la imaginación de cada quien. Una llamada telefónica de larga distancia pondría fin a las posibles variadas lecturas: aceptaba venderles la casa. Se ultimaron los detalles para el viaje de Elisa a Buenos Aires, y en algún día de un mes de mayo mis abuelos la fueron a recoger a la estación de trenes de Constitución. Apenas subió al auto les anuncio: “Tengo que decirles algo”, pero a pesar de la insistencia de mis abuelos no lo hizo. Solo repitió durante todo el viaje desde Constitución a José León Suarez: “Tengo que decirles algo”. Lo haría solamente una vez establecida en la casa de Herbert y Elsa, “yo les vendo la casa, pero la casa no es mía”. En ese momento se debe haber formado un revuelo importante, pero Elisa apaciguo todo con un seco: “yo me ocupo”. Resulto que la casa estaba a nombre de una de sus hermanas, lo cual no solo devolvió un poco más de confianza a los compradores sobre aquel negocio sino también la humanizo un poco a esa mujer. Tenía familia. Realizo una corta llamada telefónica y esa misma noche aparco un auto en la puerta de la casa familiar. Dos hombres bajaron de él, uno alto, canoso, serio, que traía una carpeta con los papeles de la propiedad, y el otro retacón, con unos bigotes muy finitos que fumaba sin parar. Ambos saludaron extendiendo sus manos sin decir nada. Mis abuelos ya tenían muchos resquemores de lo que estaban haciendo, pero el monto que les había pedido Elisa era tan irrisorio que siguieron adelante. Elisa comando todo el trámite, solo luego de que estuviera todo firmado el hombre más bajito entre pitada y pitada la miro y le dijo: “¿Mi Señora, donde va a ir a vivir usted?”. Elisa solo le clavo su mirada y el hombre balbuceo un casi inaudible “disculpe”. La cuestión es que antes de que terminara el día, habían llegado a un nuevo acuerdo: Elisa seguiría viviendo allí como casera. Durante el año, se aseguraban que la propiedad no quedara sola, que alguien la mantuviera y cuidara, que los posibles malhechores vieran que no era una casa más que poder desvalijar en la época invernal. Fue así como terminó tapiada la puerta de uno de los cuartos y se construyó un pasillo al costado, abriendo un nuevo e independiente acceso a esa habitación. Se le agrego un pequeño baño, es decir un inodoro y una ducha en uno de los recodos del pasillo, y listo… una nueva casa para Elisa. Y así una familia de clase media del conurbano bonaerense obtenía parte del sueño peronista con su propia casa en la costa atlántica.
III
Millones de pinchazos. Todos a la vez. Más y más arriba, subiendo por mi pierna derecha. Dolor, mucho dolor. Una metástasis de hormigas enfurecidas se propagaba desde mi pie, el cual estúpidamente había pisado un hormiguero. No entendí enseguida que pasaba, al principio solo sentí un cosquilleo que luego fue mutando en dolor, pinzas diminutas que se clavaban en mi carne y avanzaban conquistando terreno. Esa mañana, como tantas otras, luego de desayunar había ido a jugar al patio, y me cruce a Doña Elisa. No era extraño, ya que ella todas las mañanas salía de su casa y volvía al mediodía. En el cruce, me muestra un caparazón de caracol terrestre con un color blancuzco y una consistencia diferente a lo habitual, y me dice que lo encontró en el terreno baldío del fondo, donde hay muchos más. Luego sigue su camino. Salí corriendo tras esas conchas globulosas helicoidales como si fueran pepitas de oro, adentrándome entre los pastizales de esas tierras arrasadas por el descuido. Cada tanto, alguien arremetía contra el avance desmedido de la naturaleza generando distintos focos de incendios. El fuego se deshacía de toda maleza y de los diferentes bichos que ahí moraban, dejando un paisaje desolador y ennegrecido. Las llamas eran las causantes de ese fenómeno de caparazones blancos y endurecidos, cociendo su carbonato de calcio y proteínas, deshaciéndose del molusco, en un proceso alquímico que arrojaba como saldo esas cadavéricas preciosidades que de golpe me eran tan indispensables. Ni idea tenía en aquel tiempo que la forma de espiral que presentan responden a la secuencia de Fibonacci, secuencia de números matemática infinita que está presente en todas la arquitectura del Universo. Esta milagrosa maldición es conocida entre los físicos y matemáticos como el espiral dorado, y el cociente que arrojan los números consecutivos de la secuencia de Fibonacci difiere en una mil milésima del número de oro, número que en el medioevo se desarrolló como la proporción justa que determinaba la belleza ideal de las cosas. El David de Miguel Ángel está construido con la proporción de este número, por ejemplo. Quizá algo de esa belleza oculta y maldita propiciara la ambición desenfrenada por obtener mis propias reliquias macabras, y en ese afán es que mi pie se topó con el hormiguero. Mientras era mordido vivo por millones de insectos enfurecidos, mi abuela me encontró y arranco de la terrible trampa. Sus manos, su piel, quedarían en mi memoria táctil por el resto de mi vida, como así también el dolor producido por estos formícidos. Una marca por siempre, donde el placer fuera precedido por cierto doloroso sutil hormigueo recorriendo alguna porción del cuerpo. Mientras aun me encontraba en el más encarnizado ataque y mi abuela me levantaba en andas, con el rabillo del ojo, me pareció ver tras la pequeña ventana desvencijada de su casa, el rostro de Doña Elisa sumido en el más extasiante goce de satisfacción.
Entre que mi familia compro la casa del Faro, y la escena que acabo de relatarles, pasaron muchas cosas. Entre ellas, los nacimientos de mis primos y mío, mi hermano vendría unos años después. También, en el entre estas dos circunstancias, Elisa fue convirtiéndose en la Doña Elisa que quedaría en nuestro imaginario. Regordeta, baja, de no más de 1,65, ermitaña, sucia… y sobretodo, dueña de un ejército de gatos. No se la veía mucho, como dije antes solo dos veces al día, a la mañana cuando salía, y al mediodía cuando regresaba. Y siempre, tras ella, una manada de gatos la acompañaba. Vivian juntos en su pequeña casa, encimados, apiñados, brindándose calor en los largos inviernos, y mucho olor en los veranos. El pestilente pis de gato pasaría a ser su perfume característico, avisándole a los incautos que se acercaba, cubriéndole la espalda al retirarse. La recuerdo con turbante, anteojos de sol con patillas de carey y lentes grandes, varias polleras largas por debajo de las rodillas, una encima de la otra. Unos cuantos sacos de lana, y medias, también de lana, con zapatos de hombre de esos que usan los obreros en las construcciones. Se apoyaba en un bastón de madera, y se pintaba exageradamente con rubor los cachetes y los labios de un estridente rojo carmín. Un gato en particular era objeto de su atención y cuidado. Azrael era más grande que el resto, y obviamente en aquel complejo andamiaje de jerarquías felinas era el que mandaba. La mayoría iba tras él, o esperaba una seña de este para poder ir o venir. También era el que más lejos llegaba junto a Doña Elisa en sus incursiones matutinas, y luego, cuando ya no podía ir mas allá con ella, volvía y se sentaba a esperarla en el umbral de su casa. Por las noches, Azrael, era el que siempre te salía al paso produciéndote un susto de muerte. A veces, se encorvaba todo, echaba las orejas para atrás, te clavaba la mirada erizando todo su pelaje blanco y sacando las garras producía un aullido macabro que podía acelerar cualquier latido. Otras, solo permanecía inmóvil, mirándote fijo… solo mirando. Azrael sería el último de los gatos de Elisa que moriría luego que ella no estuviera más. A partir del deceso de su jefa, todos los veranos nos recibía el tufo fétido del olor a mierda y pis de sus gatos, y siempre, como sobrándonos, Azrael sentado en el techo con su actitud victoriosa, recordándonos quien mandaba allí. La última vez que lo vi, fue al arribar después de todo un año de ausencia. Lo encontramos como todos los años, esperándonos. Pero esta vez no estaba en el techo. Parecía estar durmiendo, hecho un bollo, al pie de la puerta de entrada. Hasta parecía un gato manso que descansaba apaciblemente al sol. Pero al acercarnos nos dimos cuenta que algo no estaba bien… Jamás Azrael había permitido que ninguno de nosotros lo tuviéramos tan a mano. No estaba vivo, pero aun nos estaba esperando. En su último acto nos mostraba que aun esperaba. Que eternamente, como solo lo permite la muerte, podía esperar. Cuando lo levantamos con una pala, descubrimos que había muerto hacia un tiempo, y el sol, la salitre y la arena que volaba desde la playa se habían confabulado para hacer un perfecto trabajo de momificación. Lo que había quedado era la carcasa de lo que había sido, y debajo…, nada. Pero su espíritu de lucha lo había mantenido fiel a su ama más allá de los límites de la vida.
IV
Las discrepancias y malestares fueron en aumento. A partir de algún momento Elisa dejo de hablarles a las mujeres de la familia y solo se dirigía a mi abuelo, mi padre o mi tío, a excepción de su saludo en los mediodías, cuando al llegar de su paseo diario encontraba a todos dispuestos a almorzar. Una larga mesa se armaba en el patio, con caballetes y un tablón de madera, los banquetes podían variar entre asado, pastas, sandwichitos de miga, o picada con las sobras del día anterior. Todo siempre dispuesto sobre un mantel de linóleo blanco y florcitas rojas, con vasos de plástico y platos de distintos juegos, bajo un toldo excepcionalmente confeccionado con cientos de sachets de leche abiertos y cocidos uno al otro. La artífice de semejante ingeniería había sido mi abuela. Siempre me maravillo lo ingenioso de haber convertido aquellos recipientes descartables en algo tan distinto. Uno de los recuerdos más vivos que guardo de mi infancia, es el sonido plasticoso que producían aquellos sachets al golpear contra los cordeles que oficiaban de tensores, cuando después de intentar liberarse con la ayuda de los vientos de la costa, se daban por vencidos y caían resignados a su suerte: continuar allí, sin su identidad originaria, esclavos de un trabajo que no les pertenecía. Entre las costuras, sol y agua se filtraban. Tras el plástico, las marcas de su pasado atestiguaban sus nombres: Sancor, La Serenísima, Gándara, Ciudad del Lago, La Vascongada. Nombres que el sol fue destiñendo, que las lluvias fueron borrando, nombres que no importaban porque allí ya no significaban nada. Nombres aunados bajo un mismo destino, bajo la misma condena. El encantamiento de ese sonido solo era roto por la voz grave de Doña Elisa diciendo a su paso “Buen provecho”, para luego desaparecer tras la puerta de madera verde de su guarida. Y el “buen provecho” quedaba flotando en el aire junto con el olor a pis de gato, durante un buen rato, resistiéndose a abandonarnos, haciéndonos compañía.
Más de grande me contarían que Doña Elisa había comenzado a incurrir en abusos sobre la confianza que mi familia había depositado en ella. Se comentaba que durante el año había seguido alquilando las habitaciones de la casa, sobre todo a los muchachos de la base naval, quienes en sus salidas necesitaban un lugar donde satisfacer ciertas necesidades con señoritas que los ayudaran en esos menesteres. Al principio solo eran rumores, pero luego fueron apareciendo pequeños detalles que daban cuenta de esos otros usos a los que la casa era sometida. También el descuido y la suciedad que progresivamente fue en aumento en la propia Elisa, se fue trasladando a los habitáculos a los que tenía acceso. Creo que finalmente tomaron la decisión de quitarle las llaves de la casa después de que una vuelta encontraran un reguero de botellas de alcohol, colillas de cigarrillos y las paredes de los dormitorios meadas cual baño público de estación ferroviaria. Tengo la impresión de haber escuchado a mi madre contar alguna vez que también habían comenzado a aparecer diferentes elementos extraños que correspondían a “brujerías” (estoy casi seguro que esa fue la palabra que utilizo) en perjuicio de ella y su madre. Quizá de ahí provenga parte de la idea de que Doña Elisa era una bruja que en su casita del fondo preparaba brebajes y hechizos contra todo aquel que no le cayera en gracia. Pero a pesar de des-investirla de sus funciones, la dejaron que siga viviendo en su pequeña casa, ya sin acceso al resto de la propiedad. A partir de ese día, fuimos vecinos que compartimos el patio y la entrada del terreno hacia la calle. Calle, que como simple detalle de color, si la buscan en el mapa, la encontraran como Calle 0. Sin otra indicación que un número, el cero, representado por un trazo que se cierra sobre sí mismo, que deja un hueco en el centro… como la angustia en el pecho.
Muy gradualmente, Elisa fue entrando en un mundo delirante de historias enmarañadas y poco comprensibles. En su mente se convertía en la protagonista de escenas en importantes locaciones, grandes hoteles y restaurantes de Buenos Aires, entre artistas y empresarios, gremialistas y políticos, generales y delincuentes… todo un abanico de lumpenes y vampiros porteños. Al que más le confesaba sus fabulas, por supuesto, era a mi abuelo. Así, nos enteramos que se había dedicado a la actuación sin grandes éxitos, pero que igualmente había conocido la fama. Paris, Berlín, Nueva York… en todos lados había estado, en todas las metrópolis a sus pies se habían doblegado las más grandes tenacidades. Mi abuelo la escuchaba como escuchaba a las mujeres… a la distancia… fumando su pipa… sin creerle demasiado. Loca o no, bruja o no, no era más que solamente una mujer. Una vieja al abrigo de sus gatos, en la compañía de sus recuerdos, con una pistola como única amante que la defienda en las noches llena de culpas y fantasmas. Perdida en aquel punto del mapa, tenía todo el año para tejer historias, adornarlas, desarmarlas, ensayarlas… no por mentirosa, sino más que nada, por la imperiosa necesidad humana de hablar y ser escuchada. Sus conexiones con personas importantes de la política nacional e internacional iban en aumento… desde admirar, hasta haberse codeado alguna vez, y después llegar a ser íntimos con el mismísimo Perón, la llevo su delirio. La última versión diría que realmente su única representación exitosa fue hacer de la mismísima Eva Perón. Según confeso alguna vez, el parecido entre ellas era tan grande que había terminado haciendo de doble de la primera dama en un sinfín de ocasiones. Cuando Elsa y Marta estaban de humor y escuchaban estas cosas, reían socarronamente, pero cuando no, meneaban la cabeza de un lado a otro y arremolinaban un bucle imaginario en sus sienes con el índice. Igualmente nada detenía el parloteo de Doña Elisa cuando contaba con la presencia de Herbert. Confabulaciones internacionales, asesinatos, nazis yendo y viniendo con oro o solo con hambre y frio, científicos delincuentes que vendían conocimientos siniestros a por kilo. Sobre todos estos acontecimientos, Elisa tenía alguna verdad que solo ella portaba y que otorgaba como ofrenda al amor ausente de mi abuelo.
A pesar del miedo debía saber. Su voz me invitaba pero su mirada me advertía lo inconveniente de lo que estaba por hacer. Esa misma curiosidad imperiosa, de descubrir algo, de conseguir un saber sobre lo que solo suponía, es la misma curiosidad que a lo largo de distintas ocasiones me llevaría a adentrarme en hondas situaciones, y en este caso la que me indujo a aceptar la invitación de Doña Elisa a entrar en su casa. A pesar del miedo, de las dudas, de la resistencia que ponía mi cuerpo inmovilizándose un paso antes de traspasar la puerta, debía saber. ¿Qué? No sé. Nunca lo supe, ni en ese momento, ni en todos los otros en los que me sometí a avanzar intentando descubrir ese algo que no sabía que era. Fue como saltar al vacío, soltarse y saltar, saltar y soltar a pesar que todo tu cuerpo te dice que no lo hagas. Es como mover un peso muerto de miles de kilos, y luego la liviandad de la caída donde ya pareciera que no cuesta nada. Caer no cuesta esfuerzo, es el alivio de la gravedad haciendo lo que siempre se quiere evitar, no cuesta pero siempre tiene un precio. Mi cuerpo automatizado que avanza… irrumpiendo en ese mundo que solo había fantaseado. Un pasillo largo, oscuro, húmedo. Daba lo mismo que sus paredes fueran de material o el hueco terroso por el que Alicia cayó persiguiendo un conejo. Todo era mentira, y a la vez, era el lugar más verosímil por el que podía estar caminando. La adrenalina hacia que mis sentidos estuvieran más vivos que nunca. Podría decir que recuerdo estanterías llenas de frascos, que dentro de ellos había seres extraños, animales malformados… recuerdo o invento, un ser inidentificable que parecía tener el cuerpo de una rata sin pelos con cara de sapo, y sé que eso no es posible, pero cierro los ojos y aun hoy es eso lo que veo. Podría decir que Elisa iba delante de mí abriendo paso entre tantos gatos, pateando latas, trapos, a la luz de una lamparita agonizante que volvía más tétricos los recodos donde se mecían las sombras. Podría decir que recuerdo su bastón golpeando los tablones de madera del piso, mientras puteaba y maldecía a la vida que hacia tan difícil avanzar en su propia casa. Podría describir tantas cosas y sensaciones que no se si viví o me las invente luego. Y al final del pasillo, su habitación, la que antes había pertenecido a la otra casa… lugar donde estaba su cama, una cama matrimonial casi tan grande como el cuarto, cubierta por el acolchado rojo y más gatos. Y sobre la cama, el espejo. En ese punto fue donde algo del encantamiento que me condujo se rompió, donde volvió sobre mi cuerpo todo el principio de gravedad. Donde apareció la imperiosa necesidad de salir corriendo y hacer de cuenta que nunca había entrado. No fue haber visto el espejo, ni mi reflejo en él, o el de Doña Elisa, o el de nada de todo lo que estaba en la habitación. Es más, lo que vi fue ningún reflejo. Pero lo que clavo en mí la necesidad acuciante de irme no fue lo que vi o no vi, sino sentir que en realidad el espejo me miraba a mí. En el no reflejo, al mirar me veía mirado, sancionado por estar viendo lo que no se podía. No sé cuánto tiempo paso, ni de qué modo salí. Pero una vez afuera, tenía el alivio de haber escapado y la intranquilidad de saberme robado. Algo se me había quitado, algo me faltaba. Algo quedo allí, no en la habitación, no en el espejo, sino en la mirada que me observaba desde donde no se reflejaba nada.
No le conté a nadie lo que había vivido, y a partir de ese momento evite lo más posible cruzarme con Doña Elisa.
V
El judeocristianismo de la herencia olvidada, pero aun así enquistada en la moral de mi familia, no permitiría demostraciones festivas ante la desgracia ajena aunque esa desgracia nos librara de una gran molestia. Sin embargo, una sensación de algarabía contenida inundo la tarde de domingo en que sonó el teléfono para avisar que habían encontrado a Doña Elisa tirada en el patio de la casa del Faro. No sabían hacia cuanto estaba allí, pero era increíble que no hubiera muerto. Los días más fríos del año estaban transcurriendo, y la sola idea de permanecer aunque sea por una sola noche a la intemperie, tirada, sin poder moverse, helaba la sangre de cualquiera. La había encontrado una vecina que desde hacía un tiempo la visitaba ocasionalmente y le dejaba alguna vianda de comida. Siempre hay almas caritativas que se regodean en los desvalidos. Después se fueron agregando esos sutiles detalles tan importantes que van armando las escenas de los crímenes fallidos: había aparecido boca abajo, con la mitad inferior del cuerpo de la puerta de su casa para dentro, y la mitad superior fuera, los brazos extendidos, y a corta distancia su pistola sin haber sido gatillada. Si su intención fue defenderse de algo, seguramente fue un algo a lo que uno no hiere con un arma de fuego. La trasladaron a un hospital municipal en ambulancia, la vecina fue con ella. Un accidente cerebro vascular es lo que dejo su cuerpo tendido y moribundo reptando por un hilo de vida sobre la fría piedra de nuestro patio, allí, en el mismo lugar, donde años después estaría Azrael momificado. En menos de una semana estaba todo arreglado, una expedición compuesta por mi padre, mi tío y mi abuela saldría para Mar del Plata. Los que nos quedamos, recibiríamos la versión de ellos sobre lo que encontraron, y como único elemento material al cual remitirnos, una bolsa de supermercado Toledo llena de papeles viejos y de fotos. Si bien habían pasado unos cuantos años desde mi incursión por la casa de Doña Elisa, podía seguir perfectamente el recorrido que hicieron en mi mente. Lo primero fue comprar mascarillas para respirar y guantes. No solo el tufo era mortal, sino la cantidad de peligros que ofrecían el ataque de objetos inanimados con sus óxidos y filos, y los animados con sus garras y dientes, hacía que salir vivos o al menos enteros de allí se convertía en toda una proeza. Los que se adentraron en la madriguera fueron los hombres. Mi abuela los esperaba afuera haciéndoles mate, alcanzándoles baldes con lavandina, tachos donde vomitar, preparándoles la cena, quemando las ropas infestas de mierda. En el terreno baldío del fondo se fue acumulando en una montaña de podredumbre y miseria, cosas de una vida, para luego convertirse en una gran fogata. Aquello duro tres días de arduo trabajo. Puedo imaginarme las lenguas llameantes enrojeciendo los alrededores en mitad de la noche, mientras se consumían las ropas, chinches, frascos, mantas, muebles, brebajes y maldiciones, todo bajo la mirada de mi abuela. Mi padre me contaría que se encontró con algo que ya había visto en la estación de tren Retiro, donde él trabajaba desde los 16 años. Poco a poco, se había instaurado una convivencia entre ratas y gatos, a tal punto que o por identificación o por apareamiento, las ratas comenzaron a ser cada vez más grandes, hasta tener el mismo tamaño que los gatos. Esas mismas ratas gigantes estaban en esa casa royendo huesos de otros animales muertos, quizá hasta porque no, royendo los huesos de algún gato desafortunado. El calor abrasante de la fogata ayudo a quebrar el piso donde se apoyaba, abriendo un gran hoyo que trago los restos aún vivos del fuego. El antiguo pozo ciego parecía de pronto una puerta humeante a los infiernos y, cuando finalmente el fuego ceso, se convirtió en la cripta mortuoria con los tesoros chamuscados de Doña Elisa.
Cuando mi abuela y mi madre querían hablar entre ellas sin que nadie supiera lo que decían, lo hacían en alemán. Esto les daba la impunidad de poder hacerlo delante de cualquiera. Era un idioma propio de las dos, donde abundaba un sinfín de neologismos inventados por mi bisabuela. Ese alemán es el idioma más materno del que puedo dar cuenta, donde las palabras más dulces se podían decir en el tono más severo y los secretos estaban al resguardo de oídos ajenos. Ese alemán nunca lo hable, pero si a lo largo de los años aprendí a escucharlo. Mientras cocinaban, hablaban, y yo mientras dibujaba, escuchaba. Me gustaba oírlas, me gustaba estar al amparo de los aromas de esa cocina, y creer que casi se olvidaban de mi presencia colmadas por el devenir de sus confesiones cifradas. En una de estas ocasiones mi abuela conto con asombro que habían encontrado en esa cueva objetos que parecían de valor. Tapados de visón, un bastón con empuñadura de marfil, algunas alhajas, vestidos y zapatos de otras épocas con finas costuras en telas de primera. Esas cosas habían corrido la misma suerte que las demás, el olor a mierda que tenían y la terquedad de Jorge las hundieron en el pozo del baldío. Pero una vez visitando a mi tío, me topé con algo de lo cual reconocí su procedencia. Era un cenicero de porcelana que tenía dibujado en su centro un escudo del Partido Justicialista en oro y cobalto. Tuve la misma tentación que seguramente tuvo mi tío, pero no me lo guarde y lo deje donde estaba.
Algunos creen que el diablo adopta distintas formas. Algunos creen en la maldad de una manera muy consistente. Mis padres siempre creyeron que el mal estaba en el peronismo y el diablo repartido entre Perón y Eva. Lo interesante es que creo que saben que es un diablo que no tiene dios que se le oponga, solo distintas encarnaciones del mismo demonio insistiendo. Por eso es normal la consternación que tuvieron al abrir la bolsa de Toledo, el único bien rescatado de la destrucción del fuego. Los niños tuvimos poco tiempo para poder revisar aquellos documentos cuando los adultos se quedaron en el comedor haciendo sobremesa. Nos recluimos en el garaje y feroces nos empachamos con las verdades de un universo perdido. Mi primo Juan Pablo era el único con conocimiento sobre próceres, y aun su procesión lo extravía de vez en cuando por esos caminos. Reconoció a Perón y sus dos Evas con la Torre Eiffel de fondo. A Doña Eva y a Elisa Duarte bajando de un helicóptero en Roma. A puchi y canela jugando a los pies de nuestra bruja mientras su mirada se perdía en la imagen de un hombre. A la intimidad que trasfiguraba las damas en una sola y única imagen para su rey. Cartas de viaje, saludos de navidades, despedidas de un retorno jamás producido, de un autoexilio solo visto por el ojo nocturno y constante de un Faro en silencio. El timbre abofeteo nuestra ensoñación, dos hombres volvían para llevarse nuestro tesoro y nunca más los vimos. Se fue la bolsa de supermercado y nuestra familia nunca mas hablo sobre ello.
VI
En algún momento Doña Elisa murió, sola, callada, en algún cuarto de algún asilo de mala muerte. En algún momento se construyeron casas alrededor de la nuestra, apresándola para siempre. Se cerró con una pared la salida del fondo, esa que conducía al baldío, al pozo ciego, y más allá, a la playa, al Faro, y luego al mar abierto. En algún momento el cáncer se comió a mi abuela. En algún momento un colectivo convirtió en acordeón al Dodge 1500 que nos retornaba todos los veranos al mismo lugar. En algún momento parecieron más lejos que nunca las guerras de bombitas de agua de los carnavales de febrero. En algún momento todo quedo más lejos. Lejos, en algún momento.
Yo no seguiría yendo muchos veranos más a la casa del Faro. Una de las últimas veces, dentro del gabinete de las garrafas, tras trapos y escobas, encontré una pintura. Una sonriente Eva lucia magnifica con sus atuendos, pero en la sonrisa estaba esa mueca que alguna vez había visto, y sentí nuevamente miles de hormigas comiendo mi cuerpo. ¿Cuál de las dos era? En el reverso se leía: “A mi señora, la única, por siempre. Ayrinhac.” A la temporada siguiente, el cuadro junto con esta historia había desaparecido. Lo único que quedaba era el espejo. Espejo que espera, no importa cuánto tiempo, que alguien se detenga a mirarse en él. Espera, porque no son los ojos del que mira los que ven, son las cuencas de un abismo que con su mirada claman por el amor a ese vacío. Impávido, allí, testigo de un recuerdo incesante que desde la imagen tienta a buscar lo que tras lo que se muestra observa, en silencio, a la espera que olvidemos lo que del recuerdo ya no queda. Esa, que no solo quizá nunca fue, sino, y sobretodo, seguramente nunca existió.
***
Juan Pablo Liefeld Esta muy bien. Eso sí, el titulo para mi es IODO Y SALITRE. Es un texto que merece que un editor le de una oportunidad y simplemente lo lea (Maximiliano Crespi, Hernán Vanoli, Maximiliano Kreft, Leonora DjamentAndrés Beláustegui, , Francisco GaramonaGabriel Waldhuter, Juan Ignacio Boido, Cez Espósito). No digo feliz cumple porque eso se lo dejo a Palito Sixto Alegre: 
Juan Pablo Liefeld Juan Diego Incardona, Juan Pablo Lafosse, Hernán Sassi e Ines de Mendonca buen probecho, sospecho por conocerlos y por tener esa absurda pasión por el peronismo que no comprendo en ustedes, pero qué pasión es comprensible, quién puede decirme hoy me voy a comer tu dolor, que este texto que postié, buen provecho de Sebastían Cariola, les va a gustar seguramente, Buen provecho y viva Perón
Juan Diego Incardona gracias juanpi, hoy estaré dando vueltas todo el día, mañana lo leo tranquilo, abrazos para vos y sebastián
Juan Pablo Liefeld Vos sos Juan Diego Incardona la persona que le dio un espacio a Elsa Kalish para que pudiera tener su propia vos y este texto es una variante mejorada y más elegante y mas jodida como jodido podia ser el viejo atorrante de borges de Elsa Kalish, en fin, ficciones del Conurbano Bonaerense como Villa Celina y Vivir afuera y Los rebentados, un beso juan y ahotra me doy cuenta la única que en vivir afuera de Fogwill sabe narrar es mariana una puta con sida que lleva cocaína en la concha envuelta en forros y que es obviamente del Conurbano Bonaerense, en vivir afuera no es ni Ricardo Piglia ni Fogwill sino la puta la narradora, solo ella

Shameless. CAROLINA
Para Carolina Liefeld que todas las mañanas se levanta a las 5 de la madrugada para ir a trabajar a una fábrica de juguetes en José León Suárez y corta rutas y es la pesadilla de la Panamericana y yo le digo que lea a Pasolini y Celine y Ellroy y no me da pelota. Y es muy importante todo tu sacrificio y trabajo, Caro, importantisimo y León Trotsky – que lleva el mismo nombre del hijo de mi amigo Gonzalo Basualdo que aun no nació y tiene todo el futuro por delante – si estuviera vivo te diría lo mismo que yo que es tan importante trabajar en una fábrica como cortar rutas como leer a Pasolini y Celine y Ellroy.
Sí, Caro, somos igual a los Gallagher, la familia de la serie norteamericana Shameless – y los Simpsons y Casados con hijos y Las correciones y Los Cubrepiletas de Cha Cha Cha y El camino del tabaco y El club de la peléa y Mis rincones oscuros y Europa Central y El hombre que se enamoro de la luna y País de sombras y eso, IT y El hombre en el castillo y El señor de los anillos y Tabaquería y El lamento de Portnoy y La muerte de Bunny Munro y En pos del milenio y Correrías de un infiel y En la Frontera y Operación Masacre y Facundo y las obras completas de Freud, Nietzsche, Marx y Los Pimpinela y esos  son nuestros cuatro Beatles: Freud Nietzsche Marx y los Pimpinela y Animales hasta en la sopa y El diablo a todas horas y Boquitas pintadas y Los adioses y el cuento Iniciación de Fontanarrosa y La balada del boludo y El niño proletario y ¡Absalón, Absalón! y la carta de Oscar del Barco y Radiaciones I y II de Jünger y El narrador de Benjamin y La larga risa de todos estos años y La familia Máshber de Der Níster – gente muy particular y con algunos problemitas, pero así y todo, acá estamos sin dejar de golpear puertas que no se abren y esperando bondis que no llegan y seguimos caminando, como dice Chano, porque lo mejor esta por venir.
Siempre.

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Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann

Para este collage se utilizo a Nick Cave y los Bad Seeds, Jorge Luis Borges, William T. Vollmann, fotos del fotógrafo Rodrigo Ruiz Ciancia, Kate Moss, Kurt Gustav Wilckens, Simón Radowitzky, una mala novela de Ellroy, folletos de supermercado, W. G. Sebald, Charly García, Ricardo Darín, Fátima Florez, un fletero, Mauricio Macri, Ava Addams, un collage que hice para Norberto Ruso Verea, Lisa Ann, la abuela Elsa Kalish, Severino di Giovanni, musulmanes del gran campo de concentración que es hoy este mundo, toda la perversión mortifera de los creativos publicitarios, un Muñequito Liefeld Puteador, una instalación de supermercado Coto, Miles Davis, Roberto Fontanarrosa con el gaucho Inodoro Pereyra y el perrito Mendieta, Hitler,  un Pibe Chorro de un blog donde suben sus fotos posando con armas pibes chorros y las bolsas que le daban a Nick Cave al subir a un avión para vomitar.

 

Para el hombre en el castillo: Diana Rabinovich

 

 Sábados de súper acción – Octava temporada
Shameless. JOHNNY ALLON: ¡CAMBIAME LA MÚSICA!/ Shameless. EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD / Shameless. EL PEPO Y LA SUPER BANDA GEDIENTA DE GLENN GOULD / Shameless.  CANCIONES DEL HURACÁN / Shameless. MÁS CANCIONES DEL HURACÁN POR MILITA BORA / Shameless. EN EL PARTIDO BONAERENSE DE SAN MARTÍN MANHATTAN SE ESCUCHA ASÍ: / Shameless. PUAN Y SOCIALES, ESOS AMIGOS DEL ALMA / SHAMELESS. Hey Hey My My
Bonus Track:  Glenn Gould / INXS / The Strokes /Stevie Ray Vaughan / Pappo / El Pepo / Tan Biónica / Marvin Gaye / Bill Evans / Neil Young / Sandro

 

-I-
Shameless. JOHNNY ALLON: ¡CAMBIAME LA MÚSICA!

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Titulo del collage:
JOHNNY ALLON: ¡CAMBIAME LA MÚSICA!

LIBROS KALISH LA ÚNICA LIBRERIA DEL MUNDO QUE PUEDE TOCAR EL PIANO COMO GLENN GOULD, LA GUITARRA COMO JIMMY HENDRIX, VOMITAR CON LA MISMA ELEGANCIA DE NICK CAVE EN UN AVIÓN, CANTAR YO TE AMO CON ESE FRASEO TAN MASCULINO Y MARICÓN DE SANDRO, CANTAR COMO TODA MUJER CON LA MISMA POLENTA DE MARIA MARTHA SERRA LIMA, CANTAR VIAJANDO EN UN BONDI  QUE NO LLEVA A NINGUNA PARTE ESTA BAILANDO MI CORAZON IGUAL QUE CHANO, SER UN FANTASMA ROTO Y SACARLE MELODIAS AL SAXO Y LA TROMPETA COMO CHARLIE PARKER Y MILES DAVIS, APRETAR EL BANDONEON Y LLEGAR AL CAROZO DEL TANGO ESCENCIAL COMO PICHUCO Y PIAZZOLA, HACER UNA PAYADA COMO LAS DE INODORO PEREYRA Y EL PERRITO MENDIETA, MIRARTE A LOS OJOS CON LOS MISMOS OJOS CIEGOS DE STEVE WONDER Y DECIRTE SOLO LLAME PARA DECIRTE QUE TE AMO Y MAS Y MUCHO MÁS Y TODO CON TAN SOLO UNA ESCOBA, LA ESCOBA DE LENNON CON LA QUE TODOS LOS DIAS LIBROS KALISH VENDE LIBROS COMO CERATI TOCABA LA GUITARRA EN CHILAVERT A POCAS CUADRAS DE DONDE UNO DE LOS FUSILADOS DE OPERACIÓN MASACRE SE ESCAPO EN UNA FORMACIÓN DEL MITRE DE LA MUERTE PARA QUE EL PIBE CHORRO BORGES QUE ES UN MOUNSTRUO TRAVESTIDO DEL POWER TRÍO DE GARAGE SUBURBANO FORMADO POR WILLIAM T VOLLMANN, KATE MOSS Y CHARLY GARCÍA Y CON TAN SOLO UNA ESCOBA, LA ESCOBA DE LENNON PODER SACAR CONEJOS DE LA GALERA PARA REGALARSELOS A LA SONRISA INOLVIDABLE DE BELLEZA INDEFINIBLE DE LA NENA DE MIL AÑOS.

-II-
Shameless. EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD
Nº1

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ESTEBAN MASOT:

JUAN PABLO LIEFELD:

EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD
Nº2
bonus track: Riviera Paradise de Stevie Ray Vaughan en Texas de donde viene el autor de En la frontera, Meridiano de sangre y La carretera, Cormac McCarthy. McCarthy un hombre que a visto al mal a los ojos y con eso a escrito algunas de las páginas mas increibles de la literatura universal. Y que por cierto su concepcion de la traducción y el mundo esta muy sercana a la de Martin Heidegger. Se lo que digo. No lo puedo explicar con palabras claras, precisas, técnicas, pero se que estoy en lo cierto, que es así. Si no te da la cabeza para leer a Heidegger como a mi, lee a Cormac McCarthy y luego de perderte en el bosque quiza encuentres el claro del bosque que te conduzca a esas sendas perdidas que siempre estan aguardando una palabra que no se que dice ni a donde mierda conduce pero que uno la busca y se pierde y no deja de caminar camino a su muerte como los héroes de Cormac McCarthy. Como esa loba de En la frontera que ahora me mira a los ojos y Billy Phartman la mata. Y es una de las escenas de amor mas hermosas y dolorosas de la historia de la literatura. Esa loba y ese chico y la inteperie del mundo y la esutidez sin limites del hombre. Y esa loba. Eso es magia. Eso es literatura. Esa loba de Cormac McCarthy mirando al chico Billy Parhtman a los ojos un instante antes de la muerte, acorralados ambos y en esa mirada todo es amor y desgarro y Ray Vaughan sigue tocando tan bien como cuando los sabados a la noche lo escucha en el programa de la Rock & Pop de Bobby Flores.

EL MUNDO SEGÚN ESTEBAN MASOT Y JUAN PABLO LIEFELD
Nº3

¿saben como se llama el payaso que hizo feliz a miles de niños y hoy mendiga con su hija de 14 en la calle y pueden encontrar sus videos en You Tube?
¿Saben?
¿Quieren Saber?
No creo.
Igual les voy a contar.
Hoy lo supe.
Porque se lo presente a mi sobrino.
Qué haces le dije y le di un beso al payaso.
Y le dije al novio de la hija del payaso que estaba tirado en la calle corrientes con su novia frente al Complejo La Plaza en un colchon.
Este es mi sobrino y las fotos que me sacaste el otro día en la calle vos a mi salieron muy bien.
Saluda loco, le pidio el novio de la hija del payaso a mi sobrino.
Y mi sobrino que venia de contarme sus aventuras en la ciudad de Londres donde fue a visitar a mi hermana Mariana Liefeld y hablar de James Ellroy y dibujar un mapa del mundo cada uno en una servilleta a raiz de un mal entendido se hacerco y le dio la mano.
Mi sobrino tiene 19.
Y el novio de la hija del payaso deve ser mas chico que mi sobrino pero por su aspecto podria pasar por el padre.
Y esta tirado en un colchon en la calle con su novia adolescente, igualito que 11 y 6 de Fito Paez y le pregunta a mi sobrino:
¿Cómo te llamas?
Y mi sobrino dice:
Esteban.
Y el novio de la hija del payaso le grita al payaso:
¡Che, escucha, acá tenes un tocayo!

-III-
Shameless. EL PEPO Y LA SUPER BANDA GEDIENTA DE GLENN GOULD

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-IV-
CANCIONES DEL HURACÁN

Copia (2) de Copia de DSC05802

-V-
MÁS CANCIONES DEL HURACÁN: GLENN GOULD POR Militta Bora
Nº1

Copia de Copia de DSC05802

MÁS CANCIONES DEL HURACÁN: BILL EVANS POR Militta Bora
Nº2

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MÁS CANCIONES DEL HURACÁN: ASÍ SE VEÍA MANHATTAN DESDE UN TELEVISOR DE VILLA BALLESTER UN JUEVES A LA NOCHE POR CANAL 2 PRESENTADO POR ALAN PAULS, POR Militta Bora
Nº3

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-VI-
EN EL PARTIDO BONAERENSE DE SAN MARTÍN MANHATTAN SE ESCUCHA ASÍ:

-VII-
Shameless. PUAN Y SOCIALES, ESOS AMIGOS DEL ALMA
Las politicas que se implementaron en los ultimos años en la argentina en relacion a los libros han hecho que la argentina se convierta en un pais donde solo las elite pueden acceder a los libros. Entiendo la pocicion puntual de Moreno en relacion a los impresentables de la industria editorial y me parecio perfecto en su momento que Moreno hicera eso. Ahora bien. Una vez que paso esa situacion coyuntural donde moreno la menejo bien eso que tendria que haber sido algo pasajero termino siendo algo permanente. Los chicos del Nacional Buenos AIres pueden ir a comprar libros caros a LIbreria Guadalquivir. Los Chicos de Lugano o Jose Leon Suarez, no. No es tan dificil entender que un libro no es un comoditi. No es tan dicifil entender que a Heidegger no lo remplazas con Sandra Ruso – que salio del mismo semillero que Alan Pauls, de una agencia de publicidad -. Encontes entran pocos libros y caros. Y el ministro de economia es una persona inteligente y onesta. ¿Y mis amigos que lo conocen y son de Puan y van a comer a la casa le trasmiten esta inquietud de que solo ustedes pueden hoy acceder a los libros pero no los chicos de Villa soldati como el que murio el viernes cayendo de un balcón? Un millon de veces les trasmiti esta inquietud con la esperanza de que llegue a Kisilov mi preocupacion pero a ustedes se ve que no les interesa lo mismo que a mi. Que no este obligado un chico de Berazategui a leer a Sandra Russo cuando quiero leer a Heidegger porque se confunde un libro con un comiditi.

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-VIII-
SHAMELESS. Hey Hey My My
Una vez que el control automático se ha consolidado, no es posible negarse a acatar sus instrucciones ni insertar otras nuevas, ya que, teóricamente, la máquina no puede permitir que nadie la desvíe de sus propios criterios perfectos. Y esto nos conduce al al defecto más radical que aparece en todos los sistemas automatizados: para su correcto desarrollo, este sistema infradimensionado requiere infrahombres cuyos valores sean los que exigen el funcionamiento y la expaansión indefinida del propio sistema. Las mentes que padecen semejante acondicionamiento son incapaces de concebir alternativas. Al optar por la automatización, están obligados a desobedecer cualquier reacción subjetiva y a anular toda forma de autonomía humana o, mejor dicho, todo proceso orgánico que no concuerde con las limitaciones peculiares del sistema.
El pentágono del poder, Lewis Mumford

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NOVEDADES Y RECOMENDACIONES DE LIBROS KALISH
 
Cosas que los nietos deberían saber – Mark Oliver Everett

Perdedores. Testimonios de alemanes y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial – Nigel Cawthorne

El sueño de la razón. El Capricho 43 de Goya en el arte visual, la literatura y la música – Helmut C. Jacobs

Los guardianes de sabiduría Wisdom Keepers. Encuentros con ancianos líderes espirituales indios de América del Norte – Steve Wall y Harvey Arden

El credo falsificado – Karlheinz Deschner

¿Hay vida en la tierra? – Juan Villoro

Piano. La historia de un Steinway de gran cola – James Barron

París era ayer (1925-1939) – Janet Flanner

El ángel de la historia. Rosenzweig, Benjamin, Scholem – Stéphane Moses

Mi vida – León Trotski

A la cara – Christa Faust

Perú. 10.000 años de pintura. Desde la época rupestre hasta nuestros días – Marisa Mujica

Shakespeare, nuestro contemporáneo – Jan Kott

El Nilo blanco – Alan Moorhead

El bandolero, el pocho y la danza. Prólogo Carlos Monsiváis – David R. Maciel

Galería de escritoras isabelinas. La prensa periódica entre 1833 y 1895 – Íñigo Sanchez Llama

Escuchar a Bajtín – Iris M. Zavala

Filosofía de la cultura griega – Evanghélos Moutsopoulos
Ensayos sobre la filosofía en Al-Andalus – Andrés Martínez Lorca
Memorias intimas – Georges Simenon
Leon Blum – Jean Lacouture
The Complete War Memoirs of Charles De Gaulle (versión en inglés)
Ramón del Valle-Inclán – Miguel Casado
Journaux, 1959-1971 – Alejandra Pizarnik (versión en francés)
La Divina Comedia – Dante Alighieri
La Vie Parisienne 1852-1870 – Joanna Richardson (versión original en inglés)
Sociología de los campos de concentración – Eugen Kogon
The Masks of God. Mythology – Joseph Campbell (versión original en inglés)
Crítica de la impaciencia revolucionaria – Wolfgang Harich
Venice. A Maritime Republic – Frederic C. Lane (versión original en inglés)
Los orígenes de las enfermedades humanas – Thomas McKeown
Historia de Italia – Christopher Duggan
Adán, Eva y la serpiente – Elaine Pagels
Bertolt Brecht. Der unbequeme Klassiker – Ronald Hayman (versión en alemán)
El primer milenio de la cristiandad occidental – Peter Brown
El Islam – Karen Armstrong
Los inocentes – Hermann Broch
Banderas al amanecer – Robert Stone
El joven Adolfo – Beryl Bainbridge
Edith Piaf  – Simone Berteaut
La edad de la inocencia – Edith Wharton
Los falsos Mesías. De Simón el Mago a David Koresh – Christophe Bourseiller
Truman Capote. La biografía – Gerald Clarke
Cómo desaparecer completamente – Mariana Enríquez
La conspiración de la moda – Nicholas Coleridge
Vie et destin – Vassili Grossman (versión en francés)
Atípicos en la literatura latinoamericana – Noé Jitrik (compilador)
Gramsci et l´état. Pour une théorie matérialiste de la philosophie (versión francesa)
El encierro de las bestias. Magnus Mills
Rodrigo Superstar – Cicco
La dame du lac – Raymond Chandler (Traducción Boris Vian)
Cómo… hacer el amor igual que una estrella del porno – Jenna Jameson con Neil Strauss
Suttree – Cormac McCarthy

 

VARIACIONES CASSAVETES XII
FOGWILL
Cuando el deseo persigue, aunque estés muerta
La lengua te convoca y te despierta:
Molusco ensangrentado, embudo lánguido
Hombre interior de ti, pudor elástico
Cosa, caja ética, estético hambre
Denso tufo animal, sutil calambre
Oscurecida luz, tiniebla untuosa
Frutal masticación, partida rosa.
No hay lengua que metáforas no encuentre
Para invocar la boca de tu vientre.

gonzalo basualdo DSC08364A la recherche du temps perdu, MANS. pág. 14-917DSC06151DSC05688DSC08240DSC08392DSC08429DSC08406DSC08407DSC08419image560aac0e126b74.86591341Copia (2) de Copia de Sebald Borges Vollmann Charly Garcia Lisa Ann12009550_887416931313807_3688470655813605298_n

 

ENTREGA A DOMICILIO (OPCIONAL – CAP. FED.) $50.

Contacto: juanpablolief@hotmail.com


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